Siempre vi a Buenos Aires de este lado. Del lado de acá, como diría Cortázar. Del lado de adentro, con su particular perspectiva.
Y hoy, navegando de sitio en sitio, llegué a Skycrapers.com, para encontrarme con el horizonte que ofrece la ciudad al que llega del otro lado. Del lado de allá, como diría Julio. Del lado de afuera.
Y, ¿sabés? También encontré ese otro horizonte enmarcado por el cerro, que te es tan propio. Y al que yo siento, también, un poquito mío. Y quería que lo vieras acá, junto al horizonte de mi ciudad. Los dos juntos, como vos y como yo.
Voy a ser sintético. Anoche, mientras volvía a mi casa, me asaltaron por primera vez. Tres jovencitos de no más de veinte años me pusieron adelante de la cara, y apuntando directamente a mi cabeza, un lindo revólver de tambor de seis tiros. Se llevaron $10 en efectivo... y la mochila. Junto con la mochila, se me fueron Alicia, Otras voces, otros ámbitos -literatura por placer-; y Constructores de otredad, caro libro con toda la bibliografía de una materia de la facultad, para la que justamente ayer me dieron el tema del trabajo práctico a entregar dentro de dos semanas. También habían papeles personales... y un certificado original de discapacidad expedido por el Ministerio de Salud.
Por suerte, no me golpearon ni me hicieron nada, aparte de darme ese buen susto y llevarse esas cosas, andá a saber para qué corno las querían.
Y bueno, éso. Estoy bien, y para mí es importante. Piensen que tranquilamente podría no estar acá, tipeando este textito, sino en una morgue, o en un cajón de ésos que tienen una cruz en la tapa y... ¿seis manijas de plata?
Primero fue la lectura de malevaje que desplegó ante mis ojos Marechal, en su Adán Buenosayres. Después, me enteré de que Tomás Eloy Martínez tiene una nueva novela, El cantor de tango. Y Federico Andahazi hizo lo propio con Errante en la sombra.
En una entrevista de 1998, Coleman admitía que le gustaba el tango, pero que no lo cultivaba. O sea, le gustaba cuando era tarde a la noche y sonaba en la radio mientras viajaba en un taxi. Y añadía que, si aguantaba más de tres tangos seguidos quería decir que estaba muy lejos de casa.
Hoy, mi amor hizo un post recordando el tango que la recibió en la noche de su llegada a esta ciudad de Buenos Aires.
Y nada, que uno está un poco sensible, y encima llueve y hace frío (por primera vez en lo que va del otoño), y entonces de verdad le llega esa letra de tango que le habla de bares y mesas...
Porque a uno le vienen a la memoria esos dos emblemas de la ciudad que ha tenido el gusto de visitar en más de una oportunidad: el café Tortoni y la confitería Las Violetas.
Definitivamente, hoy es el día ideal para caminar por Corrientes, entrar en una librería, salir con un paquetito bajo el brazo, y terminar leyendo una novela tanguera en algún café típico de Buenos Aires...
No sé si será porque ayer leí algo relacionado en la revista Viva, pero esta mañana, allá por la calle Güemes y de camino a la boca del subterráneo, me crucé con un señor que estaba paseando a un perro de ésos. Sí, esos orejudos y que se asemejan a una cruza de salchicha con San Bernardo, pero sin aspecto apetitoso ni visos de borrachera. Sí, como el que aparece (o aparecía) en los carteles publicitarios de una amrca de zapatos, creo que Hush Puppies o algo así. Sí, ése de la foto, sí. =P
Bueno, la cuestión es que yo pasé mirando como de reojo al señor y al perro, que se había quedado parado muy quietecito, olisqueando con su narizota las rendijas de una tapia (probablemente oliendo el pipí de vaya uno a saber qué otra clase de canes que usan las paredes para tales menesteres), y que en su detenimiento olisqueril provocó que su ¿(in)voluntario? paseador tuviera que detenerse, también. Como se me hacía tarde, no tuve tiempo de quedarme a mirar detenidamente cada perrada que hacía el perro, pero sí me sobraron los segundos para darme cuenta de la cara de desconcierto que tenía aquel hombre. Ahí parado, no sabía qué cuernos hacer, literalmente hablando. Ora miraba al can, ora miraba la tapia, ora miraba hacia arriba, a los edificios o tal vez más arriba, hacia ese cielo celestísimo. A mí me pareció que estaba preguntándole a Dios, o a algún dios, por qué cuernos él, justo él, tenía que estar así parado, completamente a merced de los caprichos olisqueadoriles del simpático perrito.
