No voy a ocultar mi desprecio por la humanidad. Ni mi desprecio por mí mismo. Ni mi afición por destripar personajes en ficciones mediocres. MATRIX dará fe de cómo disfruto con la creación de criaturas que destino irremediablemente a padecer, a sufrir vejaciones, a recibir torturas psicológicas, a retorcerse en el remordimiento, a caer víctimas del sadismo y (sólo al final, si tienen suerte) a morir.
Pero debo confesar ahora que, a veces, no muy a menudo, siento un deseo estúpido, infantil y rencoroso de accionar vilmente contra la humanidad. Y es entonces cuando pienso en los niños.
Los niños, siempre tan "inocentes" (¿acaso los demás somos "culpables"? ¿Culpables de qué?), siempre tan protegidos y, a la vez, tan vulnerables. Véanla: la imagen de un crío que apenas aprendió a hablar, con 4 ó 5 años de edad, con su guardapolvo a cuadritos, la mirada curiosa, las facciones redondas y suaves... Y al siguiente instante, la muerte. Un disparo en la cabeza. O una aguja de tejer que atraviesa el cráneo de lado a lado, ingresando sutilmente por el oído. O un golpe violento y pesado, un mazazo que aplaste sus sesos, o su caja toráxica...
Sin justificativo. Una muerte sin móvil ni sentido. Matar porque se puede. Acabar de un modo rápido y sencillo con la promesa de toda una vida.
Delirante, ¿no? Pues bien, la idea no es original (nunca lo es, no puede serlo). La perversión ha tenido lugar.
Sólo es cuestión de ir a la hemeroteca. Clarín, 27 de enero de 2000: "UN CRIMEN INEXPLICABLE".
Escrito por GOLLUMusted es muy tierno.
ha de suscederme no poder contener la sonrisa cuando una anciana o una 'criatura' se lastima, y varias veces me imaginé que el lindo crío que veía por el balcón se caiga o balazos fugaces.... soy perversa por eso?