Es curioso observar la forma de hablar de las personas.
Hoy he charlado con una de esas relaciones superficiales que se establecen cuando dos completos desconocidos comparten un lugar común durante algún tiempo relativamente prolongado. Las buenas costumbres nos empujan a crear una conversación, que no diálogo. En mi caso concreto lo incómodo del silencio (¿qué absurda convención ha llegado a proscribir el silencio en nuestra sociedad?) se acentuaba por el hecho de que ambos estábamos desnudos. No piensen mal, se trataba de una sauna.
Una cosa lleva a la otra, y llevados por un instrascendente puñado de anécdotas, más o menos graciosas, hemos llegado a un tema fascinante: los Estados Unidos, y más concretamente, lo peculiar de su sociedad (con respecto a la nuestra, claro está). No les voy a aburrir con una transcripción de nuestra, se lo prometo, inane charla, salvo una enumeración de tópicos tales como pena de muerte, armas, gastronomía, religiosidad, ignorancia,... Todos saben a qué me refiero.
Mi interlocutor, cuyo nombre conviene cubrir con un piadoso manto de silencio, monopolizó gran parte del intercambio de banalidades. No les voy a mentir, mi verborrea puede llegar a ser legendaria, pero ante lo que ante mis oídos estaba ocurriendo, decidí que escucharle perorar sería tan enriquecedor y fascinante como asistir a una conferencia.
Durante veinte minutos mi compañero de sauna amenizó nuestra estancia con un exhaustivo recorrido a todos los lugares comunes del tópico norteamericano, no sin trufarlos de alguna sólida reflexión cuasi-antropológica. Asombrado ante tamaña capacidad de análisis, digna del mismísimo Tocqueville, le pregunté cuántos años había permanecido sumergido, cual un Ignatius J. Reilly carnalizado, en la sociedad yanqui.
Su respuesta, que todos imaginan, me dejó sorprendido. Siempre había leído los habituales comentarios acerca de la superficialidad cognoscitiva de la llamada aldea global. Pero nunca creí comprobarlo en directo. El análisis racional, el estudio transversal y vertical, el espíritu crítico, ha sido sustituido por una "sabiduría de ultramarinos", donde se agolpan sin ton ni son multitud de productos, que son siempre una selección demasiado corta para cualquier consumidor medianamente serio.
Los medios de comunicación de masas, la cultura de masas en su globalidad (en ambos sentidos de la palabra), necesita de la inmediatez. Y así como la producción industrial, la economía, la política, se configuran en términos de lucha contra el reloj, así lo ha hecho el conocimiento. Hay mucho que conocer, y muy poco tiempo. Así que nos ha de bastar una ojeada, un segundo, para aprehender todas las claves superficiales de cualquier tema, y de ahí sacar conclusiones válidas, asimilables y comunicables.
En el caso concreto del que les hablaba, ¿qué sabía este hombre? Acerca de la pena de muerte, quizá dos o tres películas; acerca de los hábitos de consumo estadounidenses, cuatro tópicos que ve en las teleseries; sobre las armas, "Bowling for Columbine"; acerca de la religiosidad, las noticias sobre el debate creacinismo/evolucionismo en Arkansas; sobre la ignorancia, la abundante rumorología que versa sobre la supuesta estulticia del americano medio, que no sabe dónde está España.
Reflexionen un momento. Hagan un pequeño ejercicio de introspección: ¿qué saben? ¿sobre qué? El noventa por ciento de nuestro bagaje de conocimiento se basa en películas, series de televisión, titulares de periódico, páginas web, libros leídos deprisa y corriendo. Sobre esa endeble construcción sustentamos gran parte de nuestros juicios de valor. ¿Y después nos extrañamos?
No quiero con esto decir nada más que lo que digo. Simplemente me asombró la vehemencia y visceralidad del discurso, siendo como era totalmente insostenible. Y por eso me repugnan comentarios y discursos acerca de temas realmente trascendentes, mucho más que lo mucho que les gustan las papas fritas a los californianos.