Y entonces, mientras dejaba atrás ese cuadro, me vino a la mente una duda recurrente que tengo:
En una relación hombre - perro, ¿quién pasea a quién? =P
Enfilás con paso decidido hacia esas escaleras que se hunden en las entrañas de la tierra. Te introducís en las fauces que te devoran. El mundo exterior, plagado de una luz algo más natural, deja paso a la noche apócrifa, artificial, iluminada por lamparillas perennes. A veces, es como una simple escalera; otras, un enjambre de corredores que simulan los intestinos de un monstruo inconmensurable. Pero siempre, en algún momento, llegás al andén. Y ahí, envolviendo tu ser con su chirrido eléctrico, aparece el tren. Mirás cómo las puertas se abren y una marea humana (como en tantos otros lugares, ¿no?) se abre paso a empujones. Por un instante se confunden aquellos que salen y quienes entran, chocando las aguas aparentes en direcciones opuestas. Entonces, los ríos se amoldan y forman corredores. Cuando la última gota de agua se introduce en el gusano de metal, un pitido anuncia que las puertas aprisionarán a quienes están dentro. Y se cierran.
El gusano arranca, y va a perderse en el túnel. El aire retumba con el sonido de las ruedas de metal desplazándose sobre los rieles de metal, y poco a poco, la intensidad del estruendo disminuye.
¿Qué hay más allá de cada estación? Una araña. Una enorme y monstruosa araña de túneles que conectan puntos distantes de la metrópoli, que absorven a seres incautos, que no saben que están siendo digeridos por el monstruo. Y, cuando ya ningún jugo es aprovechable, la araña los escupe por alguno de sus múltiples poros.
Las grandes ciudades, en general, albergan a estos artrópodos, y parecen considerarlos beneficiosos para su desenvolvimiento.
Hoy, a través de un argentino en Toronto, conocí los diversos especímenes de arañas que existen en las principales ciudades del mundo.
La araña de Buenos Aires no figura en el listado. Sin embargo, es esta:
Cuando caminás por las calles de Buenos Aires es inevitable que te los cruces casi en cada esquina. Los ves circulando por el asfalto. Algunos van a paso de hombre, junto al cordón de la acera, con el rojo cartelito de "LIBRE" brillando, sea de día o de noche. Otros, circulan a velocidades normales, con el cartel apagado y el taxímetro (la mitología popular dice que generalmente está trucado para que cambie cada pocos metros) marcando el costo del viaje. Otros, claro, circulan a velocidades de Fórmula 1 por cualquier parte, pero eso sucede con todo vehículo manejado por argentinos, hombres y mujeres. =P
El caso es que, como todos saben, la parte superior de la carrocería de estos automóviles es de color amarillo, mientras que la parte inferior se nos presenta completamente negra. Eso no se discute. Sin embargo...
¿Alguna vez notaron que, en ocasiones, la parte interior de las puertas de un taxi es de diferente color que el exterior?Lo admito, nunca me había percatado de esa particularidad. Recién estos últimos días caí en la cuenta. Supongo que es uno de esas informaciones que no sirven para nada, pero que te quedan en la retina, más tarde se trasladan a la memoria y disparan un post.
Este es el caso.
Post Scriptum: De los comentarios han surgido una serie de links interesantes. Dejo el nombre del autor en cada caso.
