Domingo 27 de Abril del 2003

EL CAMINO A ROMA

Mi presente situación, el comentario de mi amigo y una pregunta del Ministro, han arrancado de mi silencio habitual la siguiente reflexión que, por cursi, tosca, sencilla y quemada que pueda parecerles, hoy tiene para mí más sentido que nunca. Veamos.

Hay dos cosas que son capaces de quitarme el sueño: una mujer y la idea de muerte. Y ambas tienen algo que las une.

La mujer no siempre aparece, pero la muerte está omnipresente todas las horas de mi vida. Es la meta marcada al final del recorrido. Está allí, indefectiblemente. Es la Roma a la que conducen todos los caminos.

Pero, a su vez, es la encarnación de lo desconocido. ¿Habrá verdaderamente un túnel de luz? ¿O habrá NADA?

Sólo la duda, y un cobarde horror a lo desconocido, me han hecho desistir (en más de una oportunidad) de la idea de suicidio. Si la muerte representa el "final-final", no la quiero. Lo único que busco cuando asoma la idea de muerte es una fuga sencilla de los problemas cotidianos, del agobio diario, de la prisión de la necesidad. Pero no quiero terminar aún, siento que tengo cosas por hacer.

Y creo que, cada vez que uno rechaza la gentil mano de la Parca, se hace más fuerte. También más apagado, es cierto: la ponzoña de la desesperación no acaba nunca de depurarse y uno se convierte en una criatura oscura, a veces cínica, a veces taciturna, a veces furtiva. Uno acaba transformándose en un ser que ha aprendido a vivir de la carroña, o del canibalismo, atormentado por el remordimiento pero cada vez más aferrado al instinto de supervivencia.

Así me siento a veces.

Sólo una mujer sería capaz de arrancarme de ese estado salvajemente degenerado, decadente e infame. El tránsito a Roma no se detendría, ni tendría entonces sentido. Pero al menos sería maravillosamente llevadero...

¿Acaso eso es un consuelo?

"...Y un rayo misterioso hará nido en tu pelo, luciérnagas curiosas que verán que eres mi consuelo..."

Jueves 24 de Abril del 2003

FINAL PRINCIPIO

"Meta final", me pareció leer en la última línea del post de mi amigo. Y de inmediato acudieron a mi mente esas dos palabras, en apariencia contrapuestas: Final principio. Oxímorón engañoso, porque están lógicamente ligadas por la metáfora de ouroboros, la serpiente que se muerde la cola.
En efecto, todo final, por superflúo que sea, conlleva el principio de otra cosa. Así, muchas veces terminás en la calle, sí, pero no "terminás" en el sentido de final-final, sino que empezás a sobrevivir, agarrándote a cualquier madero que esté a tu alcance. Y es la Ley de la Supervivencia (ya no la Ley del más Fuerte) lo que te impulsa a seguir, pese a que tu vida se va desmoronando poco a poco, cayéndose de a pedazos, en una interminable agonía. Llega un punto en el que sentís que no vas a soportar ni un minuto más. Y es entonces cuando comienza a tomar forma la idea de tu definitivo final. Empeñás los últimos restos monetarios en obtener la herramienta que te redimirá. A veces, lo hacés en forma legal; otras, por medio del mercado negro. Tal vez, incluso, un amigo te la proporcione desinteresadamente (pobre inocente, no sabe que se convertirá en cómplice).
Y en algún lugar anónimo, como dice la letra del Viernes...

"Y llevas el caño a tu sien apretando bien las muelas y cierras los ojos y ves todo el mar en primavera."

