Sin duda el tiempo pasa lentamente delante de un café. Era tarde, casi de noche, pero eso no dejaba de maravillar a Martín, hace unos meses, a estas horas, todavía estaba brillando el sol.
- La noche tiene algo misterioso - pensaba él mientras miraba a la calle, la gente caminaba cambiando el paisaje urbano atrapado al otro lado del cristal, eran peces inquietos dentro de una jaula transparente, una pecera en la que ya debía de hacer frío y podría verse la luna. Dentro, entre las paredes de la cafetería Colombia, se mezclaban los aromas de distintos cafés junto al olor a viejo del suelo de madera, aquel particular aroma que uno cree que mana de las sillas de forja y mesas de mármol, así como el fuerte aroma a tabaco de pipa de un señor que leía el periódico a esas horas. Fue entonces, cuando Martín cavilaba sobre el puzzle que eran los olores de aquel lugar, cuando ella entró.
Él al principio no reparó en su presencia, no hasta que se acercó a su mesa, dejó su taza y se sentó. – Te he estado buscando dos meses, desapareciste una vez de mi vida, pero por fin te encuentro y quiero que vuelvas a ella – Dijo clavándole fijamente a los ojos, él no le devolvió la mirada pero la intuyó, uno siempre siente cuando le miran de esa manera.
Martín no dejó que sus ojos abandonasen la fascinante vista de la ciudad, algunas luces empezaban a poblar las calles uniéndose a la armonía de farolas y focos que a lo lejos dibujaban serpientes sobre la oscuridad.
- Cuanta gente crees que habrá ahí afuera – dijo en tono casual, bajando su mano a donde recordaba que aún seguía su café y se lo llevó a los labios.
- ¿Perdona? – Ella no comprendió la pregunta
- Digo que cuánta gente crees que puede haber en esta ciudad… dos millones, tres, quizás cuatro…, ¿cuánta? – El café ya no estaba caliente, así que se lo acabó de un trago al terminar de hablar.
- Tres millones, quizás cuatro, no sé, pero mucha gente.- Esta vez la mirada de ella se posó sobre la gente que caminaba por la calle al otro lado del cristal. Pasó un breve lapso de silencio entre ambos mirando a ese infinito. Martín empezó a levantarse, colocó su silla y se fue hacía el mostrador. Buscó unas monedas que dejó en la barra e hizo un gesto indicando dos personas señalándola. Cuando acabó, caminó en dirección a la mesa.
- Me has encontrado entre cuatro millones de personas, yo seré ahora el que busque, y cuando te encuentre, ya nada del mundo podrá separarnos – Martín miró una última vez hacía la chica con la que había compartido mesa, sabía su nombre, la recordaba. La encontraría. Después salió hacía la calle, mezclándose con la ciudad.
Mientras ella tomaba café que mezclaba con azúcar y lágrimas. Esperando.