Hace un tiempo, vi venir a mi amigo Franco con una particular expresión dibujada en la cara. Un aire como ensimismado, de ésos que te hacen chocar con personas y objetos sin que te des cuenta. Obviamente (lo conozco hace años), supe que iba a salirme con una de las suyas. Y no me equivocaba.
-Ando atràs de algo... -empezó.
-¿De qué? -le pregunte.
-No sé muy bien todavía, pero decime... ¿Qué te parece a vos? ¿La escritura es un medio de comunicación?
-...
No supe contestarle en ese momento. Y anduve (anduvimos) ensimismado durante varios días, tratando de elaborar una respuesta adecuada para ese dilema. El caso es que hallamos el corpus de textos pertenecientes a un Taller de Lectura y Escritura. Y dentro de ese corpus, denominado "Hipertexto", me encontré con la sentencia de W. Ong, en su Oralidad y escritura: La escritura es una tecnología profundamente interiorizada en el ser humano. Tan interiorizada se encuentra, que hoy en día la consideramos como algo completamente natural. Y, sin embargo, por más que no nos percatamos de ello, esta tecnología necesita de otras herramientas externas (lápiz o lapicera, y papel o superficies escribibles).
Pero el filósofo griego Platón, en su Fedro, sostiene que la escritura, aunque es un medio contra la dificultad de aprender y retener. se convierte además en un incentivo para el olvido, ya que se deja a los carácteres materiales el cuidado de reproducir sus recuerdos cuando en el espíritu se hayan borrado.
Elevados pensamientos y teorías, sí señor. Sin embargo, no puedo dejar de obviar un hecho capital: cuando escribimos una carta, o un e-mail, o inclusive un simple post con pretensiones de trascendencia, estamos comunicándole algo a alguien. Nos estamos dirigiendo a un lector, ideal si se quiere, que, más tarde o más temprano se topará con toda la carga de significaciones que transportan las palabras vertidas en el papel, o en la pantalla del ordenador.
"Es imposible no comunicar", se ha repetido hasta el hartazgo. Es cierto. Y mucho más imposible es no comunicar cuando de la escritura se trata. La escritura es lo que trasciende en el tiempo, el registro preciso y sesudo de una idea, una acción, una descripción y todo lo que pueda el ser humano imaginarse.
La escritura, por lo tanto, se me antoja perfectamente como un medio de comunicación. Y más aún, pienso que es un instrumento de poder, manipulación y dominación. Sus alcances dependen de la influencia que el escribiente posea. Y sin embargo, aún en el caso de un escriba que sólo puede llegar a sí mismo (pensemos en el caso de un diario íntimo llevado al extremo), esas anotaciones que a nadie más interesan pueden hacer que, muchos años después, esa persona que llevaba un diario se emocione o avergüence al releer su registro particular de los tiempos pasados. Y eso no es malo, al contrario. Siempre está a mano el superior poder del fuego, diría el viejo y querido Bradbury.
Si nadie te abraza, lo harás.
(Los 7 Delfines - Tu orden)
Me acuerdo de que la lluvia te mojaba, y vos la sentías a través de la tela de ese vestido corto y celeste, como veteado de nubes. Era el mismo que habías usado a veces, para disfrutar las caricias del sol. Pero ahora era la lluvia que te mojaba, y entonces vos levantabas la cabeza; de cara hacia el cielo, cerrabas los ojos, abrías la boca, extendías los brazos y te convertías en una cruz. Una cruz que por el agua se dejaba acariciar.
Pero no estabas feliz. Y tus lágrimas se mezclaban con las gotas de lluvia, en una comunión que iba resbalando lentamente por tus mejillas.
Yo te miraba llorar, acurrucada junto a tus plantas. Tu jardín del balcón, que con tanto amor habías regado, cuidado, acomodado y contemplado durante esos años. Te miraba, cuando acariciabas las hojas de las plantas y les hablabas, repentinamente cercana al mar, con palabras silenciosas y dulces. Pero ellas no entendían. Porque vos te ibas a ir y no podías llevarlas con vos; porque las plantas, decías, son hijas de la tierra que las vio nacer y crecer. Y estaban destinadas, algún día, a morir en ese lugar. No como nosotros, criaturas errantes, extraños seres que se dedican a deambular por los días y por las noches, en ciudades infestadas de tinieblas, en antros de la perdición, en parques tapizados por el crujir de las hojas secas en otoño... No como nosotros, que nos dedicamos a vagar, errantes criaturas dotadas con el don o la maldita tortura del movimiento... No como nosotros, condenados a vagabundear de acá para allá, en buscad e algo que no conocemos y se nos vuelve siempre esquivo. Y cuando finalmente creemos haber hallado un cierto asentamiento, éste resulta de una realidad ilusoria... y así debemos emprender, una vez más, la marcha que nos conduce a otros lugares y otras gentes.
Y vos ya sabías que lo que buscabas se encontraba más abajo, más profundo. En realidad, te habías dado cuenta de eso la tarde que una viejita del sexto (ya se sabe de lo que son capaces las víboras) te contó la historia final del anterior ocupante del departamento, ¿te aocrdás? El que había fallecido por culpa de algunos tornillos flojos en la baranda de tu balcón. Sin embargo, en aquel entonces no le diste demasiada importancia a su advertencia velada... aunque algo en esas palabras te había indicado un camino posible.
Ahora, poco a poco, y hablando todavía con tu jardín, te encaramabas a la baranda y al borde del balcón. Entre sollozos mirabas hacia abajo, a la gran avenida y su desfile de automotores y gente. Y de repente, empezabas a reírte, porque te acordabas de algo que habías leído sobre el aplastamiento de las gotas, que era como un suicidio desde el borde. Pero un suicidio involuntario, a veces, que siempre terminaba en un sonoro plaf, con la redonda complicidad de la gravedad. Y vos te veías en esa situación, una entre miles de gotas que pedían caer hacia su destino. Era seductor.
Y yo, aunque vos no podías verme ni saberlo, yo te miraba y tenía ganas de abrazarte y decirte que partir no implicaba morir; que ya volverías a disfrutar de un jardín... pero no podía hacer nada mientras te despedías de tus plantitas y les decías que ibas a buscar, por fin, tu lugar, tu tierra, tu reposo, un lugar donde volver a nacer y crecer; porque, en el fondo, vos eras como ellas, una hija de la tierra. Por más que a veces te movieras, como deberías hacer ahora para desplazarte y llegar a ese centro que anhelabas.
Y entonces, yo miraba, con los ojos muy abiertos y una muda protesta, cómo tus manos soltaban esa baranda (que esta vez sería inocente). Y tus pies sentían, la última vez, esa levedad que constituye el vacío... como las manitas de las gotas en movimiento.