Me he extendido demasiado. Me despido con una frase. "Un experto es aquel que sabe mucho acerca de poco. Si sigue profundizando en el estudio, empieza a saber cada vez más sobre cada vez menos, para terminar sabiéndolo todo acerca de nada".
Será mañana, con toda seguridad, cuando abandone mis viejos vicios. Será mañana cuando ordene el cuarto oscuro. Será mañana, sin falta, cuando acabe de una vez lo que dejé pendiente. Mañana saldré de este agujero. Será mañana, te lo juro, cuando empezaré de nuevo.
Nunca llegan los mañanas que esperamos. Nunca.
Hoy es el mañana de todos los ayer. Ese mañana que imaginamos hoy, un mañana diáfano, repleto de esa esperanza un poco ilusa, se transforma lentamente, paso a paso, en un hoy lleno de amargura, de rutina, de renuncias minimalistas y desnudas rendiciones.
Ayer jamás me imaginé que mañana recibiría lo que hoy he recibido. En nuestros planes no incluimos los fantasmas de las malas noticias, ni los desengaños. No programamos los fracasos como preparamos los triunfos. La mentira que nos contamos cada día nos hace un poco más libres. La verdad que cada día nos golpea nos hace un poco más esclavos.
Cada nuevo día que empieza, lo hace con una despedida y una traición. Mueren nuestros sueños, pero nos inventamos otros. Los llamamos "mañana".
Se ha producido un cambio necesario en la política de nuestro país. Aznar y su troupe han recibido un merecido varapalo.
Pese a todo, ¿no se puede criticar la labor miserable de la clase política, prácticamente en su conjunto? Hemos asistido a unas elecciones turbias, no por los resultados, sino por el desarrollo profundamente ruin de las jornadas previas. Mientras unos se dedicaban a mentir, los otros empleaban todo su arsenal mediático para lanzar invectivas contra unos y otros, mientras unos pocos ventajistas procuraban como fuera lanzar los muertos a uno u otro saco, según les conviniera.
Los medios de comunicación se han convertido en una máquina de desinformar, de intoxicar, de manipular, de mentir. En ellos hemos asistido a una de las más abyectas (me cito) expresiones de trapicheo moral. Desde periódicos como Libertad Digital a declaraciones panfletarias desde los medios afines al Partido Socialista y nacionalistas.
Y aún así, los ciudadanos de a pie, como siempre, han, hemos, demostrado con hechos que merecemos unos medios y unos políticos mejores. Realmente, y como decía el slogan socialista, merecemos un país mejor.
Ha sido imposible, y ya muchos lo temíamos, sustraernos al mercadeo miserable con la sangre de los muertos. Si ayer millones de manos blancas pedían paz y libertad, hoy son miles de manos ensangrentadas las que trafican vilmente con los heridos, con los muertos, para mayor gloria de lo que algunos denominan democracia.
Lo he dicho desde el principio, y no me escondo: es igual quien sea el autor de los crímenes, da lo mismo si las bombas fueron colocadas y activadas cobardemente por fanáticos del islam o la ikurriña. Da lo mismo, porque en esencia todos los terrorismos son iguales, y persiguen los mismos fines. El dolor, la rabia, la angustia, son exactamente iguales. La sangre derramada es igualmente roja, no importa si lo es en nombre del Corán o de un delirio étnico. Aunque les pueda parecer mentira, sobre todo después del intercambio de ideas de hoy, desde el principio sostuve, y no me quiero cargar de razón, que debatir sobre la autoría del crimen en aras de dios sabe qué legitimidad política, era un acto absolutamente despreciable.
No faltará quien me acuse de demagogia, ni de tibieza, en este foro, como no ha faltado quien me ha acusado de lo mismo cuando, en vivo y en directo, he sostenido la misma tesis. No faltará quien crea, y me reproche, mi falta de conciencia crítica, mi ausencia de compromiso político, mi ambigüedad e incluso, si eso fuera posible, mi indiferencia.