Taxis del Distrito Federal, México (Asakhira).
Taxis de Los Angeles, California, Estados Unidos (Ramiro).
Taxis de Toronto, Canadá (BaByLoN-G).
Y a las 15.00 del Sábado vi cómo el micro que te llevaría al sur se alejaba de la terminal. Una larga semana empezaba a correr. Una larga semana en la que, lo sabía y lo confirmo, me sentiría como un vagabundo baudelaireano, un errante caminando por la ciudad. Solitariamente acompañado por mi sombra que se arrastra por el suelo y se trepa a las paredes, nada más...
Empecé, pues, a seguir las calles de la Capital. Primero, la Plaza San Martín; luego, la peatonal Florida, hasta su muerte a manos de Av. De Mayo. Pasé, entonces, por el Tortoni, crucé 9 de Julio... siempre con paso tranquilo, esquivando los rayos calcinantes del sol, disfrutando de la vista que me ofrecían los escaparates en las librerías de viejo. Y ahí, a una cuadra del Congreso Nacional, una bonita edición en tapa dura de Rojo y Negro, de Stendhal, pasó a engrosar mi biblioteca.
Pero mi derrotero no terminaría allí. Crucé ante las escalinatas del Congreso y tomé Entre Ríos, hasta que llegué a la Avenida Independencia y comencé a subirla... para recalar en casa de un amigo de esos que la fugacidad de la vida universitaria te presenta y, excepcionalmente, hace que la amistad perdure en el tiempo.
Era su cumpleaños, o más bien el festejo de su cumpleaños, esa noche. Y ahí estuve, entretenido en los preparativos, bebiendo gaseosas, degustando empanadas y todas las cositas que hay habitualmente en un cumpleaños, observando como encerrado gestos, actitudes, dichos y situaciones de los demás invitados... y las horas pasaban.
Las horas pasaban, y se hicieron las 4 de la mañana del Domingo. Fue entonces cuando bajé los ocho pisos y me lancé al derrotero inverso, que me llevaría hasta Callao y Rivadavia, donde el 60 llegaría media hora después, acercándome al hogar.
Mientras caminaba por la ciudad tan vacía, tan silenciosa, tan "brillante", empecé a pensar que estarías viajando cerca de la costa, más cerca de Puerto Madryn, más lejos de Buenos Aires; tal vez dormida, tal vez despierta; con la nariz pegada a la ventanilla, o aspirando el suave aroma de las páginas de un libro... pero inexorablemente alejándote de mi, de mi mano que se extendía hacia vos, buscando alcanzarte y acariciar tu mejilla... y cuando miré hacia abajo me vi circulando, no por la acera, sino por el asfalto, cerca del cordón, mientras los taxis pasaban a mi lado. Y me sonreí, evocando mi costumbre en mi barrio de suburbio, donde tranquilamente puede uno circular por el asfalto, donde no hay los ruidos ensordecedores del tráfico, donde la siesta de la tarde se respeta, pero donde también hay un bar que permanece abierto durante toda la noche. Y pensé en dirigirme hacia allí, pero conforme avanzaba el viaje, el sueño, el cansancio, se apoderaban de mi cuerpo...
De modo que enfilé directamente al hogar, y este flâneur se recostó en un mullido colchón y sucumbió al sueño, no sin antes enviarte, último gesto de acercamiento, un beso.
A veces me sucede que tengo como un flashback de sensaciones olvidadas. Son esos momentos, instantes casi, muy puntuales; algunos segundos en que los sentidos son asaltados, sin previo aviso, por eso que llamamos hermosura.
Me había bajado del 71 con precisión, en la esquina de Avenida Triunvirato y Manuela Pedraza, con la plena intención de caminar por la segunda hasta el momento de llegar a la Avenida de los Constituyentes. Todo en pleno barrio capitalino de Villa Urquiza.