Y te reías, y llorabas... de pura felicidad.
Seguramente, la brisa te llevó mis palabras: Adiós, gotita, adiós.
Y el inocente niño que caminaba por la vereda de enfrente, ese niño que se resistía a cobijarse bajo el paragüas protector que le ofrecía su madre, te vio también, y exclamó: ¡Mirá, mamá! Un ángel está cayendo del cielo.
El famoso temor a la página en blanco. El miedo que asalta a todo el que, en mayor o menor medida, dedica algunos minutos de su insulso día, o de su gris vida, a escribir.
La necesidad de llenar esa hoja, esos renglones, ese espacio insoportablemente vacío; llenarlo con palabras, con dibujos, con garabatos, con algo que oponga su presencia a la ausencia, a esa nada que extiende sus tentáculos como buscando apoderarse de la existencia de uno mismo.
¿A quién no le sucedió alguna vez? Tu cerebro bulle en ideas que piden a gritos ser formalizadas en el papel, pero la lapicera descansa mansita junto a esa hoja. Y vos la mirás, como si de un objeto extraterrestre se tratara: con una mezcla de curiosidad, fascinación y miedo...
Dante, Jonathan, Edgar, Howard, León, Ernest, Roberto, Julio, Osvaldo, Martín y tantos otros. ¿Cuál de ellos, en medio de su genialidad, podría atestiguar que no sufrió el horror vacui alguna vez? ¿Quién puede jurar sobre la Biblia que jamás tuvo complicaciones a la hora de poner una idea por escrito?
Y nosotros, autores sin pasado, que aspiramos secretamente a que nuestro weblog se convierta, algún día, en nuestra obra maestra, nuestro legado a esa humanidad tan deshumanizada; nosotros, simples autores "sin prestigio académico ni autoridad alguna"; nosotros, advenedizos con ínfulas de grandeza; nosotros, los despreciados por esa masa amorfa de aprendices que se limitan a coincidir con un autor cuyo apellido no son capaces de citar correctamente; nosotros, ¿qué podemos decir al respecto? ¿Cómo nos sentimos cuando abrimos el Notepad con la idea de plasmar una idea y nos damos cuenta de que no tenemos idea de cómo transcribir esa idea con palabras que reflejen fielmente la idea? ¿Acaso no nos invade la desesperación? ¿Acaso no sufrimos el bloqueo? ¿Acaso no nos ponemos nerviosos? ¿Acaso no llamamos a gritos a alguna musa inspiradora que nos dicte alguna insignificancia ingeniosa, salvadora, que nos proporcione la ilusión ilusoria de que los minutos no fueron desperdiciados?
¿Y si este post fuera precisamente eso, un truco de prestidigitador para decir algo cuando no hay nada que decir? ¿Y si ahora vos, lector, te sentís engañado? ¿Y si considerás que te hice desperdiciar valiosos minutos de tu tiempo? ¿De ese tiempo que le quitás al trabajo? ¿De ese tiempo que le robás al estudio? ¿De ese tiempo que le robás a la educación de tu hij@? ¿No te provoca odio, y horror, darte cuenta de que todo el tiempo estuviste mirando lo mismo, una página en blanco? ¿No sentís la comezón en la boca del estómago, el miedo, la culpa, el horror de comprobar que tu propia existencia se transforma? ¿Que tu propia existencia pasa de ese monótono tinte grisáceo al blanco de la más pura nada? Ojalá eso te de la tranquilidad de saberte muerto, lector. Porque eso sí que es algo.
Lo que sigue son extractos de una entrevista realizada a Martín Caparrós en Agosto del 2001, a propósito de su novela Un día en la vida de Dios, publicada por Seix Barral.
Porque Dios es un hombre viejo, con largas barbas blancas, sentado en el cielo.
Sí, en nuestra cultura judeocristiana, en sentido estricto, sin duda. Sin embargo, dentro de la cultura judeocristiana, hay restos de momentos previos al que cristalizó la Biblia, en los que Dios era femenino. Y esos restos todavía se ven incluso en algunos pasajes del Antiguo Testamento. Es lo que ha quedado de esa idea primera de que Dios era femenino. Se supone que la mayor parte de las culturas han tenido diosas, el rol creador de la mujer es evidente. Más que el de los hombres.
(...)
Una parte divertida del libro es la de Abraham y Sara y el faraón en Egipto. Es una visión un poco picante de la historia del patriarca que se narra en el Antiguo Testamento.
Parece picante porque nadie lee la Biblia. A mí me sorprende encontrar que la Biblia dice con toda claridad que Abraham se hace pasar por hermano de Sara porque al faraón le gustaba Sara como mujer y la deseaba. Entonces, él, para sacar algún beneficio a la belleza de su mujer, se hace pasar por su hermano. Eso está en la Biblia, está en el Antiguo Testamento, ahí sí que no inventé nada. Sin embargo, se tiende a pensar que esos grandes libros son como los curas quieren hacernos creer que son. En general son una síntesis de todo lo humano, están llenos de crueldades increíbles, de bajezas notables, de sexo y droga y rock and roll, de todo lo que hay en la vida de los hombres. Son relatos sobre los hombres que toman como pretexto a un Dios para contarse.
En la novela usted trata de mostrar cómo hace Dios para entender este mundo extrañísimo que inventaron sus hombres. ¿Cuál es su estrategia?
Lo que hace Dios es venir de tanto en tanto a este mundo, encarnarse en alguien y tratar de completar su aprendizaje. Y lo completa tanto que termina despreciando y odiando a los hombres. Elegí momentos sucesivos de la historia. Esos momentos terminan conformado ese día en la vida de Dios, el día en que se ocupa de ese pedrusco lejano que llamamos la Tierra. Es una sucesión que elige distintos momentos en la historia de la humanidad, desde el caso de un luchador egipcio en Tebas, del 2000 A.C. hasta la época de la construcción de la bomba atómica en Los Alamos. El tono del texto es bastante homogéneo. Todas esas escenas están contadas por el mismo narrador, que es Dios, y no va a andar cambiando de tonos por 100 años más o 300 años menos. ¡No le vas a pedir esas minucias!
(...)
(Un día en la vida de Dios, su novela) es un paseo de lo más picaresco que puede parecer ambicioso desde cierta chatura en la que a veces nos regodeamos. Y yo no pienso en mi actitud como escritor. Escribo. Esa me diferencia de cierta tradición en la literatura argentina en que está llena de escritores que piensan en su posición de escritor. A mí me divierte más escribir.