Tu cuerpo queda tendido en el suelo. Pero tus ojos no se velan. Tus ojos, que antes brillaban con un resplandor azulado, ahora no se convierten en el delineador corrido y los ojos como dos pozos de sangre, no.
Porque, ¿qué ves?
El cielo.
Meta final, pero no. Final principio. Como la serpiente, morderás tu cola, y verás aproximarse una luz. Primero un túnel, con un lejano resplandor. Percibirás, al mismo tiempo, los latidos de un corazón, y te preguntarás si sobreviviste. Verás ensancharse el corredor, hasta que de golpe el sol va a cegarte por un instante. Sentirás que dos fuertes y delicadas manos te alzan. Y momentos más tarde estarás en los brazos de tu madre. Y ése será el nuevo comienzo. Tu nuevo comienzo. Otro nuevo comienzo.
Ese aparente sinsentido, nacer para morir, es lo que moviliza a este universo. Tal vez sea el único orden: La Vida & La Muerte. El Principio & El Final. Todo lo demás; las guerras, el hambre, el SIDA, la peste, el amor, el odio, la tristeza, la alegría; todo, todo lo que te pasa a lo largo de tu tránsito por este mundo, es una mera circunstancia. Y la circunstancia, hoy, es lo que se llama caos.
Es un consuelo, ¿verdad?

Jueves 17 de Abril del 2003

CAOS

En este mundo del que me ha tocado ser testigo, últimamente están pasando cosas muy raras. No son raras en sí mismas, pues la rareza depende del contexto: una rosa roja en un puesto de flores es la cosa más común del mundo; una rosa roja que nace entre las gélidas nieves del suelo antártico es algo de lo más extraño.

Pues bien, hoy en día el contexto es caos. No me refiero a la anarquía, la violencia o la histeria colectiva: hablo de la falta de orden. Y no pienso al orden como unas botas aplastando cabezas, ni como "seguridad jurídica", ni como la sociedad capitalista de la "mano invisible": el orden es, para mí, un patrón, un asidero, un punto de referencia, una vara de medida, algo a través de lo cual puedo comprender a las cosas del universo para relacionarse con ellas. El patrón nos diría que debe haber flores en la florería y nieve en la Antártida. Pero hoy hay cualquier cosa en cualquier parte. Y no hay orden.

Nada tiene sentido, todo es incoherente. Estados Unidos hace una "guerra de liberación" cuyo objetivo último (y primero) se nos escapa a todos, y cuyas consecuencias son imprevisibles. Las muertes son todas iguales, pero sólo lloramos a los periodistas. China ejecuta desertores todos los días, pero las condenas se las lleva Cuba. Menem se presenta descaradamente a las elecciones, y hasta puede llegar a ganarlas. El deporte es pura y azarosa competencia, pero luego resulta que es "injusto" o "inmerecido" que gane o pierda tal o cual equipo. "Trabajá y tendrás recompensa", te dicen, pero luego de veintipico de años en una empresa terminás en la calle con nada. "Sé tú mismo", dicen las publicidades, mientras quieren que todos compremos lo mismo...

¿Y uno de dónde se agarra? ¿Cómo puedo juzgar a EE.UU., o a Bush, si sólo están ejecutando la ley más vieja de los seres vivos, la Ley del Más Fuerte? ¿Bajo que otra ley superior, bajo qué guía moral, bajo qué fe mística puedo yo condenarlos (juzgarlos, siquiera)? ¿Bajo qué supuesto juzgo más grave la muerte de un periodista que de un soldado norteamericano, o de un civil iraquí? ¿Por qué debería parecerme mal que no se condene a China debido al interés que existe para que abra las puertas de sus millones de consumidores a Occidente? ¿Cómo habría de enfurecerme contra los publicistas, fabricantes de espejos de colores, vendedores de ilusiones falsas?

Observen a su alrededor: todo es inconexo. Nada responde a una ley superior (lo siento, no hay Dios). Piénsenlo: ¿qué harían Uds. si tuviesen el poder que tienen los que manipulan a Bush? Quizás harían el bien a la Humanidad, no lo dudo, pero ¿por qué? Porque sí. Porque les da la gana. Porque tienen una idea del bien y del mal distinta a la de Bush. Pero no serían mejores que Bush. ¿Saben por qué? Porque no hay una vara con la que medirlos. Algo es mejor a otra cosa según una escala. Y esa escala no existe. No a nivel universal. Cada uno puede tener la suya, pero no hay forma de compatibilizarla con la de otros. No hay Ley, sólo Caos.

Hoy todo es raro. Nada parece estar en su lugar, porque nada tiene su lugar. El mundo se nos presenta finalmente a los ojos como lo que (en definitiva) es: un montón de átomos dando vueltas sin meta final por el espacio infinito.

