Abril 07, 2005
El té y tal... para rellenar
Borracho como una cuba, bailarín poseído. Se despertó (sin camiseta) en un lugar que le resultaba familiar. El descansillo. Vació sus bolsillos, intentando sorprenderse a sí mismo. Un teléfono móvil, una bolsita de té, tabaco de liar, dos chicles y medio posavasos de Heineken, de esos como de cartón.
Bajó al portal, y tal y como esperaba, encontró la cartera y las llaves de casa en el buzón. Salvado. Entró en aquello que la gente denominaba “hogar”, y fue directo a la bañera. Allí, se ahogó, por primera vez en su vida.
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Durante toda su vida había deseado visitar el Tíbet. Había oído maravillas del lugar; té con tsampa, monjes budistas, mucho frío, yaks y el paraíso de los amantes del trekking. Pero ahora que estaba allí, perdido en alguna parte de algún monte de alguna región, echaba de menos su vida de ejecutivo.
Fueron unos pastores los que alertaron del cadáver a las autoridades. Tardaron tres días en llegar. Congelación, resultaba evidente. Pero, una vez trasladado el cuerpo a su país, la familia no dudó en ahogar las penas a base de whisky. Whisky con hielos. Doble whisky con hielos.
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Juan José poseía los reflejos de un rape adulto. Bajito y con poco pelo, pero muchísimo dinero. Un Mercedes cuyo modelo no conocía, pero que tenía una tapicería de cuero agradable a la vista. Una juego de té con bordes de oro y diamantes incrustados, capricho de la mujer. Una casa en el campo con una cocina en la que cabía, sin mayores problemas, una pista de tenis.
Pero un día, tras un mal (y poco legal) negocio, lo perdió todo. Absolutamente todo. Fué entonces cuando conoció a Cristina. Sólo desde entonces es feliz.