(...)
Si yo fuera un creyente de verdad, trataría de disimular por todos los medios que Dios es responsable de este desastre. Lo que me atrae de la historia es esa especie de desesperación que le agarra a Dios cuando se da cuenta de que los hombres que inventó no entienden nada, cuando ve que los hombres que inventó inventaron a su vez sus dioses que no tienen nada que ver con ella que es una especie de pobre trabajadora venida a menos, mal considerada en su empleo. Ver cómo intenta hacer algo con eso sin conseguirlo, sin lograr torcer el rumbo de esa necedad, y cómo finalmente termina hartándose de todo y dándole a los hombres su merecido, me hace gracia.
Cuando usted habla de sus lecturas, menciona libros históricos, antropológicos, filosóficos. ¿No lee literatura?
Yo soy generoso y olvido. Es cierto que leo más historia, antropología, ensayos que literatura.
¿Lo nutre más para sus libros?
No. Para nutrirme prefiero los fideos. Y sin embargo esta novela es el resultado de la lectura de un libro bastante malo del autor de La naranja mecánica, Anthony Burgess, que a mí me parece un gran autor menor, aunque tiene una novela genial como Poderes terrenales. Estaba leyendo un libro muy malo de él que creo que se llama Ultimas noticias del mundo. No tenía nada que ver con mi tema, pero me hizo pensar en esta idea de la visión subjetiva de Dios. Lo cual demostraría que la literatura se multiplica a sí misma. ¿Para qué sirve la literatura sino para producir más literatura que a su vez sea consumida como literatura para que a su vez produzca más literatura?
¿También la mala?
Sí, la literatura ha perdido casi toda relación con el mundo y funciona en ese círculo cerrado. Y así estamos, bienvenido sea.
(...)
Estoy cada vez más principista. Leo solamente los inicios de los libros. Estuve leyendo el principio del último libro de Don DeLillo porque me gusta mucho el baseball. Luego empecé a leer el famoso principio de Moby Dick, de Melville. Y estoy a punto de desarrollar una hipótesis sobre la cual sólo hay que leer principios, porque son los sectores de los libros en los que los autores más han trabajado. Suelen ser los mejores. Por otra parte, para dedicarse a una forma de la lectura histérica que sería como la más productiva, esa lectura que te deja con las ganas, habría que leer sólo principios. Una lectura que no resuelva.
¿Que no se consuma?
Claro, que no se consuma, que no resuelva sus propias contradicciones y, por lo tanto, trate de crear alguna contradicción que opere sobre lo exterior. Para eso habría que leer sólo principios.
(...)
Dios, totalmente ofendida e indignada con lo que los hombres han hecho del mundo, les da, o cree que les da, los medios para acabar con ese mundo, que en este caso sería la bomba atómica. Después ella descubre que ni siquiera ha sido capaz de eso.
Algunos de los rasgos que suelen atribuirse con insistencia a la narrativa del siglo XX aparecen aquí: el narcisismo, la ficción dentro de la ficción, la escritura que narra la historia de la escritura, la concentración extrema de los tiempos.
En cuanto a la condensación de los tiempos, para cada cual un día puede sugerir cosas muy distintas. Para Dios y para mi novela, un día es el tiempo que dura poco más o menos la historia humana. Así que su vida dura todo eso. Una figura quizá sí bastante conocida en la literatura contemporánea es la del narrador que no termina de entender lo que narra. En ese sentido, Dios me parece como el mejor ejemplo de eso, una narradora que no consigue entender lo que está contando. Lástima que lo que está contando es la historia del mundo. Y en cuanto a estas otras características de las que hablabas, del narcisismo, de la autoreferencia, espero que por una vez no me acusen de estar haciendo mi autobiografía cuando cuento la vida de Dios.
Un par de días después pasé por el vecindario a reconocer la zona, a intentar hablar con algún vecino, a ver qué más podía saber. No encontré mucho: me repitieron un poco lo que ya había leído en los diarios, y cuando les preguntaba por la anciana me decían que era (había sido) “normal”. La palabra se repetía en uno y otro diálogo, y llegó un momento que me cansó. ¿Qué quería decir que la viejecita era “normal”? Una vez se produjo el siguiente diálogo:
–¿Cómo era la anciana?
–Y... normal.
–¿Cómo que “normal”?
–Y, sí... normal.
–Pero, ¿a qué se refiere con “normal”?
–¿Cómo a qué...? Normal, era una viejita normal, qué sé yo. Vivía en su casa... eh... iba al supermercado... Qué sé yo... Hacía una vida normal.
–O sea, normal...
–Claro, normal.
–¿Y qué es una “vida normal”?
–Eso que le dije.
–¿...?
–No sé, ¿usted nunca vio una viejita normal? Con el changuito... esas cosas...
–Esas cosas...
–Sí, esas cosas.
–Cosas...
–Sí, con sus cosas... esteee... cosasss... normales...
–Ahá. Ahora me quedó más claro.
Contemplaba su imagen en el espejo y no dejaba de maravillarse de su transparencia. Las cortinas ondulaban en la ventana. La luna llena bañaba con su luz mortecina el balcón.
Se volvió lentamente, atravesó el cortinaje y salió de la habitación. Extendió sus brazos en cruz y saltó, perdiéndose en las profundidades de la noche y el cielo inescrutable.
Había muerto haciá días, pero volvió en busca de su corazón. Al arrancarlo, en el lecho cubierto de pétalos quedaron los frágiles huesos de un esqueleto. Un reguero de sangre marcaba su derrotero: desde la cabecera de la cama hasta la zona del espejo, y de allí al balcón. Luego, la verde hierba del jardín absorvió las restantes pruebas de su (in)mortalidad.
Ahora, me observa fijamente a través del cristal de mi ventana.
Caminaba de noche por la ciudad, huyendo de la luz del día. Se cruzaba con cientos de extraños. Seres que no registraban su presencia, y que no se dignaban a dirigirle una mirada. Era un anónimo, un nadie, alguien más de la multitud urbana, que no merecía más atención de la que se le prestaría a una mosca.
Esta mañana, los sirvientes lo encontraron (cosa extraña) en su casa, un elegante chalet de Villa Urquiza. estaba durmiendo en el living, desnudo, bañado en sangre. Mató a sus padres. Les despedazó la garganta a mordiscos. Y ahora es visible, aunque la luz del sol que se filtra por la ventana del calabozo pareciera consumirlo.
(En vista de que nuestros silenciosos lectores no hacen méritos suficientes como para que el misterioso cuestionario de Matrix sea publicado en este blog, me limito a poner un post de relleno que viene a enganchar, de algún modo, con las citas fragmentarias. ATPC.)
