Prrfffff yo creo que a la presión (atmosférica) le pasa algo, hoy está mutando fijo.
Llevo como alma en pena todo el puto día. Me ha faltado un suspiro para ponerme a llorar por la calle. Por ná, porque cuando el día me pesa, me pesa y punto. Porque en lugar de soltar un hijoputa y quedarme tan ancha, como haría en mis rutinarios días de furia urbana, me quedo callada, me siento, o me paro, o me ralentizo, y noto el cosquilleo húmedo subiendo por el cogote.
Pero no soy yo, no sólo yo. He comido en la mati (como muchos días aquí últimamente), me gusta comer en esa barra, porque si bajo sola, en una mesa el tiempo se alarga y mirando al vacío me aburro. De esta manera, en la barra, me sirven antes, me hablan o hablan con otros habituales, que es lo mismo, porque son conversaciones globales, abiertas para el que quiera. Hoy todos andábamos perdidos en el fondo de la nada. Nadie te preguntaba por tu semblante entre tristón y ausente. Y así ahorrábamos el mutuo esfuerzo de resoplar al son de cualquier ininteligible gruñido, o el de inventar alguna chorrada que justifique este desplome.
Me fumo el cigarro y hoy el humo me viene a la cara, así que fumo, saco el humo y soplo para apartarlo y resoplo de desgana. Aaaisss, queda toda una tarde por delante... es poco, -me digo-. Es poco.
Yo, lo que se dice llorar de risa, no lo hago mucho, pero la mayor parte de las veces que me ha pasado ha sido con mi señora madre.
La mujer habla por los codos. Sus anécdotas no son especialmente graciosas, la verdad, pero si a ella le han hecho gracia, estoy perdida. Empieza a hablar a intervalos entrecortados por su risa, se le humedecen unos ojos que achina hasta casi cerrarlos, y cada vez te explica menos. Junta las piernas como si de un momento a otro la flojera la fuese a traicionar y yo allí, totalmente perpleja, con la sonrisa mantenida y los ojos bien abiertos, hasta que por ciencia infusa (o porqué es la madre que me parió), consigo entender la situación que tanto esfuerzo le cuesta describir y a partir de ese momento, agarro el kleenex y ala! a soltar lagrimas, mocos y lo que haga falta.
Es un lujo.
Que la quiero yo mucho, hombre!, a pesar de repetirme tropecientas veces durante la mañana de hoy, que pase por su casa a recoger el melón. Que me lo ha dejado en la nevera. Que sobretodo, que está muy maduro, que pesa mucho y no se lo puede llevar en tren. Que está en el segundo estante (como si un melón se fuese a perder en una nevera), y que si quiero llevarme también la bolsa de ensalada, que me la lleve, pero que no me olvide... el puñetero melón.
Aaai, que melona es, pero que guapa, copón(s)! ™
El domingo murió la Simona, una abuelita de 87 años. Era pequeñita, de pelo cano y no le gustaba vestir de negro, prefería estampados algo más alegres. Estaba pasando este mes de septiembre en una residencia, porque su hija y su yerno estaban arreglando la casa. A ella le gustaba ir a la residencia, y a mi me parecía extraño, porque en su casa no le faltaba de nada. Esta mañana cuando su hija ha ido al centro a recoger las cosas que se quedaron allí, le han dicho que habría un par de abuelitos a los que la noticia les iba a resultar mucho más dura que al resto, a su mejor amiga y alguien más, (un amigo especial, muy probablemente). No le han dicho más y no ha preguntado.
A veces, -muchas de ellas a modo de coletilla o de disculpa por no amargar a quien te pregunta- respondes con un “era ya muy mayor”. La ley de vida se impone y es preferible que una hija entierre a una madre. Pero las frases hechas son frías y no entienden de vidas ni de sueños. ¿Dejamos de soñar despiertos cuando somos ancianos? ¿soñamos a corto plazo, o lo evitamos? No sé si la Simona fantaseaba con sus amigos, si planeaba o vivía el momento, si tenía actos secretos pendientes. No era mi abuela, pero a la mía tampoco se lo pregunté. No me quedan abuelos, y ya no podré preguntarlo.
“Nací en Cretas como podría haber nacido en cualquier otro pueblo, porque mi padre era peón caminero.”
Me estoy volviendo una adicta al relax, al tiempo suave, a los espacios entre actos, a la melodía lounge que me adormece sin perder conciencia. Trapichear con tiempo está carísimo y pocos te lo pasan a buen precio. Pero ya no puedo vivir sin mi chute, no de momento. Lo malo es que la vida es un gran centro de desintoxicación forzoso, del que sólo puedes escapar si te lías la manta a la cabeza y te arrastras. Tienen grandes métodos, teléfonos, agendas, mails, jefazos y todo tipo de productos, entes y cachivaches para quitarte. Y nadie te cree cuando agonizas, lo sé y ahora les engaño. Fresca y sana, poniendo cara de organizada, de seguridad, de conocer bien el terreno, así te dejan en paz, un poco en paz.
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¿Se puede ser inocente y lista? No es la primera vez (y visto lo visto tampoco será la última) que me llaman inocente. Lo curioso es que recibo siempre el calificativo de personas de mi entorno laboral, en realidad de la segunda capa de mi entorno. Los de la primera jamás me lo han dicho, es que tal vez sólo lo aparento. Aunque reconozco que no pillo algunas -bastantes- gracias y no mal pienso por sistema... Nu sé
...creo que cuando me pongo a ello no soy tan mala analista (en la tercera opción hasta suelo incluir lo de “piensa mal...”) y resuelvo bien muchas situaciones. No es que me importe mucho, ya me estoy haciendo a la inocencia, o a creérmela o a gustarme por la tranquilidad que me da.
Este robotico “asistente” de mi hoja en blanco no me deja pensar. Pone caritas y me da pena cerrarlo porque lo echa a patadas una bolita muy cabrona...
Así estoy desde hace unos días: en blanco. Con ganas de volver a esto del blog pero sin nada nuevo que contar. Es como cuando olvido algo, una cita en la consulta de la dietista, por ejemplo (no preguntéis, que ya pasó la paranoia), a lo que iba; lo olvidas y cuando al día siguiente lo recuerdas, te cuesta una barbaridad llamarla para soltar alguna excusa, así que lo dejas para más tarde, ya pensarás que decir. Cada hora que pasa es más difícil y cada día peor, al final eres sencillamente una impresentable, no vuelves jamás y andas por el barrio vigilante para no cruzarte con ella en la vida.
Con mi blog en blanco es más o menos lo mismo. Cuanto más tiempo pasa vacío, más espero a que suceda algo que merezca la pena contar... y así está la cosa: pinta como para no volver jamás.
Una impresentable conmigo misma, pátética. Huyendo de mis propias ganas de gritar, susurrar, comentar o retratar. Eso es algo lamentable...
Sé que son pocos los días extraños, pero cuando vengan querré sentarme aquí en mi diván y si se tercia poner música y tomarme una copa. La Speety dice que vendrá, hasta se dejará perseguir con mi cámara si lo conservo... Así que ponte mona y déjate, que ya sabes que si tu te quedas yo pierdo parte del miedo.