Miércoles 09 de Abril del 2003

MUERTE EN EL FRENTE

LA GUERRA: ES LA BASE DE UNOS TRESCIENTOS ENVIADOS ESPECIALES Bagdad: un tanque aliado atacó el hotel de la prensa Murieron dos periodistas y hay tres heridos. EE.UU. alegó que respondió fuego enemigo, lo que fue negado por los corresponsales. Horas antes, había caído un camarógrafo en otro ataque a Al Jazeera.
Por Gustavo Sierra, enviado especial de Clarín a Irak. Escribo la nota más triste de mi vida. Acabo de ver morir al gallego Couso. El cámara de Telecinco de Madrid. Luchó hasta el final. Salió de tres paros respiratorios. Pero al final se fue. Se fue con el ucraniano Taras Protsyuk, otro camarógrafo, de Reuters, y el jordano Tarek Ayub, de la cadena de televisión árabe Al Jazeera. Los tres murieron ayer cubriendo la guerra más sangrienta para los periodistas en toda la historia. Hubo además tres colegas heridos. En 20 días de conflicto, cayeron once reporteros.

José Couso estaba en el balcón de la habitación 1402 del hotel Palestine, grabando la ofensiva aliada sobre el centro de Bagdad cuando fue alcanzado de pleno por la metralla. Un piso arriba estaba Protsyuk, quien murió poco después. Cayó contra los vidrios de la ventana, con la cabeza destrozada. A Ayub lo habían matado en otro lugar, en la casa desde donde transmitía la cadena de Qatar y que estaba justo entre los dos puentes del centro que se disputaron durante toda la mañana los tanques estadounidenses y los milicianos iraquíes.

José grababa desde el piso 14 el avance de dos tanques estadounidenses Bradley en el puente de Al Yamuría, a unas 15 cuadras del hotel. Dentro de la habitación estaba reportando para la radio de la RAI italiana Ferdinando Pellegrini. En la otra habitación escribía Jon Sistiaga, el reportero de Telecinco.

Eran más o menos las doce del mediodía. Veníamos siguiendo una batalla espectacular desde hacía cuatro horas. Los aviones A-10 Thunderbold cruzaban a una velocidad increíble y se descolgaban cayendo en picada y largando sus misiles sobre las posiciones iraquíes. Los tanques escupían fuego de una punta a la otra del puente. Los helicópteros Apache sobrevolaban los barrios del sur y lanzaban misiles. Se escuchaban las baterías antiaéreas iraquíes, aunque con menor intensidad.

En nuestra habitación, la 1602, Jorge, el camarógrafo de la cadena mexicana Televisa, que estaba en la misma posición en el balcón que da al Occidente, había dejado en ese momento la cámara y entró al cuarto. Olga Rodríguez, de Radio Ser, estaba también en el balcón y se dio vuelta al escuchar que sonaba su teléfono. En el living había varios italianos, portugueses y mexicanos. En el balcón de atrás filmaba Fernando, de la española Antena 3. Yo estaba en el otro cuarto preparándome para grabar un video para Clarín Digital.

En el piso intermedio, en la habitación 1502, estaban los camarógrafos de Reuters. Allí había otras cinco o seis personas trabajando. Las explosiones se escuchaban lejos. Había en ese momento una tregua. Los aviones pasaban rasantes y parecía que ya no tenían blancos a los que tirar.

Fue en ese momento cuando vino el boooooooommmmm impresionante, terrorífico. La bomba que veíamos desde días que caía sobre tanta otra gente, esta vez estaba sobre nosotros. El golpe me hizo tambalear. Miré los vidrios de la ventana porque me pareció que habían estallado. Estaba escuchando la caída de los vidrios del otro cuarto y de los pisos de abajo. Vi pasar a Jorge corriendo y gritando "¡Hay que bajar. Hay que bajar!". Tuve un instante de duda. No sabía si apagar la computadora o agarrar el satelital, pero el instinto de supervivencia me llevó corriendo con todos los otros.