Un día descubrí que nada me incentivaba más para escribir que leer. Por ejemplo: leía una novela de piratas y quería escribir algo de aventuras; o leía un artículo de opinión y quería rebatirlo; o bien leía un cuento “original” (dentro de lo que se puede, ya se sabe) y tenía ganas de hacer uno propio.
Algún malpensado dirá: “Es un envidioso”. No, por favor. Se trata de una respuesta a un estímulo. El artículo de opinión, por ejemplo, es lo más estimulante que existe entre los géneros periodísticos, porque te obliga a pensar sobre un tema, a analizarlo, a cuestionar los argumentos (y, muchas veces, las intenciones) del autor, y te condena a ordenar las ideas que te surgen en una exposición. Así es como se me da por escribir una respuesta. Con las novelas, en cambio, ocurre siempre una suerte de vicio perfeccionista. Uno dice: “Sí, me gustó la novela, pero acá hubiera sacado a tal personaje, y allá habría hecho que pasara tal cosa”. Luego, uno siente deseos de crear una trama para incluir todo aquello que (pensó) debería haber estado en la novela.
En cuanto a los cuentos “originales”, siempre te abren un camino, te enseñan una puerta. Pero, al mismo tiempo, te insinúan que hay muchas otras por descubrir. Y ése es el estímulo. Basta con que aparezca un planeta con vida para que se nos dé por salir a buscar otros.
Así que, supongo que se entiende, no es envidia.
Pero (siguiendo el rastro de los fragmentos) creo que lo más estimulante de todo son los pedazos inconclusos, los trozos, los retazos. Un párrafo, un mísero párrafo, sacado de contexto y arrojado al océano de las palabras, es a veces el principal disparador de ideas que jamás se pueda encontrar.
Es increíble todo lo que entra en un párrafo...
P.D.: También supongo que la esperanza de que el texto propio genere estímulos en otros escritores (o potenciales escritores) es, a su vez, un estímulo para escribir.
04 - Sábado 28 de Junio del 2003.
Con demasiada frecuencia me pregunto si puedo creer en el amor a primera vista. Y generalmente no sé cómo contestarme. Tal vez, conocer a una persona así, de golpe, sólo implique sentirse atraído por su belleza física. Es lo más normal, y a la vez lo más natural.
Sin embargo, hay algo que lleva todo más allá. Me refiero a los detalles que surgen en una charla. En apariencia trivial, genera puntos de contacto en común. Gustos y opiniones. A veces, también podés encontrar diferencias. Y es ahí cuando se vuelve más interesante descubrir a esa mujer.
Una postal de La Cigale, y en el dorso, Patricia escribió, la primera noche que la vi, anoche:
"Acción y Reacción / Bs. As. = Noche / Causa y Efecto / Los sonidos vienen del alma, no de la voz. Por eso son pocos los que me escuchan, aunque todos me oyen."
Y yo, en una postal similar, me limité a escribir:
Patricia, acordate de una noche húmeda en Bs. As.
Quisimos sintetizar todo, creo yo. La noche de Buenos Aires que compartimos, y la llovizna húmeda que caía. Y también...
También creí tener un destello de su alma, en sus ojos. Como un ángel negro que me hechizara para siempre.
(...)
LOS NOVIOS
"La primera aparición increíble que encontré en las narraciones del plebeyo fue la de los novios. Los novios, ¿cómo definirlos? Hemos escuchado miles de historias sobre los novios, algunas buenas, algunas malas. Todas ellas refieren a seres que rondan en torno a hermosas doncellas, aunque algunas veces aparecen mencionados también muchachos poco valientes. Se dice que es natural que las niñas tengan un novio a su lado, aunque también se ha oído de lo terrible que es eso, tanto en boca de hombres como de mujeres, de ancianos y de ancianas, de niños y de niñas. Pues bien, la biografía era, en este sentido, sumamente clara y no dejaba lugar a la duda. El biografiado, o autobiografiado, aparentaba tener un preciso conocimiento de dichas alimañas; es más, se podría decir que tenía forma de verlos o de identificarlos, o de sentir su presencia. Según lo que se desprende del análisis de sus historias, los novios son unas criaturas que, por su accionar y su maldad, pueden compararse a los gremlins, a los duendes o a los geniecillos malvados. Por su materialidad, podría decirse que son criaturas etéreas o fantasmagóricas, en cualquier caso invisibles, que se apoderan de la conciencia de jóvenes bellas e inteligentes. No es extraño que, hoy por hoy, casi todas las jóvenes bellas e inteligentes estén asediadas por esas inmundas creaciones del Averno.
"No me pregunten por qué sólo ellas -hasta donde sé- son víctimas de estos seres. Como bien sabrán todos ustedes, la mitología es así: algunos demonios prefieren a las vírgenes, otros a los nacidos en días pares, algunos los quieren dóciles y estúpidos, y algún otro los querrá a todos. Por mi parte, nunca he sido víctima de un novio ni creo que lo vaya a ser.
"Estimo que los novios -y aquí mi escepticismo me condenó a no considerar durante mucho tiempo otras pruebas que había tenido a la vista- actúan a modo de consejeros. Por decirlo de manera gráfica, se parecen al diablo y el angelito de los dibujitos animados, pero sin el angelito. Se diría incluso que poseen un control a distancia, es decir, que pueden controlar la mente de la víctima aún a varios kilómetros de separación. Déjeseme ilustrar el asunto con un ejemplo extraído de la maravillosa biografía que les mencioné, fechado como 'sábado 25'.
"En la biografía se describe una situación cualquiera, típica de una fiesta. El protagonista de la biografía (ni joven, ni bello, ni inteligente, ni mujer) da vueltas en busca de algo divertido que hacer para darle un poco de sentido a la trasnochada. De pronto, en ese errático deambular, se topa con los ojos verdes más hermosos que ha visto en su vida: a partir de allí, todo lo que rodea esos ojos será también precioso, desde los rulos castaños, los labios delgados y rosados, el rostro sin maquillaje, cualquier cosa. El protagonista se acerca con la obligación autoimpuesta de conocer a la dueña de esos ojos: se para junto a ella y busca la primer excusa que se cruce en su camino para entablar una conversación. Por ejemplo, por cierto gesto (el ceño fruncido) y por la posición en la habitación (alejada de los parlantes) nuestro héroe (el protagonista) se percata de que a los ojos verdes les molesta el volumen de la música. Entonces suelta al pasar:
"-Es insoportable tanto ruido, ¿no?
"-Un poco. No es mala música, pero está un poco fuerte... -dice ella.