Puro barrio de Villa Urquiza, mejor dicho. Fue de golpe cuando tomé conciencia de que no estaba circulando ni por el cemento del microcentro, ni por la modernidad vidriada de Puerto Madero, ni por la bohemia de Palermo Viejo, ni por los suburbios de Buenos Aires, ésos que se hallan más allá de la General Paz. Estaba caminando por veredas que parecían dameros; regulares unos, irregulares los demás, llenos de figuras geométricas de diferentes colores. La calle, por donde apenas circulaba silenciosamente algún que otro automóvil, era de adoquines; los árboles, en su mayoría muy añejos, se alzaban como reyes absolutos de los canteros distribuidos a lo largo de las veredas, y en las bocacalles podías detener el rítmico caminar y ver el cielo más limpio con sólo alzar la vista.
El cielo se mostraba gris. Un gris pegajoso y de visos húmedos, presagio de lluvia cercana. Lagrimal, definitivamente, como un tango.
Hubiera jurado que un tango se colaba hacia fuera desde una de las casas chorizo con rombos enrejados en las ventanas. Éstas daban a la calle; los jardines delanteros eran extraños, y en general embaldosados. Y las puertas eran de madera lustrosa, con la típica mirilla para fisgonear quién llama...
Daban ganas de jugar al ring-raje, como cuando éramos chicos y podíamos cometer travesuras callejeras con casi total impunidad. Tocar un timbre cualquiera, escogido al azar, en el vértigo del momento; y entonces salir corriendo sin mirar atrás, doblar la esquina con una mueca de inocencia dibujada en la cara... recuperar el aliento y más tarde, sí, reírnos, no sin una cierta sensación de culpa por interrumpir la vecinal siesta de las tres de la tarde.
La misma hora que era en ese momento, mientras próximo a mi destino comenzaba a caminar por el medio de la calle adoquinada y me sonreía. Sonreía con una felicidad triste, cargada de nostalgia, porque veía cómo seaproximaba la avenida por ahí adelante; y más allá, aparecía la fachada azulada de uno de esos hipermercados odiosos pero necesarios... Y, una cuadra antes del final, me encontraba con la persiana de un almacén de barrio fijada con candados al suelo. Y los candados estaban herrumbrados por el tiempo. Casi, casi, se me piantó un lagrimón, mirá...
A veces tengo flashbacks de ésos, ya te dije, y te juro por mi vieja que dan ganas de volver el tiempo atrás.
Sí, son días extraños, pero no creo que pueda permitirme el lujo de un post pormenorizado. No creo que quieran leer otro de esos. Con uno basta. El de Matrix es brillante, no quisiera estropearlo con una burda imitación.
Pero lo cierto es que desde hace cuatro semanas vivo sumergido en una nebulosa que no alcanzo a comprender. Es como si, de golpe, todo lo que había sido hasta ahora hubiese desaparecido definitivamente. O casi todo. Incluso la rutina que había llegado a forjar en mi nuevo hogar también se disipó.
Un trabajo nuevo, horas enteras fuera de casa, paseos por lugares desconocidos, gente nueva... De repente he sido arrojado como una bomba en territorio extraño y, por momentos, enemigo. Los pensamientos rondan confusos, y ya no veo nada con claridad. Ese Gollum soberbio que departía instrucciones, reflexiones y consejos ahora es el Gollum aterrado por amenazas desconocidas. Y no hace falta que delire acerca de Tolkien y compañía. Estoy hablando de sentir, por primera vez en la vida, el peso de una ciudad, o el agobio de las responsabilidades (serias responsabilidades, inimaginadas por muchos de ustedes). En mis manos no está el destino de una nación, ni la bolsa de Nueva York, ni la guerra de Irak. Quizás sólo está mi familia, mis padres, mis hermanos. Y pesa.
