Día de meditación
Hay días que me pongo a meditar. ¿Lo has hecho alguna vez? Anualmente, una semana después de pasadas las fiestas de Navidad. Cuando no hay nada especial que hacer, y por eso se convierte en un momento especial. El primer día en que, por fin, cada cosa regresa a su estado rutinario normal. Los familiares han vuelto a sus casas. También las Navidades han venido y se han ido, y como quiera que sea que hayan sido -buenas, malas, indiferentes-, ya se han acabado. Ha pasado el día de Navidad, el día de Año Nuevo y finalmente el de Reyes, y tanto si te has ido de juerga como si simplemente te has metido en la cama, ya ha finalizado todo. Todo ha quedado limpio ya de la porquería que siempre se produce en vacaciones, la casa está ordenada y las sobras han ido a parar a la basura. Es demasiado pronto para ponerse a preparar el viajecito de verano y demasiado pronto también para irse a tomar el sol a la playa.
Pero no puede decirse que se trate de un tiempo perdido por completo. Una tarde de domingo que dediques a pasear por tu barrio te informará de que la vida sigue su curso. Una mirada más detenida te muestra los brotes de la existencia de otra primavera a punto de aparecer en los árboles y, en la profundidad de sus lechos, los narcisos y los almendros sienten que algo comienza a moverse bajo sus pies. Y eso lo sabes porque tú mismo sientes que algo bulle también en tus propias raíces. Y los días son ya más largos.
Meditar no es cavilar, ni sentir, y ni siquiera meditar en el sentido religioso de la palabra. Es maravillarse a un nivel más profundo.
Este año me quedé maravillado la tarde del 'Día de Meditación'. Me puse a pensar en las chicas con las que había estado hacía tiempo. ¿Dónde se encontrarían ahora? ¿Qué aspecto tendrían? ¿Me habría perdido algo bueno? ¿Qué sucedería si intentara localizarlas y hacerles una llamada? ('Hey, soy yo.' '¿Quién?).
Me puse a pensar en aquella gente que todavía no lo saben, pero que no estarán ya aquí por estas fechas el año que viene para meditar. Si ya lo supieran ahora, ¿les ayudaría eso en algo? ¿Y qué pensar de todos esos niños que estarán aquí en esta misma época del año venidero, pero que, por el momento, no son más que un deseo de los padres?
Me puse a pensar en toda esa gente encerrada en la cárcel y torturada, sobre todo en aquellos que han sido castigados injustamente. ¿Tienen esperanzas?
En algún lugar del recorrido por ese camino de las cavilaciones del 'Día de Meditación', comencé a hacer pactos secretos conmigo mismo. Aquella clase de cosa que no cuentas a nadie porque no quieres que te pillen haciendo algo tan ridículo como los propósitos del Año Nuevo. Conservas este material en tu interior para no ser sorprendido en un renuncio, y que después no hagas aquello que has dicho que ibas a hacer. (Una vez confeccioné una lista con todo lo bueno que había realizado el año que acababa de finalizar y, a continuación, la expresé en forma de ficha de propósitos y le puse una fecha ya pasada. Eso sí que es hacer las cosas bien. 8-))
Cuando medito, recuerdo siempre los días pasados en el instituto. La vuelta al instituto la primera semana después de las vacaciones navideñas, prometiéndome secretamente a mí mismo que, ese año, iba a hacer las cosas mucho mejor. Y, ciertamente, las hacía mejor durante unos cuantos días. Nunca continuaba haciéndolas mejor -existen tantas maneras de distraerte cuando eres jovencito-, pero, al menos durante unos cuantos días -unos cuantos días de esperanzadora posibilidad había demostrado que, en efecto, podía hacerlas mejor. Si quería.
Ahora, pasados los treinta, en un momento de la experiencia en que se tiene un poquito de cuidado, en que todo es más incierto y uno se vuelve reflexivo, casi inconscientemente me prometo lo mismo. Podría hacerlo mejor. Y los políticos y el Papa y el resto de la Humanidad. Lo podríamos hacer mejor.
Me estoy acordando ahora de un cuento que oí sobre un hombre que encontró el caballo del rey y, como no sabía que era el caballo del rey, se lo quedó; pero el rey dio con él, lo arrestó e iba a ajusticiarlo por robar el caballo. El buen hombre trató de explicarse y dijo que aceptaría gustoso el castigo, pero ¿sabía el rey que podía enseñar a hablar al caballo y, de esta manera el rey se convertiría en un señor más poderoso, con un caballo que hablaba y todo? El rey pensó muy bien lo que podía perder y le concedió un año de plazo. Bueno, los amigos del buen hombre pensaban que estaba loco de remate. Pero el hombre les dijo: ¿Quién sabe?; el rey puede morir, yo puedo morir, el mundo puede acabarse, el rey puede olvidarse. Y a lo mejor, quizá, quizás, el caballo, pueda aprender a hablar.
Siempre debemos creer que puede pasar cualquier cosa.
Ésa es la razón por la que, cuando me preguntan dónde he estado, siempre digo: 'Ah, hablando con un caballo.' Así doy materia para meditar.
Escrito por Ricardo B. en Enero 23, 2004 06:58 PM