"¡Objetivo conseguido! Al menos eso cree el biografiado que, siguiendo la perspectiva pesimista, se esperaba un "Mmmsé...", seco, duro, tajante. Pero no, ella responde y deja abierta la puerta para que el valiente y aburrido deambulador de fiestas meta otro bocadillo:
"-Sí, eso es cierto. Yo acepté venir a esta fiesta por mi amigo y porque sabía que iban a pasar buena música, si no...
"-La verdad, yo no tenía idea de que fueran a pasar estos temas. En realidad vine porque mi novio dijo, y...
"¡Maldición! ¡Apareció! La inmunda criatura se hace presente en el preciso momento en que el héroe se disponía a acomodarse vaya a saber uno contra qué repisa o mueble, con toda la intención de conversar largo y tendido el tiempo que hiciera falta para atravesar la profundidad de esos ojos verdes. Pero no, no y no, el mitológico ser aparece en toda su dimensión aconsejando a la joven bella e inteligente. Y lo que es peor, se delata, se denuncia, se hace nombrar. El héroe se queda petrificado y sin tema de conversación, y de inmediato se siente un imbécil de primera. El geniecillo malvado está allí presente y ya nada podrá ser de la forma en que lo había previsto. El novio se encargará de que todo salga mal.
"-Ah... -atina a balbucear el héroe.
"Ella, haciéndose la desentendida respecto de las oscuras intenciones de nuestro protagonista, sigue conversando como si nada. Pero, para esa altura, el trasnochado aburrido descubre que las palabras que ella pronuncia las dicta el mismísimo malvado geniecillo, a saber:
"-¿Así que vos lo conocés a Juancho? (Juancho es el anfitrión, se sobreentiende).
"-Sí -contesta el héroe con toda la sequedad, dureza y frialdad que no le habría tolerado a ella. Y después, consciente de ese error, agrega -De la primaria. Fuimos a la escuela juntos.
"-Nosotros lo conocimos en el secundario -dice ella.
"'¿Nosotros?', se pregunta el héroe. '¿Nosotros qué? ¿Así que son uno para el otro?'. Y uno se da cuenta de que el protagonista comprende que el malvado geniecillo, denunciado públicamente por la boca de la bella doncella, tiene el tupé de desenmascararse y hablar en nombre de los dos. Y que posee control sobre ella desde el secundario. El protagonista, resignado, hace como que ve a un conocido en la otra punta del salón, se disculpa y se aleja dejando atrás a los ojos verdes más hermosos que ha visto en su vida".
(...)
Post acerca de un ATAQUE INJUSTIFICADO.
En este mar de contradicciones que somos todos y cada uno de nosotros (primer lugar común), yo estoy dispuesto a asumir mis actos (segundo lugar común). Puedo pedir disculpas a quienes he ofendido sin querer (tercer lugar común), pero no me arrepiento de mis dichos (cuarto lugar común). Quizás (quinto lugar común), más que criticar a los demás, quería criticarme a mí mismo (sexto lugar común). Porque, si leen con atención (séptimo lugar común), he remarcado con especial énfasis la frase "yo también soy uno más de esos idiotas". Por otra parte, el título debió haber servido de guía suficiente para comprender el contenido del texto y su carga de estúpida y resentida rabia iracunda: "ATAQUE INJUSTIFICADO". Pues era eso, un golpe gratuito a esa parte de nosotros que día a día nos machaca el cerebro para hacernos sentir más pusilánimes, miserables, inmundamente insignificantes (octavo lugar común). ¿O acaso jamás se sintieron como idiotas, como el tonto de la película, como ese imbécil que sólo existe para ser vapuleado y burlado permanentemente? (noveno lugar común).
Trataré de ponerlos en situación:
(la entera situación puede resultar, para muchos, el décimo lugar común)
Un día cualquiera, me siento frente al monitor y trato de leer algo que me deje pensado (undécimo lugar común), o de participar en alguna discusión interesante y productiva (duodécimo lugar común). Por ejemplo, voy a algún blog concurrido y busco un post interesante. Quizás lo encuentro, y hasta me emociono. Voy a los comentarios pero... ¡oh, sorpresa! Está todo lleno de "ocurrencias", chistes internos, o respuestas cuasi adolscentes en las que sus autores prefieren dejar signos de su identidad ("me gusta la noche", o "leo Kafka", o "soy un punkie", etc.) antes que participar del núcleo del debate. Me deprimo un poco. Me enojo. Pero pronto me doy cuenta de que, en más de una oportunidad, yo también he hecho alguna de esas idioteces. Entonces salgo a descargar mi ira en un post ridículo y absurdo (decimotercer lugar común).
En fin, la cuestión es que algunos se lo tomaron muy a pecho, como si de un ataque personal se tratara (me imagino que frases como "Váyanse todos a la mierda" eran una invitación al enojo); otros trataron de entender lo que trataba de decir (ni yo lo entiendo -decimocuarto lugar común); y otros trataron de buscar significados "profundos" en una expresión claramente superficial y desbocada, similar al grito de un trabajador agobiado por el estrés: todo lo profundo que tiene es que le sale de bien dentro de los pulmones...
O sea (decimoquinto lugar común), que tampoco sé pa' qué escribo este post (decimoséptimo lugar común). Quizás tan sólo para tratar de que me entiendan, para que en el futuro no deba dar tantas explicaciones (no aclaremos que oscurece -decimosexto lugar común), y para demostrarles que soy un lugar común con patas.
Ah, y para informarles que no he contestado a nadie hasta ahora (bueno, y el comentario que está en el post donde se inicia todo esto), pues me han informado que hay un Gollum (otra vez) firmando mensajes a mi nombre, insultando a los que me criticaron el post y haciendo una serie de estupideces toscas y predecibles. Alá proveerá.
He dicho. (decimoctavo lugar común)
"Todo escritor sabe que el verdadero asesino de su novela es él mismo. El escritor es la chica del bar y el amante de la chica del bar, el gangster y el policía, el homosexual y el fascista, el marxista y el heterosexual, la víctima y el asesino. Con la referencia mítica de ouroboros, la serpiente que se muerde la cola, el asesino (...) es el escritor".
(MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN - CARVALHO Y YO: ¿QUIÉN ES EL A-S-E-S-I-N-O-?)
Lunes otra vez. De nuevo un final de tarde. Que se vuelve principio de noche. Las luces del cielo se van apagando, y mueren por fin. O morirán, en un rato.
