Miércoles 11 de Agosto del 2004

ENIGMA

Como una Venus...Desde su rincón, podía observar a todos sin ser observado. El Libro reposaba mansamente, seguro en sus manos (acunado en sus brazos, casi podría decirse). Vio a la monísima Pato ir y venir con encargos y pedidos. La larga cola de alumnos se fue disipando lentamente; había comenzado uno de esos períodos breves en los que Patricia podía concentrarse en alguna lectura y los alumnos hacían uso de su bibliografía. Gerardo nunca se preocupó por comprender ese comportamiento casi inconsciente (del inconsciente colectivo, probablemente) por el que el alumnado tendía a apiñarse para efectuar cualquier tarea: iban al bar todos juntos, iban a pedir libros todos juntos, iban a leerlos todos juntos, iban a consultar a los profesores todos juntos, preparaban los exámenes todos juntos... En síntesis, un verdadero placer por el amontonamiento.
Pero al fin había llegado el descanso para la monísima Patricia, que se concentraba en leer algo que la vista de Gerardo (su buena vista) desde allí no podía captar. Entonces la miró a ella: era bonita, por cierto, pero no podía concebirla ya como una mujer. La belleza que veía en ella era casi abstracta, como la Venus de Boticelli. Belleza en estado puro, un mero deleite visual. Como la negra tapa del Libro, con sus letras doradas...

En eso, la puerta volvió a cerrarse con su estrépito terrorista, e irrumpió en el recinto una extraña pareja. Dos muchachos jóvenes, de veintipico cada uno, entraron a la biblioteca sin hablarse, pero era notorio que estaban en compañía.
Rara compañía, a juzgar los elementos de cada uno. El primero que apareció tenía un aspecto que Gerardo no pudo dejar de reconocer como balín: cabello rubio (oscuro, mejor dicho oscurecido, quizás por el agua de Buenos Aires), prolijamente cortado y peinado con raya al costado, estatura media, algo delgado, con ropas sobrias en las que predominaba el gris, un reloj discreto pero seguramente caro y zapatos lustrosos. El segundo, en cambio, no compartía nada con el otro: cabello negro, algo largo y despreocupadamente al natural (sauvage, como dirían los franceses); ropajes indistinguibles por la insistente preeminencia del negro (que borraba los contornos entre las prendas) cubrían su estirada figura que, sin embargo, no tenía esa tendencia natural en los altos a encorvarse sobre el cuello; al contrario, había altivez y seguridad en el porte del oscuro jovenzuelo.
Gerardo los miraba y no podía creer que estuvieran juntos. La cara de asco que el primero no podía ocultar, y cierto desprecio reflejado en el rostro del otro parecían convertirlos en irreconciliables enemigos. Pero allí estaban, los dos juntos ("juntitos") dirigiéndose a la monísima Pato. Gerardo, con suma curiosidad, los observó durante un rato más largo del que habría gastado con cualquier alumno corriente. Antes, claro, volvió a echar un vistazo a esa primera carátula, adornada con hermosos dibujos, y aspiró otra vez el aroma añejo de las págnas amarillentas. Ya, faltaba poco, pronto estarían por fin juntos.
Habló primero el más alto, el de apariencia más rebelde ("premeditadamente rebelde", pensó Gerardo, tan afecto él a las adverbiaciones). El joven se recostó ligeramente sobre el mostrador, como quien se apoya en la barra de un bar, y Gerardo vio en esos movimientos un fluir natural, instintivo. Habló a la monísima Patricia clavando su mirada en los ojos de la muchacha. El otro se limitaba a presenciar el diálogo, traqueteando los dedos impacientes sobre la madera. Patricia abrió los ojos celestes expresando de manera literal todo el asombro que le provocaba lo que aquél joven decía. Ella les dijo algo, y la extraña pareja, a su vez, quedó paralizada. El muchacho balín cesó el traqueteo y sus mejillas blancas se tiñeron de rosa. El otro abandonó su postura de bar y se incorporó en un movimiento, como si fuera un conscripto en presencia de "su capitán".
Gerardo se sonrió, no sabía bien por qué, pero pensó que allí acababa una secuencia humorística, como los sketches mudos de Benny Hill. Apartó su mirada de la escena y volvió al Libro.
Tomó con sumo cuidado la hoja de la primera carátula entre sus dedos índice y pulgar izquierdos. La elevó suavemente y la depositó sobre la página en blanco, que reposaba sobre la tapa pesada del enorme volúmen, que a su vez reposaba sobre la mesa. Apareció la segunda carátula. Repetía el título y los dibujos de la primera, pero esta vez añadía texto, aunque en caracteres tan elaborados que un simple golpe de vista no bastaba para captar su contenido.
Como una mosca entrenada, Gerardo sintió crecer una sombra cerca suyo, la vio prolongarse lentamente, invadiendo de a poco el suelo, luego la mesa y finalmente las páginas de su Libro. Sintió también los pasos ahogados en la alfombra, pisadas gatunas que se aproximaban silenciosamente, pero con firmeza. En el momento indicado, con la velocidad que el miedo otorga al cuerpo (como la de una mosca), cerró el volúmen y alzó la vista.
El joven balín le preguntó, mientras el otro indagaba inquisitoriamente los ojos de Gerardo:
—¿Usted tiene el Nekías?

Escrito por J.E.L.
Comentarios

"premeditadamente rebelde"... He has just taken my words out.

Comentado por Federico

Jon, esto no tiene una continuación???
Dejá de jugar con mi ansiedad!!! Quiero saber para que querían ese libro, quiero saber si le arrancaron las manos junto con el libro o simplemente le preguntaron cuando lo iba a delvolver porque ellos tenían que hacer un trabajo prácitco para la facultad...
NO SE LO QUE QUIERO, PERO LO QUIERO YA!!!!

Comentado por Mau

Mau: Podría decirte que no, que no tiene continuación. Al menos, no en este weblog. Es un fragmento de una novela en proceso de escritura, que venía al caso de algo que quería reflejar, y lo usé. =)
No me odies, ¿sí? =P

Comentado por JEL
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