La imagen que tengo de este animal es la de un bicho tranquilo y pacífico, de nombre misterioso y gracioso que significa caballo de río, herbívoro, que pesa entre dos y cuatro mil kilos, que se revuelca alegremente en el barro como los cochinillos, que no se mete con nadie a no ser que le toquen los cojones, entonces puede ser muy peligroso. Más o menos como todo el mundo.
Ahora acaba de entrar en la lista de animales en mayor peligro de extinción del planeta. A mí me recuerda a una marca de pañales absorbentes, creo recordar, que tenía al simpático hipopótamo de logotipo. Y al tragabolas, un juego que hizo furor cuando yo aún era persona. También a los dibujos animados de Pepe Pótamo, ese que viajaba con un mono por el mundo en un globo. Se ve que los creadores de las animaciones de los años sesenta le pegaron bastante al tripi.
No sé por qué estos gigantescos seres que comen hierba, como los osos o los toros, me caen bien, contrariamente a las cucarachas, las serpientes, los alcaldes y concejales de Marbella, los constructores, los mafiosos o los presidentes de equipos de fútbol, o las personas que son las seis cosas a la vez, que serán pocas, pero menos deberían ser.
Será por su cabezota, será por su boca gigante de poderoso bostezo... será porque el único que he visto murió en un zoológico, con la barriga llena de latas de refrescos que le tiraba la gente al abrir las fauces. Cuando me enteré me entró un trauma infantil o algo parecido, porque no me imaginaba que podían existir especies que tiraran basura a otras especies por placer, pero al parecer así era.
En fin, cosas de los humanos, que no tienen otra cosa que hacer nada más que encarcelar y extinguir bichos.