José Couso estaba en el balcón de la habitación 1402 del hotel Palestine, grabando la ofensiva aliada sobre el centro de Bagdad cuando fue alcanzado de pleno por la metralla. Un piso arriba estaba Protsyuk, quien murió poco después. Cayó contra los vidrios de la ventana, con la cabeza destrozada. A Ayub lo habían matado en otro lugar, en la casa desde donde transmitía la cadena de Qatar y que estaba justo entre los dos puentes del centro que se disputaron durante toda la mañana los tanques estadounidenses y los milicianos iraquíes.
José grababa desde el piso 14 el avance de dos tanques estadounidenses Bradley en el puente de Al Yamuría, a unas 15 cuadras del hotel. Dentro de la habitación estaba reportando para la radio de la RAI italiana Ferdinando Pellegrini. En la otra habitación escribía Jon Sistiaga, el reportero de Telecinco.
Eran más o menos las doce del mediodía. Veníamos siguiendo una batalla espectacular desde hacía cuatro horas. Los aviones A-10 Thunderbold cruzaban a una velocidad increíble y se descolgaban cayendo en picada y largando sus misiles sobre las posiciones iraquíes. Los tanques escupían fuego de una punta a la otra del puente. Los helicópteros Apache sobrevolaban los barrios del sur y lanzaban misiles. Se escuchaban las baterías antiaéreas iraquíes, aunque con menor intensidad.
En nuestra habitación, la 1602, Jorge, el camarógrafo de la cadena mexicana Televisa, que estaba en la misma posición en el balcón que da al Occidente, había dejado en ese momento la cámara y entró al cuarto. Olga Rodríguez, de Radio Ser, estaba también en el balcón y se dio vuelta al escuchar que sonaba su teléfono. En el living había varios italianos, portugueses y mexicanos. En el balcón de atrás filmaba Fernando, de la española Antena 3. Yo estaba en el otro cuarto preparándome para grabar un video para Clarín Digital.
En el piso intermedio, en la habitación 1502, estaban los camarógrafos de Reuters. Allí había otras cinco o seis personas trabajando. Las explosiones se escuchaban lejos. Había en ese momento una tregua. Los aviones pasaban rasantes y parecía que ya no tenían blancos a los que tirar.
Fue en ese momento cuando vino el boooooooommmmm impresionante, terrorífico. La bomba que veíamos desde días que caía sobre tanta otra gente, esta vez estaba sobre nosotros. El golpe me hizo tambalear. Miré los vidrios de la ventana porque me pareció que habían estallado. Estaba escuchando la caída de los vidrios del otro cuarto y de los pisos de abajo. Vi pasar a Jorge corriendo y gritando "¡Hay que bajar. Hay que bajar!". Tuve un instante de duda. No sabía si apagar la computadora o agarrar el satelital, pero el instinto de supervivencia me llevó corriendo con todos los otros.
Vi cómo las chicas productoras de Antena 3 corrían desesperadas y agarradas de la mano. Todos empezamos a bajar por la escalera. Alguien que venía de más arriba y pegaba unos saltos de a cuatro escalones a la vez, me pasó por encima. Trataba de ver que todos estuvieran ahí bajando, que nadie hubiera estado herido o se hubiera quedado sin saber qué hacer.
En el piso 15 vi al italiano Ferdinando que gritaba. Le dije "¡Bajá, bajá!" en mi porteño más clásico. El no me entendió y yo no le entendí a él. Estaba pidiendo ayuda. En el cuarto de él estaba José Couso tirado en un charco de sangre, con una pierna partida en varios pedazos y el fémur al aire. Le entendió Rafael de TVN de Chile. Corrió con él y encontró a Jon Sistiaga tratando de taparle la pierna a José con una sábana. Gritaban pidiendo un médico en varios idiomas. Cuando vieron que nadie los ayudaría, agarraron el colchón donde estaba tirado José y salieron corriendo para el ascensor. En el primero que se abrió no pudieron meterlo porque ya estaban sacando al ucraniano Protsyuk y a otros dos periodistas que tenían heridas más leves.