El mundo es hoy diferente a lo que fue hasta hace tan sólo cuatro semanas, cuando podía darme el lujo de divagar en comentarios y postear con frecuencia diaria. Las cosas que me parecían absurdas, hoy tienen sentido. Las vías de escape son más necesarias que nunca, y una buena borrachera adquiere poderes mágicos insospechados. Todo se sostiene en un equilibrio precario, como un castillo de naipes, como un andamiaje mal construido: una brisa, un roce ocasional, y no quedará nada.
En este momento soy una infame criatura susceptible y miedosa, aterrada por los rostros de la gente común.
Son días extraños.
Muy extraños.
Estamos viviendo días extraños, no cabe duda. Y ni siquiera yo escapo a la regla. Esa señora que llamamos Realidad parece empecinada en superarme, y es por eso que últimamente tengo la sensación de estar convirtiéndome poco a poco en una especie de V8 con los cables cruzados.
Ir a mil, sin detenerse a reflexionar. Atrapado en las redes de la vida urbana. Pretender que puedo hacer treinta cosas a la vez, en el mismo momento y en varios lugares simultáneamente.
Y hete acá que de golpe me encuentro maniatado de pies y manos, con una pared de granítica piedra en el medio exacto de mi camino. Por supuesto, me estrello.
Y ese día, el día que la Matriz V8 se estrelló, puede haber sido ayer.
Les ofrendo un itinerario:
8.00 hs.: Entrada al laburo. Y, de entrada, configuración de la impresora que el miércoles, después de casi una semana, trajeron reparada. Ronda de mate. Amargo, por supuesto.
9.00 hs.: Ingreso a internet. Habitual recorrido por los weblogs. Algún que otro comentario.
10.00 hs.: Charla por el MSN con Habbi. Mini-tutorial sobre CSS para hover links y mouse.
11.00 hs.: Naboleti consuetudinario (uno de tantos que llegaron por acá ayer) emperrado en que la palabra "venía" (contexto: carta a un Jefe de Brigada, cuestiones militares creo yo) aparecía "ve(cuadradito)a" en toda impresión que realizaba. Le digo a Habbi que espere un ratito y allá voy. Resulta que el naboleti había borrado el e-mail, así que tuve que hacerle toda la notita de nuevo, desde cero y en Word, para que se imprimiera como es debido.
11.15 hs.: Reanudación del tutorial. A los cinco minutos, necesitan la PC que habitualmente uso. Cancelación del tutorial. De yapa, una tirada de orejas (bastante heavy), regalito de mi jefa, aduciendo "poca predisposición a la ayuda de naboletis".
14.00 hs.: Salida del laburo. Corrida a casa. Ducha de agua helada para despabilar los sentidos. Autosatisfacción. Muda de pilcha. Almuerzo pasado por cronómetro. Nada de café tras el almuerzo, no hay tiempo.
15.30 hs.: Salida de casa. Caminata de 15 cuadras hasta la estación de trenes Boulogne Sur Mer. Viaje en tren. Total: una estación.
16.00 hs.: Ascenso al transporte colectivo de pasajeros Línea 71, estación Villa Adelina. Sigue una hora de bamboleos característicos. Frenadas bruscas, carrerita en la Panamericana, bocinazos en Villa Urquiza, gente molesta que se sube al bondi y te mira como si fueras un ET.
17.10 hs.: Completa desorientación durante la búsqueda de la nueva sede (Tucumán 3199) de la Facultad de Ciencias Sociales de la U.B.A., barrio del Abasto.
17.20 hs.: Llegada a la sede. Enterate, Jonathan: NO HAY CLASE. Bonito cartel pegado en la puerta del aula correspondiente. Puteada cósmica. Abandono de sede. Entrada en un locutorio de Av. Santa Fe. Conexión a internet pedorra, pero funcional. Le escribo un mensaje al Toro, a ver si me pego una vuelta hacia las 19.30 hs. Mando el mensaje y me comunico vía MSN con Gloria: me dice que va a salir de copas con Torito, los dos solitos. ¡A la merde! Confirmación de Toro vía e-mail: Hoy no, papá :-(. Falta de tacto mátrica, claro. El amigo tiene que hablar con la se'ora porque... bueno... tiene un problemilla. Vergüenza mátrica. Entrada de Mario Gabriel (ex compañero de secundaria, amigote mujeriego consuetudinario) al MSN: "Visitá www.contactossex.com y sé feliz". Le hago caso, de puro curioso y aburrido. Ejem...