Vi cómo las chicas productoras de Antena 3 corrían desesperadas y agarradas de la mano. Todos empezamos a bajar por la escalera. Alguien que venía de más arriba y pegaba unos saltos de a cuatro escalones a la vez, me pasó por encima. Trataba de ver que todos estuvieran ahí bajando, que nadie hubiera estado herido o se hubiera quedado sin saber qué hacer.

En el piso 15 vi al italiano Ferdinando que gritaba. Le dije "¡Bajá, bajá!" en mi porteño más clásico. El no me entendió y yo no le entendí a él. Estaba pidiendo ayuda. En el cuarto de él estaba José Couso tirado en un charco de sangre, con una pierna partida en varios pedazos y el fémur al aire. Le entendió Rafael de TVN de Chile. Corrió con él y encontró a Jon Sistiaga tratando de taparle la pierna a José con una sábana. Gritaban pidiendo un médico en varios idiomas. Cuando vieron que nadie los ayudaría, agarraron el colchón donde estaba tirado José y salieron corriendo para el ascensor. En el primero que se abrió no pudieron meterlo porque ya estaban sacando al ucraniano Protsyuk y a otros dos periodistas que tenían heridas más leves.

Cuando llegamos abajo, después de correr los 16 pisos, ya había decenas de colegas filmando y tratando de saber lo que había pasado. Muchos estaban en vivo en ese momento. La tragedia llegaba en tiempo real a buena parte del mundo.

Vi pasar a Jon y a otras personas que ya lo ayudaban a cargar a José. "Es Couso, es Couso", gritaba otro compañero español. "¿Quién más cayó?", preguntó alguien. "Vi a cuatro heridos". "Hay mucha sangre". "¿Dónde está Eduardo?" "¿Dónde está Ferdinando?", se escuchaba decir casi al mismo tiempo.

Salí corriendo para ver desde abajo lo que había sucedido y descubrí que el balcón donde habíamos estado toda la mañana siguiendo la batalla, estaba todo agujereado. Se veían grandes pedazos desprendidos de concreto. Lo mismo en los dos pisos más abajo. Del otro lado, del que estaba José, los balcones estaban destrozados. Los agujeros se veían sobre las paredes, las barandas y las ventanas de los costados. Cuando subí, más tarde, los vi llenos de vidrios y pedazos de cemento y hierros retorcidos. El de Reuters y el de Telecinco estaban llenos de sangre. El nuestro estaba inundado porque Jousit Asker, el chofer de Sky News de Inglaterra, que había visto cómo se prendía fuego la cámara de Televisa, había forzado la puerta para apagar el incendio.

Couso ya estaba rumbo al hospital. Lo llevaban Jon y Jorge, el mexicano. Dicen que José ni siquiera se quejaba, que les preguntaba todo el tiempo qué les había pasado y que preguntó por sus hijos. Sólo pidió que le mantuvieran la cabeza levantada.

El ucraniano Proysyuk ya había muerto. Llevaron el cadáver al hospital en una camioneta que salió lenta. El conductor sabía que no había nada por qué correr. A los otros heridos los cargaron en autos. No se los veía muy graves.

Fue cuando nos aflojamos y empezamos a llorar, a gritar y a maldecir a todos los hacedores de la guerra. Se me acercaron varias cámaras y me preguntaron de dónde habían venido los disparos. Les dije que no sabía, que me parecía que provenían de detrás de unos edificios cruzando la avenida Sadoun, pero que no tenía idea de lo que había pasado, más allá de que habíamos recibido unos impactos muy fuertes. Se me acercó Udai, el jefe de la oficina de propaganda y censura del régimen iraquí y me increpó delante de todos porque no culpaba directamente a los estadounidenses. No sabía ni siquiera de qué me estaba hablando. Un colega inglés se me acercó y me sacó del lugar. "No les contestes, están locos", me dijo. Un rato más tarde, apareció alguien diciendo que el Pentágono había admitido que uno de los tanques, en el puente, había disparado al hotel porque desde el edificio habían recibido fuego de francotiradores.

En el Palestine hay 300 periodistas desde hace veinte días y ninguno de nosotros jamás vio a nadie armado fuera del lobby del hotel y nunca se vio ninguna evidencia de que desde allí pudieran estar operando algunos milicianos y mucho menos soldados del ejército iraquí. Además, si estaban en el techo ¿para qué dispararon a los pisos 14, 15 y 16, bastante más debajo de la terraza a la que se accede desde el piso 20?