Yo. Solitario. Estoy sentado en mi rincón del bar; un café doble con cinco sobrecitos de azúcar descansa a mi lado. Las mesas de pool con paño azul, ahí atrás, parecen esperar que algún parroquiano se acuerde del vicio y lo despunte. Karina sostuvo que eran de color violeta, aquella noche. Y tenía razón. Pero la luz artificial del tubo que alumbra desde encima le da un brillo raro, que vuelve el paño de un color azul todavía más extraño, como aureolado. Que recuerda a la condensación de los cristalitos de hielo que, a veces, rodean al disco del sol, que ahora está cayendo y alarga las sombras, allá afuera.
Un libro de tapa anaranjada me acompaña. El viejo Truman, Music for chameleons (1980)2, en mi poder desde hace una semana, aunque lo despaché en cuatro noches. Un prefacio; seis cuentos, más bien cortitos; una nouvelle derivada de las 316 páginas que utiliza para contar los pormenores de un asesinato cometido In cold blood (1966)3, aunque con un final un tanto decepcionante -la nouvelle, digo-; por último, siete conversaciones y retratos. Todo ordenadito en 282 páginas por Compactos Anagrama, Barcelona, 1994. Adecuada traducción del original copyright Random House Inc., New York, por un tal Benito Gómez Ibánez. Edición prolija, con un excelente aprovechamiento del espacio para la presentación de los textos. Salvo por lo insulso del final mencionado, puedo decir que es un libro digno, muy pasable. Sobre todo, por las conversaciones que el amigo Capote mantiene, y donde aparece como un personaje más, por decirlo de alguna manera. Lo recuerdo sin necesidad de (h)ojear las páginas: una empleada doméstica en su día de trabajo, fumando cannabis; un asesino serial del clan Manson, o su musa inspiradora, más bien; y hasta la propia Marilyn Monroe, pequeña tragedia de adorable criatura durante y tras el funeral de (leo, lo siento) Constance Collier, el 28 de Abril de 1955.
Una visión interesante, aunque no del todo nueva, es la entrada del autor en la narración y su protagonismo. Al fin y al cabo, se quiera o no, siempre hay algo del propio escritor que se refleja en el texto, por más ficcional que éste sea. Y ni qué decir cuando el escriba decide tomar un retazo de su propia vida y contarlo en plan de ficción. Novelar los hechos, en otras palabras...
Y hablando de palabras, hay algunas que me están rondando últimamente: Escritura lineal. Diario íntimo. Reflejo. Cámara. Esa es la idea. Ser yo, acá, en un papel rayado. Yo. Mi café. La Curva. El bar. La tarde que sepulta la noche. La camarera que viene y se va. Los autos que circulan por el cruce de avenidas. Las mesas de pool abandonadas. El reloj que no deja ni por un segundo de marcar los minutos que se van escurriendo hacia el futuro.
Futuro. Es tan sinónimo de Karina... Le prometí que cuando ella cumpla los 35 años vamos a casarnos. Ella, claro, se me sonrió. Quiere tener seis niños. Yo, por lo pronto, me conformo con uno, pero "Sí, ¿por qué no?". Debe ser algo hermoso engendrar vida, y ver cómo aquello que empezó siendo dos terminó convirtiéndose en uno solo. Y verlo crecer. Sentirlo mientras late dentro de la panza de su mamá. Siempre voy a envidiarla sanamente; porque ella, mujer, puede crear vida y albergarla, mientras que yo, hombre, sólo seré un instrumento, primero; y un observador, después.
Y hasta podría convertirme en un destructor, tal vez. Sin embargo, eso es futuro. Ya vendrá.
Ahora, el presente, esta tarde, este libro, estas hojas, conforman un mosaico, un collage inacabado, capaz de expresar muchos tópicos, a la manera de un inmenso mural que es preciso terminar de llenar. Inclusive a la distancia.
La ciudad de La Plata no queda tan lejos de Boulogne Sur Mer, pero tampoco es un sitio al que se llegue caminando, desde este bar. La secuencia indica el ferrocarril Belgrano Norte, la línea de subterráneos C, el tren de la compañía Metropolitano, y después sí, caminar las dos cuadras que separan la terminal de trenes platense de su departamento. Como aquel Viernes de Enero, la tarde que para ahorrarme treinta minutos de hacer nada en uno de los andenes de la estación, me mandé solito hacia ese laberinto de diagonales y -ni siquiera yo sé muy bien cómo hice- le toqué el timbre y después esperé pacientemente a que me abriera la puerta de calle, para gran asombro de su amiga Samantha puesta ante mi altura, 188 centímetros, y la propia Karina, que se preguntaba cómo había hecho para llegar a su puerta sin ayuda4.
Tiempo después de mi visita, le escribí una carta. Y en uno de los fragmentos me acordaba de una postal.
La verdad... esta tarde-noche me mueve a la añoranza. Pero la carta que le escribí todavía está acá. Y, si viajo a buscarla, sé que nadie contestará mis timbrazos. Definitivamente, In Cold Blood me había gustado más. Truman Capote sabía de qué se trataba la escritura de lo real, estoy seguro.
Y yo, solitario de nuevo, también empiezo a saberlo: la realidad es un movimiento educador tremendo y la hemos subestimado.
Mientras escribo estas líneas, por pura casualidad (causalidad, diría Matrix), en la radio suena una versión de The Great Pretender (El Gran Simulador, como se traduce normalmente) en la voz de Freddy Mercury. Y se me pide que escriba sobre la creación de personajes.
Podría decirles que hay tres tipos de personajes creados, que coinciden con las tres personas de la enunciación:
a) primera (yo - nosotros), cuando el personaje creado es una máscara hecha para nosotros;
b) segunda (tú/vos - vosotros/ustedes), cuando el personaje creado es una imagen idealizada de alguien con quien tratamos a menudo;
c) y tercera (él/ella - ellos/ellas), cuando el personaje creado es alguien que no existe e inventamos desde cero.
La creación de personajes es muy distinta en cada caso. Me voy a centrar (porque el texto de Matrix así lo pide) en la primera persona singular.
Mírenme. ¿Quién es Gollum? En algún post viejo, al principio, expliqué por qué elegí ser Gollum, y me reafirmé como entidad construida. Gollum no existe, es un personaje que primero creó Tolkien (en tercera persona) y que luego alguien (yo, o quien quiera que yo sea) adoptó como inspiración para crear un personaje en primera persona. Yo, Gollum, soy un personaje. Yo, autor de Gollum, lo he creado para que nadie me juzgue por otra cosa que por mis dichos, sin comprometer en realidad mis opiniones. Porque Gollum me da pie para decir cosas de las que quizás no estoy del todo convencido, pero que pongo a prueba ante Uds., mido reacciones, evalúo argumentos y adopto/descarto para mí según me parezca.
