Quizá no haya buscado bien, pues no he encontrado mucha información acerca del escritor sevillano del siglo XIX Narciso Campillo. Todo lo más que he hallado es que éste estuvo como editor de Bécquer y poco más que ya no sepa.
Todo comienza en 1999, en el pueblo malagueño de Ronda donde me marcho a estudiar.
Aparte de hincar codos e ir a clase, mi aficción consistía en recorrer sus calles y bares, donde calentar mi trémulo cuerpo antes de seguir callejeando. Descubrí muchos rincones que los hice míos aunque no siempre estaba sóla, algún que otro guiri también se acercaba por allí a echar un vistazo al paisaje.
Para no desviarme del tema seguiré diciendo que en la parte antigua de la ciudad, justo donde desemboca el puente del tajo, en una tiendecilla muy diminuta, cargada de historia (por su construcción, el encalado, las puertas..) y de muchos muebles antiguos, en una pequeña estantería podían encontrarse cientos de hojas sueltas y unos 100 libros, cuadernos militares, cartillas de racionamiento, periódicos, enciclopedias médicas, de navegación, cartas con nombres y apellidos y de escritura poco legible destinada a familias y madres que esperaban el regreso de los exiliados, de los combatientes..
A partir de aquel dia me hice clienta asídua, todas las tardes que podía me escaba a echar un rato allí. Y así fue como me hice con un libro sin tapas, con hojas sueltas que hube de buscar entre las otras, por allí desordenadas hasta que completé las 400 páginas del mismo: UNA DOCENA DE CUENTOS, por Narciso Campillo, año 1878.
Las hojas amarillentas y las letras selladas e impresas dan fe de su antigüedad. Hasta un ciego podría leerlas.
Estaba hechizada, tenía en mis manos un tesoro (al menos así lo sentía) y era mio, lo había comprado y no me costó casi nada.
A los pocos dias, ya después de haberlos leido y aún emocionada por tal descubrimiento, ya no sólo por el libro en si, sino también por la tiendecilla, regresé de nuevo pero esta vez me encontré con unas palabras que no me hicieron mucha gracia.
El padre del dueño, un señor mayor de estos que con sólo verlos ya imponen, de palabras frías y toscas, que menos que me mandó a hacer puñetas. Así de claro, si no quieres comprar no vengas por aquí.
Lo consiguió por unos dias, pero regresé con fuerzas y procuraba pasar el menor tiempo posible siempre que este hombre se hallaba allí y si no, hacía como siempre, miraba y requetemiraba en busca de otro libro que me cautivara.
Algo que me gustó, a parte de los cuentos, es la sencillez con la que este escritor enamora al lector.
Me gustaría conseguir más de él.