Cuando llegué al hospital, tras hablar con mi familia, con Marcelo Cantelmi, mi editor, con nuestro corresponsal en Roma, Julio Algañaraz y con Magdalena, en Radio Mitre, José había salido de la operación. Le habían amputado la pierna derecha, pero estaba estable. Estábamos fuera de la sala de operaciones y podíamos ver por una ventana. De pronto empiezan a correr los médicos y las enfermeras. José estaba teniendo un paro. Unos minutos después, salió una enfermera y dijo que las cosas no estaban bien. Veíamos a los médicos haciéndole respiración y golpeando el pecho muy fuerte. Otra enfermera nos sacó unos metros del lugar. Y vimos salir a los médicos. Le dijeron a Jon que lo sentían mucho que habían luchado hasta el final y el jefe se puso a llorar con nosotros. Eramos cinco o seis hispanos en el medio del pasillo llorando por José. Rodeados por decenas de iraquíes que estaban en la misma situación. Los heridos y los muertos no habían dejado de entrar en ningún momento.

Cuando salimos llegaron otros dos autos llenos de heridos y muertos. Una mujer gritaba como loca. El que parecía su marido y quien podría ser un hijo estaban muertos y sus cuerpos destrozados.

Traté de quedarme con la imagen más feliz de José, la de hace dos noches, cuando no podía parar de reír mientras cantábamos una canción mexicana a la que Fernando, de Antena 3, le había cambiado la letra. Era un gallego, hecho y derecho. Tenía una cara redonda y cejas gruesas, pero su contextura era pequeña. Tenía el pelo cortado casi al ras y unas patillas muy modernas que terminaban en punta casi en el medio del pómulo. Era un tipo fino. Fumaba de una manera bastante particular. Tomaba el cigarrillo con los dos dedos y no entre los dedos como casi todo el mundo. Le encantaba el tequila. Se divertía mucho con los latinoamericanos. Nuestros modismos, y muy en particular los de los mexicanos, lo hacían reír con la boca abierta y amplia. Le aparecía una cara casi de un payaso que transmitía felicidad.

Tenía 37 años y dos hijos. Cuando hablaba de su mujer decía "mi chica". Se llevaba perfectamente bien con su compañero Jon. Y cuando nos reuníamos cada noche los 20 o 30 periodistas hispano-luso-italianos en la "cantina mexicana" (nuestra habitación) o en la "taberna española" (la habitación de Antena 3) él siempre llegaba con alguna botellita bajo el brazo y con la mejor de las sonrisas me palmeaba o me daba un beso y me decía "¡Qué dices, argentino!". Nos hacía felices.

Lo despedimos al caer la tarde. A alguien se le ocurrió y los 300 periodistas nos reunimos en el jardín del hotel desde donde transmiten en vivo las cadenas internacionales de TV. Fuimos con velas y, en el medio de un mutismo absoluto, las prendimos y guardamos varios minutos de silencio. Después, las pusimos arriba de una tabla y las dejamos ahí hasta que el viento las fue apagando. Ni una bomba, ni un avión, ni un ruido. José se había ido y Bagdad lo despedía con una tregua.