18.44 hs.: Salida del locutorio. ¿Qué mierda hago ahora? Me voy para Uriburu al 1000, con la idea de pedirle a Martín que me pase la posta bibliográfica de In Cold Blood y Música Para Camaleones, by Truman Capote, a fin de usarlas en el cuento policial que debo entregar antes del 15 de Abril, para ser publicado en Contenido, revista literaria. Llego al edificio y justo justito sale Claudia (la novia). Martín no está en casa, ella va para Palermo Viejo, a Teatro. ¿La acompaño? Bueno.
19.15 hs.: Descenso a la línea D de subterráneos, estación Pueyrredón. Mucha gente, claro. Mucho ruido, pero conmigo eso no es problema.
19.30 hs.: Ascenso a Av. Scalabrini Ortiz, estación ídem. Caminata con Claudia hasta Costa Rica al 4700. Regreso hacia La Rural.
19.55 hs.: Ascenso al transporte colectivo de pasajeros Línea 60, Sociedad Rural Argentina. En la parada siguiente, sube una chica monísima, rubiecita, de veintitantos años, vestida con pantalón de jean azulísimo, remera negra y campera de jean celestita clarísima, acompañado por botitas negras. Un primor. Es la única que viaja parada. Entonces, hice lo que nunca antes (claro que les cedo el asiento a las abuelitas o embarazadas, cuando se presenta la ocasión): tardé cuatro cuadras en levantarme, ofrecerle el asiento (ella me dijo "Gracias" con una sonrisa) y, mientras ella se sentaba, agregar: "No puede ser que viajes de pie, no podés". Resultado: me miró con cara de extrañada. Y... ¿saben qué? A las cinco cuadras se bajó. Por suerte, yo tenía mis anteojos oscuros. Me los puse. ¡PAPELÓN! Resto del viaje ensimismado en pensamientos contradictorios sobre el día pésimo. Idea de redactar posteos al respecto.
20.40 hs.: Combinación 60-71, Panamericana y Paraná.
20.50 hs.: Llegada a estación Villa Adelina. Cruce de las vías y, ahí, la única buena noticia del día. Me encontré de puro pedo con Karen, y volví a casa con un lindo paquetito repleto de facturas (gentileza de la amiga). Claro que di cuenta de todas las facturas a lo largo de las 45 cuadras que caminé hasta llegar a casa. Si se escandalizan de las 45 cuadras, la explicación es que me valía más caminar para despejarme un poco, y ver si podía descruzar los cables V8...
22.30 hs.: Llegada a casa. Cena. A la cama.
Lo notable es la cantidad de sensaciones contradictorias que se entremezclaron a lo largo del día. De la alegría a la tristeza y viceversa. De la expectativa a la frustración. Del sentimiento de caballerosidad al de estupidez...
Definitivamente, son días extrañísimos. Alienados, si se quiere.
Y este posteo, supongo, es patético.
Pero es lo que hay. Hoy, al menos.
Ah. Esta mañana me desayuné con que mi jefe (el esposo de mi jefa) está internado en terapia intensiva; o con una afección coronaria, o con un infarto. ¿Qué tal?
¿Y usted, Don GOLLUM? ¿Cómo son sus días extraños?
Reconozcámoslo: La Plata, como la mayor parte de las ciudades argentinas, llenas ellas de dameros y diagonales, fue en parte diseñada. Pero, ¿decidió ese arquitecto urbanista que el kiosco de la esquina estuviese ahí? ¿Dispuso, también, dónde debían instalarse los supermercados chinos? ¿Dijo este diseñador, acaso, dónde tenía que vivir yo, cómo debía ser la casa de mis abuelos, cuántos pisos debía llevar el edificio de departamentos? Todo esto, además, sin contar con el detalle de que las ciudades (emulando al cáncer, lo más parecido a una ciudad en el mundo natural) crecen incontrolablemente, se deforman y retuercen, apartándose del trazado original, extendiéndose más allá de toda frontera racional que cualquier hacedor de ciudades podría haber calculado jamás.
