Por estas fechas estoy más rara, más sentimental y más estúpida que de costumbre. Necesito más que se fijen en mí, que me hagan caso y que me digan que sí, pero no por culpa de nadie o de nada concreto. Todo se remonta a años atrás, cuando aún creía en el valor humano y esas cosas. Crecí creyendo en un único dios, el todopoderoso, el único culpable de nuestra absurda existencia, pero claro creía en esa existencia como un preciado regalo que debemos ir cuidando, un regalo por el que vas pagando durante cada uno de tus días. Crecí entendiendo por navidad la época en la que la tele se atiborra a películas de niños insoportables con un papa noel gordo y feo, también la época en la que me regalaban cosas que me duraban dos días, sin ningún por qué. Pero lo más importante es que en aquellos días a saber porqué, todos estaban más alegres como si el regalo en sí fueran aquellos días. Y claro, estábamos todos juntos viendo esos programas estúpidos. Eran otros principios, otros tiempos, otras personas. Juraría que el día que me alejé de ellas la mitad de mis sentimientos murieron. Tardé en entender que cuanto más me rebelara contra esta época, su estúpido consumismo, las caras de idiotas por unos cuantos regalos, cuanto más criticara esas cosas, menos respeto estaría teniendo por aquella yo de antaño, y por los que estaban con ella. El consumismo, la falsedad y todo lo que conlleva la navidad seguirá existiendo mientras los humanos necesitemos sentirnos más libres aún estando atados al dinero. Pero todos tienden a sonreír aunque el frío les congele las ideas y a, aunque sea mentira para ellos mismos, desear felicidad para alguien que no sean ellos mismos. Ya no creo en ese dios, y quizá esto haya contribuido a ello. Y nunca deseo feliz navidad ni nada por el estilo, pero no porque sea una maleducada, simplemente porque ya no significa nada, porque mi navidad murió.