Cuando llegamos abajo, después de correr los 16 pisos, ya había decenas de colegas filmando y tratando de saber lo que había pasado. Muchos estaban en vivo en ese momento. La tragedia llegaba en tiempo real a buena parte del mundo.
Vi pasar a Jon y a otras personas que ya lo ayudaban a cargar a José. "Es Couso, es Couso", gritaba otro compañero español. "¿Quién más cayó?", preguntó alguien. "Vi a cuatro heridos". "Hay mucha sangre". "¿Dónde está Eduardo?" "¿Dónde está Ferdinando?", se escuchaba decir casi al mismo tiempo.
Salí corriendo para ver desde abajo lo que había sucedido y descubrí que el balcón donde habíamos estado toda la mañana siguiendo la batalla, estaba todo agujereado. Se veían grandes pedazos desprendidos de concreto. Lo mismo en los dos pisos más abajo. Del otro lado, del que estaba José, los balcones estaban destrozados. Los agujeros se veían sobre las paredes, las barandas y las ventanas de los costados. Cuando subí, más tarde, los vi llenos de vidrios y pedazos de cemento y hierros retorcidos. El de Reuters y el de Telecinco estaban llenos de sangre. El nuestro estaba inundado porque Jousit Asker, el chofer de Sky News de Inglaterra, que había visto cómo se prendía fuego la cámara de Televisa, había forzado la puerta para apagar el incendio.
Couso ya estaba rumbo al hospital. Lo llevaban Jon y Jorge, el mexicano. Dicen que José ni siquiera se quejaba, que les preguntaba todo el tiempo qué les había pasado y que preguntó por sus hijos. Sólo pidió que le mantuvieran la cabeza levantada.
El ucraniano Proysyuk ya había muerto. Llevaron el cadáver al hospital en una camioneta que salió lenta. El conductor sabía que no había nada por qué correr. A los otros heridos los cargaron en autos. No se los veía muy graves.
Fue cuando nos aflojamos y empezamos a llorar, a gritar y a maldecir a todos los hacedores de la guerra. Se me acercaron varias cámaras y me preguntaron de dónde habían venido los disparos. Les dije que no sabía, que me parecía que provenían de detrás de unos edificios cruzando la avenida Sadoun, pero que no tenía idea de lo que había pasado, más allá de que habíamos recibido unos impactos muy fuertes. Se me acercó Udai, el jefe de la oficina de propaganda y censura del régimen iraquí y me increpó delante de todos porque no culpaba directamente a los estadounidenses. No sabía ni siquiera de qué me estaba hablando. Un colega inglés se me acercó y me sacó del lugar. "No les contestes, están locos", me dijo. Un rato más tarde, apareció alguien diciendo que el Pentágono había admitido que uno de los tanques, en el puente, había disparado al hotel porque desde el edificio habían recibido fuego de francotiradores.
En el Palestine hay 300 periodistas desde hace veinte días y ninguno de nosotros jamás vio a nadie armado fuera del lobby del hotel y nunca se vio ninguna evidencia de que desde allí pudieran estar operando algunos milicianos y mucho menos soldados del ejército iraquí. Además, si estaban en el techo ¿para qué dispararon a los pisos 14, 15 y 16, bastante más debajo de la terraza a la que se accede desde el piso 20?
Cuando llegué al hospital, tras hablar con mi familia, con Marcelo Cantelmi, mi editor, con nuestro corresponsal en Roma, Julio Algañaraz y con Magdalena, en Radio Mitre, José había salido de la operación. Le habían amputado la pierna derecha, pero estaba estable. Estábamos fuera de la sala de operaciones y podíamos ver por una ventana. De pronto empiezan a correr los médicos y las enfermeras. José estaba teniendo un paro. Unos minutos después, salió una enfermera y dijo que las cosas no estaban bien. Veíamos a los médicos haciéndole respiración y golpeando el pecho muy fuerte. Otra enfermera nos sacó unos metros del lugar. Y vimos salir a los médicos. Le dijeron a Jon que lo sentían mucho que habían luchado hasta el final y el jefe se puso a llorar con nosotros. Eramos cinco o seis hispanos en el medio del pasillo llorando por José. Rodeados por decenas de iraquíes que estaban en la misma situación. Los heridos y los muertos no habían dejado de entrar en ningún momento.
