Fragmentos de "EL TIEMPO SIN LÍMITES"
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¿Se puede narrar el tiempo, el tiempo como tal? Esto se pregunta Thomas Mann en
La montaña mágica, antes de concluir que no, que es al revés: la narración
realiza el tiempo,; lo llena, lo divide, lo hace pasar con la sucesión de las cosas, y en esto se parece a la música. La diferencia es que, si una pieza musical tiene un solo tiempo -el que "dura" su ejecución-, en el relato el tiempo del desarrollo coexiste con el de los hechos narrados.
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Claro que el tiempo de la enunciación verbal es además un compuesto inconmensurable. Aparte de que un cuento dura una cantidad de páginas, cada lector tiene su ritmo de lectura y sus quehaceres.
El escarabajo de oro se puede leer de una sentada, o a lo largo de tres noches; y de todos modos las frases están curtidas por un tiempo más, el que el escritor tardó en escribirlas. Como todos estos tiempos producen los hechos que se cuentan, y a la vez son desbordados por esos hechos, la narración entra en la vida como un compuesto nebuloso que desplaza la sólida pauta de antes y después.
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Improvisar es componer espontáneamente; la improvisación incluye el tiempo de la memoria y se hace cargo del inconsciente, que es intemporal.
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El relato es una sucesión de hechos realizada en el espacio de la escritura -o en la voz-. Los enemigos de las inversiones, de las tramas abiertas de la novela experimental, sostienen que el lector necesita comienzos y finales claros para que no lo mate la angustia del infinito. Pero el narrador sabe que al limitar la extensión de la historia y fabricarle un desenlace está adulterando -más si cabe- la verdad. El narrador querría una especie de tiempo que lo redimiera del espacio y la fatalidad del final.
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El narrador traduce acontecimientos, pero no creo que uno sólo escriba lo que ha pensado; desde otro punto de vista, uno piensa lo que va escribiendo. No hablo de escritura automática, sino de una lucidez que sintetiza realidades cuando el cuerpo y el pensamiento acuerdan con las energías del lenguaje. A mí me gustaría escribir sucesos sin clímax, como las escalas acuáticas e incesantes del pianista ciego Lennie Tristano. O historias donde nunca pase lo que
debía pasar, como en los solos de Lester Young. Son aspiraciones frustradas de antemano, entre otras razones porque en la literatura no hay base armónica; digamos, no hay tonalidades acabadas (como el Mi menor), y por lo tanto no hay atonalidad en sentido estricto. Cualquier intento de composición espontánea deja al narrador en ridículo.
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El 16 de enero de 1936 por primera vez una orquesta de jazz tocó en el Carnegie Hall, uno de los santuarios neoyorkinos de la música clásica. Los muchachos de Benny Goodman hicieron una música exuberante y el público se regocijó, pero el trompetista Harry James dijo: "Nos sentíamos como putas en una iglesia". A veces pienso que el arte debería ser así, no sé si me explico.
Escrito por J.E.L.
Horacio: El artículo del que fueron extraídos los fragmentos con los que se construyó el post trataba específicamente sobre los tiempos de la literatura, si bien estaba mechado por referencias a la música... más específicamente, la ejecución del jazz, música improvisada por excelencia si las hay. En todo caso, me parece que las frases que te llevaron a disentir están contextualizadas dentro del campo literario, más que musical. Que hayas articulado uno y otro campo a partir de esas frases me resulta admirable, y me parece genial. Por lo tanto, gracias por el aporte. :)
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