Es enfermizo, quizás, pero en mayor o menor medida todos los bloggers y demás internautas actuamos parecido. No se engañen a sí mismos más de lo que ya lo hacen, y admitan que no son ni la mitad de lo que se intuye a través de las líneas que leemos en sus posts y comments.
Pero hay algo más enfermizo que hablar con cierta impunidad: los juegos esquizofrénicos a los que asistimos en internet, cuando el personaje que creamos gana un lugar en el personaje que somos fuera de la red, y entramos a confundir sueño y realidad, ficción y hechos, ser o no ser. Ríanse, pero no faltan casos de relaciones realmente enfermizas. Y perdonen que repita el adjetivo, pero no hay otra forma de describirlo: enfermizo. Uno puede jugar con opiniones detrás de la máscara de Gollum o quien fuere, pero la cosa empieza a ponerse densa, heavy, cuando el juego involucra sentimientos.
No, tranquilos, que a mí no me ha pasado nada. Pero lo cierto es que hay mucha gente con serios problemas emocionales que se vuelca en la red con apariencias de fuerzas sobrenaturales o halos mágicos, y que pretende vivir en la burbuja que ha creado; y no sólo eso, pretenden materializar sus castillos de cristal en calles de asfalto, cemento y piedra. Lo lógico es que un camión se los lleve por delante antes de que puedan tomar consciencia de su inconsciencia.
Así es, mis amigos. Supongo que no han entendido nada de lo que dije, pero tampoco me preocupa. No me preocupa nada. Claro, es muy fácil decirlo en la piel de Gollum. Sepan al menos que no pretendo salir por las calles en taparrabos, a cuatro patas y siseando interminablemente "Mi tesssoro...".
No, de hecho. Si me he ausentado un tiempo de la red no ha sido porque me atraparon los elfos o me fui en busca del Anillo a Mordor, sino porque estuve (yo, creador de Gollum) tapado de trabajo, cansado, sin tiempo.
En fin, sepan disfrutar sus personajes como disfrutan sus buenas dos o tres horas de cine diarias/semanales, pero no caigan en la esquizofrenia enfermiza, en la promesa de los profetas de internet que nos hablan de la sociedad perfecta y democrática, donde cada internauta podrá ser quien siempre deseó ser. Cuando suene el despertador a las siete de la mañana y una resaca espantosa les haga odiar a la humanidad, serán Uds. y sus cuerpos marchitos, Uds. y sus historias de jardines y escuelas primarias, Uds. y sus miserables miserias los que deberán verse las caras con un subterráneo nauseabundo, un colectivo atestado de almas o la cara de idiota del imbécil de turno.
La mayoría de Uds., queridos lectores, quizás no se sientan aludidos, ni deberían sentirse aludidos. Pero quién sabe, hay tanto loco suelto...
Sufran sus vidas. Hasta otro prolongado post.
En nombre de GOLLUM y mío, pido disculpas a los lectores por la falta de posteos durante las últimas semanas. Diversas contingencias personales de ambos dos, provenientes de lo que se llama "la puta realidad de nuestras vidas" han impedido (y continúan impidiendo) que podamos escribir en este espacio con la debida dedicación. Espero que, con la llegada del señor Otoño y la tremenda melancolía que acarrea el colchón de hojas amarillas sobre el que empezamos a caminar (digo esto desde acá, el Sur, porque el amigo GOLLUM va a encontrarse, desdichado de él, con la señora Primavera), arrecien los posteos al mejor estilo Placebo.
Por lo pronto, me gustaría agregar uno o dos puntos más a los ya expuestos por GOLLUM para justificar la creación de un personaje.
1. La impunidad. Creamos personajes a los fines de cometer aquellas fechorías que, en la vida real y amordazados por las disposiciones de la sociedad, no podemos llevar a cabo. Escribir esas fechorías, entonces, es una descarga. ¿Nunca pensaron que los weblogs, en algún sentido, también van creando una imagen de quien postea? ¿No perciben un cierto grado de morbo a medida que van conociendo la mente del escriba? ¿No van haciéndose la cabeza sobre la personalidad del personaje o la persona que se esconde detrás de las palabras vertidas en esa especie de diario íntimo que es cada blog?
2. Deseos. Creamos un personaje a imagen y semejanza de lo que nos gustaría ser, a la medida de nuestros más íntimos deseos. Una máscara que le mostramos al mundo, inclusive en la realidad.
Y ahí radica, creo yo, el verdadero peligro de la creación: volverse la marioneta; vivir permanentemente en pose, o de anhelo en anhelo. El ejemplo más ilustrativo y, a la vez, más patético que encuentro, está en la adopción de identidades en la red.
Don GOLLUM, ¿el último párrafo le sugiere algo? A mí, ciertamente... pero preferiría que lo explique usted.
¿Qué explicación le encuentro a la creación de personajes? Tengo varias. Voy a hacer un punteo con su correspondiente justificación:
1) Ser otro. Como bien dice Matrix, buena parte de los personajes que creamos (sea escribiendo cuentos, sea en el mundo "virtual") existen sólo para darnos la experiencia de ser otros, de escaparnos por un instante del "nosotros mismos". Es una experiencia ilusoria, efímera, pasajera y condenada al fracaso, pero una vía de escape válida en situaciones límite. Todo depende de que nos identifiquemos con el personaje en cuestión. De modo que, en este caso, da lo mismo que inventemos a ese personaje o que simplemente busquemos uno que ya existe y nos pongamos en su lugar.
2) Voyeurismo. Fisgonear en al intimidad de otros. Imaginarnos las neuronas ajenas y explorarlas a extremos insospechados. A veces creamos personajes a imagen y semejanza de personas que conocemos con la expresa intención de inmiscuirnos en sus pensamientos.
3) Venganza. Otras veces, simplemente canalizamos nuestro rencor contra la humanidad ideando un mundo de seres detestables, uno peor que el otro, para viviseccionarlos como ratas de laboratorio y exponer todas sus miserias al aire. Una sutil venganza.
4) Soledad. Cuando la habítación vacía se hace insoportable, allí aparecen infinidad de personajes a poblarla. Personajes que muchas veces son "otros yo". Este caso es la inversa del punto 1: en aquél, yo era otros; en éste, los otros son yo. O sea, las mil caras de las que disponemos vienen disfrazados de otros para llenar el hueco de las personas que no están. Pero nuestra mente es limitada y no podemos imaginar alguien afín a nosotros que no sean variantes leves de nosotros mismos.