Hemos asistido en estos dos días de luto al más execrable espectáculo de la indignidad, al que muchos interlocutores han contribuido, sin duda con buena voluntad y con espíritu inquisitivo. No juzgo, cómo hacerlo, los motivos, ni pongo en duda la bonhomía de todos, sin excepción. Pero dicho esto, y queriendo dejarlo bien claro de antemano, no puedo menos que asombrarme de las cotas de mezquindad a las que, unos y otros, han llegado.
Cuando Jacques Rivette utilizó el título que yo, modestamente, he citado en mis dos mensajes, para definir la película de Pontecorvo "Kapo", se refería precisamente a esto. Decía Rivette "el hombre que en ese momento (el suicidio de la protagonista) decide hacer un travelling hacia delante para reencuadrar el cadáver en contrapicado [...] ese hombre merece el más profundo desprecio".
¿En qué se diferencia estetizar una muerte horrible, con dotarla de una significación atroz, partidaria, egoísta, ruin? ¿Respirarán más tranquilos si el lunes todo sale como desean? ¿Serán más felices? ¿Se habrá borrado la huella cruel del explosivo, si se demuestra que el gobierno ha mentido, que la oposición estaba equivocada, que fueron los vascos, que fueron los árabes? Si es cierto, que es posible lo sea, la manipulación y el uso canalla y repugnante de los cadáveres en manos de los políticos de este país, ¿en qué lugar quedan ustedes? ¿En qué lugar quedamos los que asistimos a esta vomitiva discusión? Pediría que alguien me explicara en qué momento hemos perdido la perspectiva, en qué minuto hemos dejado de pensar en las víctimas para dedicarse, dedicarnos (puesto que yo al leerlo soy también culpable), al ejercicio deleznable de la instrumentalización de los muertos. ¿Fue un cuarto de hora, una hora, doce horas, después de la explosión? ¿Fue mientras moría una niña de siete meses en el hospital, que algunos se dedicaban a arrojarse los cadáveres unos a otros, que algunos confesaban sentir alivio al ver sus tesis confirmadas, que algunos llamaban al diálogo, que algunos pedían penas de muerte, que algunos se acusaban de los crímenes a cambio de poder?
Ya lo dije, y lo vuelvo a decir. Llegarán los homenajes, y las canciones, y las efemérides. Llegarán los análisis, las consecuencias, los aniversarios. Y al final quedará, con el peso inmenso de la ignominia, el olvido. Y será entonces, y sólo entonces, cuando los terroristas sepan que han ganado.
No es fácil, y lo entiendo, sustraerse a la contienda política partidista, media mediante. No es nada fácil. Y sin embargo me asquea ver como nuestra sociedad olvida pronto, demasiado pronto la buena voluntad y las consignas de unidad, para chapalear en el ruedo político, inundado hasta los topes de sangre inocente, verdaderamente inocente, de las guerras, los nacionalismos, las manipulaciones y los rencores ya casi seculares.
No me refiero, aunque alguno esté sacando ya los puñales, particularmente a nadie. A lo largo de ayer y hoy se han sucedido patéticas actuaciones, de unos y de otros, con no menos patéticas declaraciones. ¿Son los mismos, eran los mismos, que ayer se manifestaban en todas las ciudades en contra del terrorismo y a favor de la paz, la unidad y la libertad? Seguramente sí, y es doblemente doloroso.
A pesar de todo, no tengo ningún consejo que darles, ninguna filípica que pudiera alumbrarnos sobre cómo deberíamos haber reaccionado. Me basta saber, estar convencido, de que la reacción que hemos tenido como sociedad me ha producido la mayor sensación de asco, lástima y desesperanza que he albergado en toda mi vida.
Con el espectáculo de hoy, señores, y lo digo con humildad pero con firmeza, he comprendido qué quería decir Machado con aquello de que "una de las dos Españas / ha de helarte el corazón". En mi caso, han sido las dos.
Un saludo a todos.