Eres pequeña y toda la vida que te queda por delante te parece una eternidad, pero sin embargo vamos creciendo.
De pequeñita mi padre era lo más, siempre con él a todos sitios, a pasear, a la consulta que pasaba en casa, a correos, al puerto cuando nos vinimos a vivir a la costa. Por supuesto también con mi madre y mi hermano, como no, que tantas cosas hemos hecho incluida la estancia de 9 meses en su vientre, pero ya se sabe que a veces se tiene más apego por uno para unas cosas que con el otro. Y es que mi padre y yo somos iguales, el mismo carácter y es por eso que a veces con ese roce saltan chispas.
El caso es eso, que crecemos y tus padres siguen siendo tus padres pero en la adolescencia sufres cambios que aunque lo aceptan, no se sienten muy agusto, sufren, están incómodos por las idas y venidas de nuestro carácter, de nuestras andanzas, lo que hacemos o no con l@s colegas, un beso, un cigarro, todo les parece un mundo que se les cae encima.
Pasas esa época y te sientes adult@, lo eres, y ellos ya te han aceptado cómo eres (¡Mi hijo es un hombre; mi hija es una mujer!), la ropa que vistes (auque a veces te griten que existe la plancha) y tranquilos (por decir algo) de lo que vas a hacer con tu vida, tu futuro.
Te has hechado pareja estable, os amais y decidis iros a vivir junt@s. Lo comunicais en casa y se echan las manos a la cabeza. Se alegran sí, al menos por ahora porque luego llegan las llantinas y eso de ¿de verdad quieres irte?.
- ¡Vamos a ver papá y mamá, vosotros también tomasteis esta decisión, dejadme por favor o me hareis sentir incómoda!
Ahora y no por el echo de irnos juntos, siento que está más cerca eso de vivir la vida sin ellos, sin ese lazo de seguridad que hasta ahora he tenido. También siento que algún dia me tocará a mi ser mamá, la verdad es que tengo/tenemos ganas.
Antes todo era una eternidad, ahora ya es menos de eso. Tantas cosas que sueñas de niña se te hacen realidad poco a poco, y aunque ya estoy en la edad de llamarme mujer, aún me siento como una niña.