5) Dios. Todos sentimos la necesidad de ser Dios alguna vez, de crear un mundo (o cuanto menos una criatura) que dependa por entero de nuestros designios. Manipular todo cuanto atañe a ese mundo/criatura (cada uno es un mundo) da una sensación de poder incomparable. Somos los dueños hasta de las leyes íntimas que rigen lo que hemos creado y nada escapa a nuestro control. Somos los grandes titiriteros, que movemos los hilos a placer.
Son las cinco opciones más frecuentes y en las que yo encuentro todas mis razones para crear personajes. Definitivamente, la más atractiva es la última. Porque ella nos deja la siguiente enseñanza:
"No es tan malo ser uno y solitario, si a cambio vamos a ser Dios"...
Es triste ver cómo la realidad supera a la ficción. Hace unos años, leí el libro de George Orwell que da título a este post, y, más allá de lo mal narrado que está (para mi gusto), la idea que plantea me pareció sencillamente brillante. Y sí, hay paralelos con el gran líder ruso y su metodología de gobierno.
Entonces, la conclusión es obvia: tanto GOLLUM como yo vendríamos a ser los nuevos Stalines de internet. Vendríamos a ser los Grandes Hermanos que todo lo controlan, que todo lo saben, que todo lo ven, que todo lo oyen... El riesgo que corremos, claro, es que podemos llegar a convertirnos, junto con Placebo, en el Gran Hermano 4, secuela del infame programa televisivo de Telefe. Lejos de nosotros tal intención, my God. Haremos todo lo posible para mantener vigente el sintagma libertad de expresión, por más que a veces parezca carente de sentido. No renunciamos a permitir que se expresen opiniones disidentes con las nuestras, no. Pero no toleraremos, como ya lo dijo alguien a quien le rompe bastante las pelotas, el offtopic, los comentarios que no se ajusten a lo que plantea un post dado. Así que, quienes quieran comentar, ya saben cuáles son las nuevas reglas del juego en este blog. Y no se quejen, porque, como ya lo dijo el amigo, de última, todo es construcción. Y la originalidad está en eso, podríamos agregar.
Además... y hablando de George W. Bush... GOLLUM, me parece que, al final, no se salió con la suya. Vea esto, si no me cree.
Como se ve, el título es ilustrativo. Me permití citar esas dos palabrejas suyas, Don GOLLUM, porque, siguiendo su consejo, medité sobre un par de cositas. A saber:
Estoy convencido de que NADA SUCEDE PORQUE SÍ. En todo momento, hay un objetivo, un fin que cualquier bicho racional quiere alcanzar. Inclusive, a veces no importan demasiado los medios que se utilizan para llegar a la meta, ¿no le parece? Eso de arrancarle a Frodo el Anillo Único, por considerarlo propio, vaya y pase. Pero que encima reclame la propiedad del dedo de Frodo y también se lo arranque... hummm, creo que voy a vomitar.
Para mí que Gollum tenía bien claro el poder que le confería el Único, y por ese motivo no se resignaba a separarse de él. Perseguía el poder por el poder mismo, ni más ni menos. Supongo que ése era, de última, el objetivo del Istari Saruman, el Blanco. ¿Sabían que se encerró por años en Isengard para estudiar la ciencia de los Anillos, y terminó deseando hacerse con el poder supremo que emanaba de esos cachivaches? Pero Saruman fue reflexivo y paciente, claro. Sutil y engañoso. Sádico, más bien... Y todo al divino botón, porque su fortaleza de Isengard terminó hecha pomada a manos de Gandalf & Co., y él no tuvo mejor ocurrencia que escaparse del cautiverio al que fue confinado tras su caída. ¿Y saben lo que hizo? Se fue derechito para La Comarca, aprovechando que Frodo (y Gandalf otra vez, y Aragorn, y Gimli, el enanito del hacha, y Legolas el elfo, y Sam, y Pippin, y Eowyn, y...) se habían ido de paseo a la covacha de Sauron, a ver si podían "devolverle" lo que era suyo.
Pero es sabido: en la literatura clásica hay que terminar como corresponde, y cuando el hobbit (con un dedo menos y todo) y sus compadres vuelven a casita, se ocupan de mandar al viejo Mago a mejor vida, y chau poder.
¿Por qué siempre son los malos los que se llevan la peor parte? Al final, Mordor queda hecha popó du can, Gollum se cocina con anillo y todo, Sauron se esfuma andá a saber dónde, Saruman termina acribillado en La Comarca, y los Orcos kaput. ¿Por qué siempre los malos se llevan la peor parte, repito? Simple: NADA SUCEDE PORQUE SÍ, y al final todos tienen que rendir cuentas, o atenerse a las consecuencias de sus actos. Por una sencilla cuestión de causa y efecto.
Así que, redondeando lo que nunca cierra, este post será causa de su efecto: suscitar respuestas o comentarios por parte de mi coequiper y los lectores, espero. Y a la espera quedo, entonces. Porque, al fin y al cabo, "todo es construcción"..
Segunda entrada:
No hay salida, pero hay entrada. El caso es que me voy dos segundos (me esfumo porque, se sabe, no hay salida por dónde irse) y ya me aparece un cero a la izquierda, otro a la derecha, uno arriba y (ahora) abajo. La Matriz se empecina en analizar una canción en inglés compuesta por un (hasta hace poco) adolescente rebelde, devenido en adultito rebelde, que acabará siendo un viejo rebelde, y que las mismas circunstancias de la vida lo han transformado (como a mí) en un ser amargado y tirste que (a diferencia de mí) lucra con su estado de coma.
El hecho es que hay algo cierto en los dichos mátricos, a saber: que Gollum provoca compasión y odio a la vez. Sin dudas, el mejor personaje de El Señor de los Anillos (de quien, por simpatía, he adoptado el nombre) es la desdicha con patas: él no quiso encontrarse el Anillo, no quiso caer en su influjo, no quiso perderlo, no quiso caer prisionero de Sauron, no quiso ser torturado, no quiso ser capturado por los elfos, no quiso errar sufriendo por toda la Tierra Media, no quiso ver el Anillo en manos de otros... Pero todo eso le pasó. Sólo una cosa le sale bien a Gollum: acaba recuperando SU Anillo (¿quién más, sino él y Sauron, pueden reclamar su legítima posesión?). Medítenlo.
Por lo pronto, en algún momento aclararé por qué he optado ser Gollum en el mal llamado "ciberespacio". Adelanto, sí, que no ha sido el azar quien lo ha querido así. No. Hubo reflexión. En el mundo de máscaras que son los "chats", las "webs" y los "blogs", he decidido que la mía fuese lo más representativa de lo que (casi) soy en el mal llamado "mundo real". Mediten también sobre ello, oh innominados lectores...