Los árboles son seres alegres
Va a dar comienzo la primavera. Y es que a partir de ahora es probable que la predicción meteorológica pronostique días de mucho colorido.
Esta mañana, mientras paseaba, me quedé extasiado por el colorido floral que presentaban algunos árboles de la plaza que tengo delante de mi casa. Será porque me crié entre bosques, pero a mí me fascinan los árboles. Fue de bien pequeño cuando los árboles comenzaron a convertirse para mí en seres vivos, en criaturas reales que respiraban, que olían, que parecían sonreír después de los chaparrones y que, en cierta manera, ofrecían al vagabundo una cierta complicidad. Porque eso aprendí: que el árbol es uno de los más grandes y discretos amigos de los hombres. Nos protegen del sol y de la lluvia, pero además comunican una sensación de placidez. En su imponente quietud, son serenos, seguros de sí. Y parecen guardar una sabiduría honda sobre la vida que a los humanos se nos niega, como si supieran mejor que ninguna otra criatura qué es eso de nacer, permanecer en un lugar y luego morir. Llegué a pensar, cuando comencé a conocerlos, que esa sabiduría los hace alegres. Y hoy, no tengo ninguna duda de que los árboles son seres alegres.
Es más, la mayoría de los hombres, allá donde vayan, los quieren y los respetan íntimamente. En cierto modo, quienes los conocen bien, los consideran compañeros inseparables en el gran viaje de la vida hacia la muerte. Por ello, cuando leo en los periódicos alguna noticia sobre talas masivas de árboles en los bosques vírgenes, siento casi el dolor que me acomete cuando oigo hablar de matanzas de seres humanos. Y la vista de esos grandes camiones que transportan por carretera cientos de troncos de árboles cortados y desprovistos de hojas y de ramas, me produce un cierto escalofrío.
Escrito por Ricardo B. en Marzo 20, 2004 05:47 PM