Nada, no hay nada. Ni casas, ni coches, ni calles alrededor. Nada, solo piedras y una arena infinita que golpea tu cuerpo. Ha amanecido tormenta en nuestro desierto. El sonido del viento se agazapa en mis oídos, llenándome la cabeza de lugares, de momentos, de recuerdos tan lejanos en el tiempo que se entrecruzan confundiéndose unos con otros, los rostros, las sombras, junto con este escozor de ojos que apenas me permite abrirlos.
Si, sigues ahí, no necesito mirarte para saberlo. Tengo en mi interior una pequeña luciérnaga cautiva que se ilumina cuando estas conmigo y que revolotea juguetona cuando intuye tu sonrisa.
Hace tiempo que tengo miedo. Miedo de que mi luciérnaga aproveche cuando estoy dormido para abrir la puertecita de su jaula. Miedo de despertar y de no volver a verla volar.
Quizás todo sea fruto de esa sensación de la que huyo últimamente, que provenga de ese aletargamiento en que me veo sumido y que es tan difícil de explicar. De que me vaya hundiendo mas y mas bajo esta mascara de piel que cada vez es mas gruesa y se me antoja mas extraña, es posible que la solución a todo este en mis propias manos y que ni aun así sea capaz de verla.
Bueno, de alguna manera hay que comenzar. Quizás el trasladar los pensamientos a palabras me ayude a entenderme mejor, quizás sea un modo como otro cualquiera para ver de un modo más objetivo los pasos que ya he dado y de afrontar el camino que se abre por delante. Es un momento de incertidumbre, el tiempo en el que hemos de decidir si avanzar o estancarnos para siempre, aunque a veces para poder seguir adelante hay que arriesgar lo conseguido, y siempre exista la posibilidad de perderlo todo. Pero, ¿Qué sería la vida sin ese elemento de juego?
Espero que los próximos post sean más extensos, repletos de palabras, tan llenos de ellas que se escurran por los margenes, pero el de hoy finaliza aqui, es tarde y mañana el dia empieza muy pronto, al menos para mi