El espíritu de la ciudad
La película 'Grand Canyon' me ayudó a convencerme de que las ciudades tienen, todas ellas sin excepción, alma propia. Es una asunto sutil y en buena medida apenas perceptible. Pero yo trato de leer siempre en su alma cuando llego a una ciudad. El asunto de que nos despierta o no amor ese alma es algo independiente de su fealdad o de su belleza y, por eso mismo, las ciudades acaban enamorándonos o no según su corazón se comunique con el nuestro. Probablemente son sus habitantes quienes trazan, a lo largo de distintas generaciones, el carácter de una ciudad. Pero al cabo de los años o de los siglos, sucede que la ciudad acaba por impregnar a sus habitantes de su ser, los hace suyos. En todo caso, nos pasa con las ciudades como con los seres humanos del otro sexo: los hombres podemos enamorarnos de una mujer, o viceversa, aunque a esa persona se la tenga por fea y, al contrario, quedarnos fríos ante alguien de una hermosura deslumbrante. ¿Un olor, el tacto, su mirada, la forma de sonreír...? Quién lo sabe.
Para mí una de las ciudades que me transmite sentimientos gratos es Roma. Roma es más imperial que santa, por más que la habiten los papas, e incluso incita a los pecados veniales. Por supuesto, es una de las ciudades más romántica que conozco.
Escrito por Ricardo B. en Marzo 26, 2004 07:48 PM