Al entrar, el timbre del teléfono se hacía oír. Rápidamente, me abalancé sobre él y atendí. Tenía el pálpito de que debía ser ella, la bibliotecaria, que me llamaba para asegurarme que al día siguiente, por fin, podría elegir un libro para deleitarme, como antaño. El orden trastocado en desorden regresaría a su cauce normal.
Nada más atender, comprobé lo falaz de mi intuición. Quien estaba al otro lado de la línea resultó ser un viejo compinche de mis años mozos, que había recordado, según sus propias palabras, que en unos cuantos días más se cumpliría un nuevo aniversario de nuestra graduación. No recuerdo nada más de aquella charla. Sí sé que fue corta, pues yo no me encontraba particularmente interesado en hablar con alguien; con más razón todavía, si esa persona no podía asegurarme que al día siguiente no se repetiría la rutina. Que llegaría al portal y vería que sólo se trataba de un mal sueño.
Además, en el momento que había levantado el auricular, un rayo de certeza atravesó mi mente: la anciana desconocía por completo mi numeración, del mismo modo que yo ignoraba su número telefónico.
Cuando colgué, me hundí en el sillón. Estaba sentado junto a la mesita que soportaba el aparato telefónico y las gruesas guías, también telefónicas. Tanto la del pueblo y sus alrededores como la de la gran ciudad que se alzaba a varios kilómetros de distancia, en dirección nordeste. Dí un respingo al percatarme de lo obvio...
¡La guía telefónica! ¡Bendito invento! Ella podía aydarme. No tenía más que pasar sus páginas y hallaría la solución a mi problema. Por supuesto, conocía el nombre de la anciana. Se llamaba Marga. Pero había un inconveniente, aun antes de empezar la búsqueda: el nombre no me era suficiente; necesitaba su apellido, que se me hacía por completo oscuro.
Como siempre, un pequeño detalle imprevisto hacía fracasar el plan trazado. ¿Qué hacer? No tenía forma de averiguar cómo se apellidaba esa anciana, y en consecuencia tampoco podía desentrañar su número telefónico. Llegué a la conclusión de que la única forma de salir del atolladero era hojear las páginas de la guía una por una, buscando el nombre "Marga" y discando el numero correspondiente. Y, si Marga respondía el llamado, preguntarle sui era ella la bibliotecaria.
Exactamente dos horas y cuarenta erróneas Margas después, me encontraba a punto de llegar a la última hoja del listado y no había conseguido ubicar a esa mujer. Pero ahí, donde se leia "Zuhar", aparecía el nombre. Casi por inercia, apunté el número en una hoja y luego disqué.
Cinco laaargos timbrazos pasaron, hasta que Marga levantó el auricular.
—¿Hola? —Aunque la voz me resultaba familiar, algo en su melodía no terminaba de coincidir.
—Sí. ¿Con Marga, por favor?
—Soy yo. ¿Qué se le ofrece?
—¿Usted atiende una biblioteca? —La pregunta no fue respondida de inmediato con un rotundo "no", como en todas las demás ocasiones. A través de la línea me llegó el sonido amortiguado de una respiración dificultosa. Luego, Marga contestó.
—Efectivamente. ¿Quién es usted?
A duras penas logré contener el grito de alegría. Carraspeé y me di a conocer. No pareció sorprendida, pero sí un tanto molesta. quiso saber qué quería y, cuando le conté mi temor de que ya no volviera a la biblioteca, se rió de mí. su risa, a diferencia de la musical y cálida que yo le conocía, fue sarcástica y funesta. Me tildó de fanático o maniático incorregible, me amonestó severamente por no ser capaz de controlar el poder que librejos de cuarta ejercian sobre mí, etc., etc. No referiré todo lo que me transmitió, en helado monólogo, durante los veinte minutos siguientes, pero en verdad no parecía la maternal anciana que yo había conocido. No, no era la Marga que siempre había estado tras el gran mostrador de madera lustrosa, entre volúmenes variados, en largas tardes de recomendaciones y consultas, durante años y más años. Así se lo hice notar. Para mi sorpresa, simplemente me invitó a concurrir a su casa de inmediato.
—Le convieen, mi muchacho. Tengo aquí un ejemplar que usted nunca podrá leer si no viene antes de medianoche. Y le digo más: si no aparece por aquí, su querido refugio, su templo literario o como guste llamarlo, ya no contará conmigo —hizo una pausa, como si quisiera medir el efecto de sus palabras sobre mí, y prosiguió—. En realidad, por más que usted concurra a la cita, nunca más me verá detrás de ese mostrador.
Algo, una premonición quizás, me convenció de que sus afirmaciones eran ciertas. Le aseguré que iría en un momento, a lo que ella escuetamente respondió:
—Procure llegar antes de la medianoche —, y colgó.
No había logrado que Marga me diera precisiones mayores sobre ese raro ejemplar del que hablaba, pero me sentía inquieto. Pensé, y tenía razón, que ese libro tenía mucho que ver con el aislamiento repentino de la anciana. Pero no entendía por qué pretendía darme a leer esa obra, pues sabía muy bien que un fanático, o quien profesa una devoción exacerbada por un escrito que, cree, nadie más conoce, suele llevarse el secreto a la tumba. En efecto, muchas veces el acto de lectura de un libro parece revelarnos todo un mundo que, de alguna manera misteriosa, nos impulsa a querer resguardarlo, impidiendo que otros tengan acceso al mismo, creando un santuario particular, egoísta si se quiere, que nos acompaña hasta el fin de nuestros días.
No parecía ser el caso de Marga, pero mientras reflexionaba sobre la cuestión miré la hora, y supe que debía darme prisa...
Y el 4???? Me voy a quedar sin uñas...
Comentado por Mau... ya estoy resignado... espero que esté el lunes...
Buen finde.
Comentado por Mausobre tu post de el zahir: estamos todos locos o qué?????
es q quieres terminar como uno de tus personajes??
fin de mundo.
Comentado por pattyceDame una pista, algún rastro, para hallarte. . .
¿Me buscabas?
Mau: Disculpe usted, muchacho. Hubo complicaciones de tiempos y no pude terminar de tipear antes el cuento. =)
Patty: Voy a ser claro, dos puntos. No me interesa en lo más mínimo lo que se comente o se deje de comentar en el conventillo. Quiero contactar a un weblogger cuyos textos me parecen soberbios, para hacerle una propuesta. Nada más ni nada menos que eso. Si tal cosa me convierte automáticamente en un chiflado o en la víctima propiciatoria de algún ritual, allá ustedes (que ya me salieron antes con el cacareo). ¿Se entendió? ;)
Asterión: Efectivamente, señor. Lo buscaba, y ahora tengo la dirección de correo que encesito. Muchas gracias. Pronto tndrá noticias mías. =)
si lo consideras conventillo, allá tú.
a veces no entiendo cómo puedes poner en peligro las personas q aprecias/quieres/amas.
Había un tema de Duran Duran que me vino a la memoria.
¿Is there something I should know?.
daleeeeeeeeeeeeee pone el q sigue
Comentado por carlosemeCarlosEme: El que sigue ya está publicado.
Comentado por JEL