BOMBARDEEN BUENOS AIRES (Parte 2)
Hete acá el cierre del artículo de Marcelo Cohen:
Las grandes estrellas del país ya no son los actores, ni las vedettes, ni los Premios Nobel, ni los cantantes peinados con spray. La primera plana del cartel la ocupan los periodistas. En un medio donde la "palabra fluída" es un valor adorado con prescindencia del sentido, las labores del poeta declinan en expresiones como "hacer verso", en tanto el periodista se dignifica en la misión de "servir a la verdad". Versátiles, nuestros hombres de prensa visten alternativamente las ropas del sentido común, la indignación, la franqueza o la reflexión, y pretenden ser, no el molde de la opinión pública, sino su encarnación. Algunos, se ve, están convencidos de ser voceros de algo o alguien en lugar de especialistas en fabricar realidad. El malentendido estriba en la suposición, ilusoria, de que lo comunicado en la noticia -que siempre se comenta, por otra parte- es la vida misma. Se olvida, por supuesto, que el lenguaje periodístico, como cualquier lenguaje, instaura una realidad, que es reducción o recorte en el cual están ausentes gruesas zonas de lo que se vive. De la presunción de poseer el espejo del mundo, no obstante, provienen la arrogancia y el prestigio de muchísimos informadores. Y bueno; la inclinación de nuestra sociedad a que le mientan es compulsiva, siempre y cuando la mentira tenga buen aspecto.
Consecuencias: veletismo y un aire crecientemente arbitrario en los mass media, siempre revestido de simpatía. Más aún: el programa informativo cobra características de show. En un extremo, los badulaques del noticiero de canal 9 intercalan chistes entre violaciones y bombardeos, como si estuvieran presentando un festival a beneficio. En el otro, el joven reportero de un semanario conquista más mujeres que el cantautor de protesta. Los periodistas están en posesión de la verdad lisa y llana, algo cuyas acciones han experimentado un alza violenta, y el poder que obtienen de esto -no importa el monto personal- les concede un aura canónica y festiva.
La pregunta que me surge tras la lectura de un artículo escrito hace quince años es cuánto poder de observación seríamos capaces de desplegar nosotros, webloggers, en nuestros pequeños globos terráqueos particulares.
Extrañarnos de nuestros lugares, comenzar a mirar la ciudad y sus habitantes con ojos de exranjero, extraño, diferente, exiliado, marginado. Algo muy interesante es lo que hizo Mini-D, cuando vino a Baires, no hace mucho. Lo que me gustaría proponer es que, de una forma u otra, empecemos a construir nuestra porción de verdad sobre la ciudad. Que busquemos aquellos personajes que, de tan comunes, ocultan su verdadera dimensión a la mirada del ciudadano medio. Obviamente, podrán decirme que es eso lo que hacemos en la blogósfera. Bien, yo contesto: potenciémoslo todavía más. Exprimamos la neurona a fin de dar la más personal, asombrosa e inexacta visión de los sucesos que envuelven nuestra cotidianeidad. Los lectores, sean de la época que sean, seguramente estarán agradecidos.
Escrito por J.E.L.
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