El plan original, sin embargo y mal que me pese, permanece. En eso debo darle crédito, matriz que todo lo invade. El plan subsiste, al igual que subsiste el objetivo de vida en el alma de las personas: queda en estado latente, a la espera de ser recuperado en algún momento, si ello fuera posible.
De hecho, ¿es posible alcanzar el objetivo de nuestras vidas? Si cada paso que damos genera nuevas e impredecibles consecuencias, ¿no queda tal objetivo (si existió) obturado por una maraña de imprevistos? La matriz me pone en situación de aclarar para qué estoy en este blog, o en otros, para qué vagabundeo en internet, para qué dejo comentarios, para qué posteo en Placebo. Y la respuesta es: si alguna vez hubo una intención detrás de todos esos actos, ya no la recuerdo. Se perdió.
Leí hace poco en Frustrated Dreams (un blog depresivo, para describirlo velozmente), que su autor dudaba sobre la posibilidad de continuar o no escribiendo, que no sabía para qué seguir escribiendo. El paso siguiente a esa duda es esta otra: ¿para qué seguir viviendo? Sin que esta pregunta sea una incitación al suicidio de Mr. Frustrated Dreams (todo lo contrario), nos pone en situación de darnos cuenta que nada de lo que hacemos vale realmente la pena. Todo lo que hacemos, en última instancia, carece de sentido. Y, aún cuando pudiéramos recuperar el objetivo primigenio de nuestras vidas... ¿no carecería éste también de sentido?
¿Por qué este ataque repentino de nihilismo? ¿Qué es lo que hace que todas nuestras acciones parezcan fútiles? La Muerte, esa señora que nos iguala a todos bajo seis pies de tierra, o en el fuego de una hoguera, o en el fondo del mar. La Muerte, mujer caprichosa que, como si no le bastara con ser implacable, además se jacta de su imprevisibilidad. ¿Quién sabe a ciencia cierta cuando va a morir? Ni siquiera el condenado a muerte tiene ese privilegio (siempre se puede atragantar con una galletita y morirse ahogado antes de la ejecución). En fin, si vamos a morir mañana, o dentro de 90 años, ¿para qué esforzarse? No sé, pero en eso estamos, esforzándonos...
En fin, he derivado en la filosofía cursi (barata y con zapatillas de lona, en mi caso), aunque no por ello menos válida. Y aún me queda referirme a la libertad de expresión. Veamos.
Coincido en general con el planteo mátrico, aunque quizás disienta en un aspecto: si bien es cierto que se puede distinguir absolutamente al "psicópata" del verdadero titular de un nickname, es cierto que una campaña prolongada de usurpación, en la que el psicópata lograra escribir más veces que el original, acabaría por convencer a todos que el original es el psicópata. En fin, tampoco hay que olvidar que mañana (o pasado) tanto Matrix como Gollum pueden aparecer por ahí diciendo incoherencias sin que nosotros hayamos movido un dedo. No es, al día de hoy, mi principal preocupación, pero tampoco debe tomárselo tan a la ligera.
Sobre la "respetabilidad" de ciertos miembros de la "comunidad webloggera", etc., etc., sólo puedo decir que el respeto es algo que se forja día a día, con cada una de las cosas que hacemos (por eso, aún, a mí nadie me respeta; lo que, por otra parte, me tiene muy sin cuidado). En fin, no creo que el atributo de "respetable" sea algo que se consiga de una vez y para siempre. Ni siquiera una trayectoria hace el respeto. Respeto es algo que alguien siente hacia otro en un momento determinado de tiempo. Por ejemplo, yo, ahora, respeto a Matrix, a HighToro, a Aro72, al Ministro, a Siouxie, a Gloria, pero... ¿quién garantiza que lo siga haciendo mañana?