Viernes 04 de Abril del 2003

DÍAS EXTRAÑOS

Sí, son días extraños, pero no creo que pueda permitirme el lujo de un post pormenorizado. No creo que quieran leer otro de esos. Con uno basta. El de Matrix es brillante, no quisiera estropearlo con una burda imitación.
Pero lo cierto es que desde hace cuatro semanas vivo sumergido en una nebulosa que no alcanzo a comprender. Es como si, de golpe, todo lo que había sido hasta ahora hubiese desaparecido definitivamente. O casi todo. Incluso la rutina que había llegado a forjar en mi nuevo hogar también se disipó.
Un trabajo nuevo, horas enteras fuera de casa, paseos por lugares desconocidos, gente nueva... De repente he sido arrojado como una bomba en territorio extraño y, por momentos, enemigo. Los pensamientos rondan confusos, y ya no veo nada con claridad. Ese Gollum soberbio que departía instrucciones, reflexiones y consejos ahora es el Gollum aterrado por amenazas desconocidas. Y no hace falta que delire acerca de Tolkien y compañía. Estoy hablando de sentir, por primera vez en la vida, el peso de una ciudad, o el agobio de las responsabilidades (serias responsabilidades, inimaginadas por muchos de ustedes). En mis manos no está el destino de una nación, ni la bolsa de Nueva York, ni la guerra de Irak. Quizás sólo está mi familia, mis padres, mis hermanos. Y pesa.
El mundo es hoy diferente a lo que fue hasta hace tan sólo cuatro semanas, cuando podía darme el lujo de divagar en comentarios y postear con frecuencia diaria. Las cosas que me parecían absurdas, hoy tienen sentido. Las vías de escape son más necesarias que nunca, y una buena borrachera adquiere poderes mágicos insospechados. Todo se sostiene en un equilibrio precario, como un castillo de naipes, como un andamiaje mal construido: una brisa, un roce ocasional, y no quedará nada.
En este momento soy una infame criatura susceptible y miedosa, aterrada por los rostros de la gente común.
Son días extraños.

Muy extraños.

STRANGE DAYS

Estamos viviendo días extraños, no cabe duda. Y ni siquiera yo escapo a la regla. Esa señora que llamamos Realidad parece empecinada en superarme, y es por eso que últimamente tengo la sensación de estar convirtiéndome poco a poco en una especie de V8 con los cables cruzados.
Ir a mil, sin detenerse a reflexionar. Atrapado en las redes de la vida urbana. Pretender que puedo hacer treinta cosas a la vez, en el mismo momento y en varios lugares simultáneamente.
Y hete acá que de golpe me encuentro maniatado de pies y manos, con una pared de granítica piedra en el medio exacto de mi camino. Por supuesto, me estrello.
Y ese día, el día que la Matriz V8 se estrelló, puede haber sido ayer.
Les ofrendo un itinerario:

8.00 hs.: Entrada al laburo. Y, de entrada, configuración de la impresora que el miércoles, después de casi una semana, trajeron reparada. Ronda de mate. Amargo, por supuesto.
9.00 hs.: Ingreso a internet. Habitual recorrido por los weblogs. Algún que otro comentario.
10.00 hs.: Charla por el MSN con Habbi. Mini-tutorial sobre CSS para hover links y mouse.
11.00 hs.: Naboleti consuetudinario (uno de tantos que llegaron por acá ayer) emperrado en que la palabra "venía" (contexto: carta a un Jefe de Brigada, cuestiones militares creo yo) aparecía "ve(cuadradito)a" en toda impresión que realizaba. Le digo a Habbi que espere un ratito y allá voy. Resulta que el naboleti había borrado el e-mail, así que tuve que hacerle toda la notita de nuevo, desde cero y en Word, para que se imprimiera como es debido.
11.15 hs.: Reanudación del tutorial. A los cinco minutos, necesitan la PC que habitualmente uso. Cancelación del tutorial. De yapa, una tirada de orejas (bastante heavy), regalito de mi jefa, aduciendo "poca predisposición a la ayuda de naboletis".
14.00 hs.: Salida del laburo. Corrida a casa. Ducha de agua helada para despabilar los sentidos. Autosatisfacción. Muda de pilcha. Almuerzo pasado por cronómetro. Nada de café tras el almuerzo, no hay tiempo.
15.30 hs.: Salida de casa. Caminata de 15 cuadras hasta la estación de trenes Boulogne Sur Mer. Viaje en tren. Total: una estación.
16.00 hs.: Ascenso al transporte colectivo de pasajeros Línea 71, estación Villa Adelina. Sigue una hora de bamboleos característicos. Frenadas bruscas, carrerita en la Panamericana, bocinazos en Villa Urquiza, gente molesta que se sube al bondi y te mira como si fueras un ET.
17.10 hs.: Completa desorientación durante la búsqueda de la nueva sede (Tucumán 3199) de la Facultad de Ciencias Sociales de la U.B.A., barrio del Abasto.
17.20 hs.: Llegada a la sede. Enterate, Jonathan: NO HAY CLASE. Bonito cartel pegado en la puerta del aula correspondiente. Puteada cósmica. Abandono de sede. Entrada en un locutorio de Av. Santa Fe. Conexión a internet pedorra, pero funcional. Le escribo un mensaje al Toro, a ver si me pego una vuelta hacia las 19.30 hs. Mando el mensaje y me comunico vía MSN con Gloria: me dice que va a salir de copas con Torito, los dos solitos. ¡A la merde! Confirmación de Toro vía e-mail: Hoy no, papá :-(. Falta de tacto mátrica, claro. El amigo tiene que hablar con la se'ora porque... bueno... tiene un problemilla. Vergüenza mátrica. Entrada de Mario Gabriel (ex compañero de secundaria, amigote mujeriego consuetudinario) al MSN: "Visitá www.contactossex.com y sé feliz". Le hago caso, de puro curioso y aburrido. Ejem...
18.44 hs.: Salida del locutorio. ¿Qué mierda hago ahora? Me voy para Uriburu al 1000, con la idea de pedirle a Martín que me pase la posta bibliográfica de In Cold Blood y Música Para Camaleones, by Truman Capote, a fin de usarlas en el cuento policial que debo entregar antes del 15 de Abril, para ser publicado en Contenido, revista literaria. Llego al edificio y justo justito sale Claudia (la novia). Martín no está en casa, ella va para Palermo Viejo, a Teatro. ¿La acompaño? Bueno.
19.15 hs.: Descenso a la línea D de subterráneos, estación Pueyrredón. Mucha gente, claro. Mucho ruido, pero conmigo eso no es problema.
19.30 hs.: Ascenso a Av. Scalabrini Ortiz, estación ídem. Caminata con Claudia hasta Costa Rica al 4700. Regreso hacia La Rural.
19.55 hs.: Ascenso al transporte colectivo de pasajeros Línea 60, Sociedad Rural Argentina. En la parada siguiente, sube una chica monísima, rubiecita, de veintitantos años, vestida con pantalón de jean azulísimo, remera negra y campera de jean celestita clarísima, acompañado por botitas negras. Un primor. Es la única que viaja parada. Entonces, hice lo que nunca antes (claro que les cedo el asiento a las abuelitas o embarazadas, cuando se presenta la ocasión): tardé cuatro cuadras en levantarme, ofrecerle el asiento (ella me dijo "Gracias" con una sonrisa) y, mientras ella se sentaba, agregar: "No puede ser que viajes de pie, no podés". Resultado: me miró con cara de extrañada. Y... ¿saben qué? A las cinco cuadras se bajó. Por suerte, yo tenía mis anteojos oscuros. Me los puse. ¡PAPELÓN! Resto del viaje ensimismado en pensamientos contradictorios sobre el día pésimo. Idea de redactar posteos al respecto.
20.40 hs.: Combinación 60-71, Panamericana y Paraná.
20.50 hs.: Llegada a estación Villa Adelina. Cruce de las vías y, ahí, la única buena noticia del día. Me encontré de puro pedo con Karen, y volví a casa con un lindo paquetito repleto de facturas (gentileza de la amiga). Claro que di cuenta de todas las facturas a lo largo de las 45 cuadras que caminé hasta llegar a casa. Si se escandalizan de las 45 cuadras, la explicación es que me valía más caminar para despejarme un poco, y ver si podía descruzar los cables V8...
22.30 hs.: Llegada a casa. Cena. A la cama.

Lo notable es la cantidad de sensaciones contradictorias que se entremezclaron a lo largo del día. De la alegría a la tristeza y viceversa. De la expectativa a la frustración. Del sentimiento de caballerosidad al de estupidez...
Definitivamente, son días extrañísimos. Alienados, si se quiere.
Y este posteo, supongo, es patético.
Pero es lo que hay. Hoy, al menos.

Ah. Esta mañana me desayuné con que mi jefe (el esposo de mi jefa) está internado en terapia intensiva; o con una afección coronaria, o con un infarto. ¿Qué tal?

¿Y usted, Don GOLLUM? ¿Cómo son sus días extraños?