un segurata en apuros

Desde este naranjal apartado donde embriagado por el olor del azahar contemplo la serena noche, se ve en el horizonte la gran cúpula dorada que forman las luces de Sevilla allá al fondo, rodeada de una corte de pequeñas cúpulas mas blancas y pequeñas de los pueblos de alrededor; a la derecha, La Rinconada y Brenes un poco mas arriba Mairena del Alcor y a su derecha sobre una colina o elevación Alcala de los Panaderos.

En la oscuridad en la que me encuentro parece como si las luces de los pueblos en el horizonte sostuviesen el plano de las pocas estrellas que se ven en un cielo de color indefinido, Marte rojo y brillante, Venus un foco blanco y redondo, la Osa Mayor con su peculiar forma de carro, solo están acompañadas por unas pocas estrellas que parecen iluminar a duras penas con su titileo frenético los escarceos amorosos de un potro y una yegua que entre los naranjos fluorescentes corretean. Los animales nocturnos son como pequeños espectros de duendes o hadas entre el follaje, el búho real con su vuelo silencioso se zambulle en un mar de verde extraño para atrapar a su presa, y yo en esta oscuridad que no es tal miro como transcurre una noche amortajada de luces extrañas.

Dicen que nuestros abuelos al mirar el cielo podían ver miles de estrellas, en este campo apartado, embriagado por el olor del azahar, solo los insectos reflejan en sus alas irisadas las luces de las ciudades pareciendo en sus revuelos estrellas errantes que surcan el cielo con extrañas trayectorias, los pájaros cantan como en un amanecer eterno.

En mi tierra los cielos tienen pocas estrellas y el negro se ha convertido en un color sucio y descolorido al que los poetas ya no quieren cantar.