Mis más sinceros respetos. Suyo
[1. ...c5 (Defensa Siciliana)]
PS: Lo suyo con Borges, querido Matrix (y lamento ser yo quien se lo diga) es un prejuicio. Que te caiga mal la palabra "borgeano" o "borgeseano" en boca de intelectualoides petulantes (como yo, por ejemplo) no quiere decir que Borges lo sea. De hecho, y pensándolo mejor, ¿a quién le importa Borges? Bien muerto está. Lo único que me interesa de Borges es Ficciones, El informe de Brodie, El hacedor... Y que ese Borges haga lo que quiera...
Perfecta construcción de arquitecto... la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires. Un cuadrado cortado por dos diagonales principales y otras diagonales más pequeñas. Con una plaza cada tantas cuadras, rodeada por ocho esquinas... Podríamos seguir así, enumerando detalles de construcción de una ciudad que no fue producto del azar, como pareciera sostener GOLLUM respecto de cualquier ciudad.
Y no es así, muchas veces existe la planificación, por más que no sepamos entender el sentido de esa planificación. Y esto vale no sólo para las ciudades, sino también para cualquier acto de nuestra vida. Está bien que hay una zanahoria, un objetivo, que hace que el burro se mueva, pero precisamente es esa característica la que nos lleva a la causalidad. Todo tiene una causa, aunque a veces esté oculta, nada sucede porque sí, todo es planificación. Consciente o inconsciente, pero imposición de objetivos, al fin. Nada de azar.
Y creo que este es un buen momento para comenzar a contar el por qué de la aparición de GOLLUM, o de la mía, ya que algunas personas parecen pensar que somos el mismo tipo disfrazado con dos máscaras. GOLLUM, por favor. Ya moví 1. e2-e4...
POST SCRIPTUM:
Hay algo más que me gustaría decir. Mi amigo me comentó, vía e-mail, que una identidad llamada Singing Banzo le envió un mensaje solicitándole que borráramos un Shout Out que, aparentemente, había sido posteado por un psicópata que anda dando vuelta pos los blogs y dejando mensajitos que hacen quedar mal a "las personalidades respetables de la comunidad weblogera" (¿qué tienen de respetables?) y bla, bla, bla. Bueno, en tanto que administrador de este blog, y teniendo en cuenta cierta experiencia por la que pasé, les quería comunicar que también un psicópata tiene derecho a expresarse con libertad. No hay nada de malo en ello, está en cada uno de nosotros saber reconocer a una persona detrás de la máscara. Si alguien se siente ofendido o preocupado por algún comment que aparezca en esta página, no tiene más que replicar a ese comentario por el mismo medio (para eso están), aclarando (o no) la situación. Por mi parte, me dedico a postear acá, a hablar de las cosas que me interesa hablar, a tener una forma de intercambio con mi amigo y con los demás, sea hablando de ficción lisa y pura, sea tratando la más cruda de las realidades (como ahora). Si les gusta, perfecto. Si no les gusta, no tienen más que elegir una página web diferente para visitar, y tipear la URL ahí arriba, en la barra de direcciones. Al fin y al cabo, también eso hace a la construcción de lo que es así, sólo nuestra vida.
Entiéndanlo, no hay salida. Están atrapados bajo los designios de algo que los trasciende, y ustedes solamente tratan de adaptarse a eso, para sobrevivir. Entonces, acepten las consecuencias de lo que escriben en sus propios blogs o en donde sea, porque todo repercute para bien o para mal, siempre dependiendo de la personalidad de cada uno.
Ah, Tolkien está bajo unos cuantos metros de tierra. Lo mismo que Cortázar, Lovecraft, Poe y, por suerte, Borges (lástima que no pasa lo mismo con los ibros del quía).