Cuando salimos llegaron otros dos autos llenos de heridos y muertos. Una mujer gritaba como loca. El que parecía su marido y quien podría ser un hijo estaban muertos y sus cuerpos destrozados.
Traté de quedarme con la imagen más feliz de José, la de hace dos noches, cuando no podía parar de reír mientras cantábamos una canción mexicana a la que Fernando, de Antena 3, le había cambiado la letra. Era un gallego, hecho y derecho. Tenía una cara redonda y cejas gruesas, pero su contextura era pequeña. Tenía el pelo cortado casi al ras y unas patillas muy modernas que terminaban en punta casi en el medio del pómulo. Era un tipo fino. Fumaba de una manera bastante particular. Tomaba el cigarrillo con los dos dedos y no entre los dedos como casi todo el mundo. Le encantaba el tequila. Se divertía mucho con los latinoamericanos. Nuestros modismos, y muy en particular los de los mexicanos, lo hacían reír con la boca abierta y amplia. Le aparecía una cara casi de un payaso que transmitía felicidad.
Tenía 37 años y dos hijos. Cuando hablaba de su mujer decía "mi chica". Se llevaba perfectamente bien con su compañero Jon. Y cuando nos reuníamos cada noche los 20 o 30 periodistas hispano-luso-italianos en la "cantina mexicana" (nuestra habitación) o en la "taberna española" (la habitación de Antena 3) él siempre llegaba con alguna botellita bajo el brazo y con la mejor de las sonrisas me palmeaba o me daba un beso y me decía "¡Qué dices, argentino!". Nos hacía felices.
Lo despedimos al caer la tarde. A alguien se le ocurrió y los 300 periodistas nos reunimos en el jardín del hotel desde donde transmiten en vivo las cadenas internacionales de TV. Fuimos con velas y, en el medio de un mutismo absoluto, las prendimos y guardamos varios minutos de silencio. Después, las pusimos arriba de una tabla y las dejamos ahí hasta que el viento las fue apagando. Ni una bomba, ni un avión, ni un ruido. José se había ido y Bagdad lo despedía con una tregua.
...
(solo silencio solo del mas respetuoso y merecido silencio)
Lamentable. Esto solo confirma que Bush es un reverendo hijo de puta. Me pregunto como hubiera reaccionado si los irakíes mataban a alguno de la CNN (que, dicho sea de paso, en el fondo son gente que está laburando)
Muy triste esto, realmente...
No estoy de acuerdo. El laburo de esta gente es desinformar a raja tabla y trasladar la guerra a la psique colectiva.
Con ese concepto, también podríamos decir que "pobre Corach", total y en definitiva, no es más que un laburante más. Y no. Lo que hace es terrible ... y a otra cosa.
Mismo corre para los periodistas, en lo que a mí concierne. Me dan pena las muertes y el dolor de las familias, pero muchos de ellos eligieron trabajar para multimedios espantosamente corrompidos en una ya casi extinta profesión.
no me animo a emitir juicios de valor sobre la muerte de nadie. Ojala la mierda no existiera, pero bueh...
Comentado por aro72hola muchachos... que pasa que no estan posteando???
Comentado por FrancoGFranco, lo que nos anda pasando está explicado (en parte) en "Strange Days" y "Días extraños", los posteos precedentes a este.
Pero no te asustes, que PLACEBO tiene cuerda para rato. en mi caso, es un respetuoso silencio de una semana a raíz de lo que se cuenta en esta nota de Gustavo Sierra que reproduzco en el post.