La última vez que supe de ella, vivía en una barranca en la ciudad fronteriza entre México y Estado Unidos: Tijuana.
La primera vez que la vi estaba en un albergue donde llevan a los niños deportados de Estados Unidos, que fueron atrapados en su afán de cruzar ilegalmente la frontera. Después de entrevistar a varios niños, llegue con esta pequeña, estaba comodamente sentada en un sillón, sudadera rosa, jugaba con algo entre sus manos, tenía 11 años. Le pregunté por que se habìa cruzado "para el otro lado", me contestó: "El hermano de mi padrastro me violó y quede embarazada. Me crucé la frontera para abortar al niño". Lo dijo todo de un tirón, en sus palabras no había dolor ni lamentación, el tono ya no era la de una niña de once años. Pero algo había pasado tras su deportación y cuando le pregunté que iba hacer, me contestó sin dudar: "Quiero tener al niño". Al pasar el reportaje por la TV se consiguió ayuda para que tuviera a su crío en buenas condiciones. Tiempo después la busque por los barrios pobres de Tijuana, enclavados en las barrancas de la ciudad. Encontré su casa llegando por un camino gris, cercado por perros muertos y habilitado con llantas de camión a modo de escalera.
Y aunque la historía de Olga me había impresionado, lo que vi ese día me marcó para siempre. Olga, la niña que había sido violada, a la que le arrancaron la infancia de cuajo, la que ahora vivía junto con su madre en un pequeño cuarto con una sola ventana y techo de asbesto, la que estaba rodeada de miseria y no tenía mas de 20 pesos para empezar el día: Ella que tenía todos los motivos del mundo para renegar de su suerte, me mostró a su pequeña junto con la más grande y radiante de las sonrisas que he visto jamás.
Cronica 1 de Ojo feroz.
De como las cosas se ajustan a su determinado destino.
Su nombre era Luis, tenía un tumor que le tapaba la mitad de la cara. La primera vez que estuve en su casa, fue un día nublado en el que el calor se descara como bochorno. Era hijo único, su madre había dejado el trabajo de lavar ajeno para cuidarlo y no tenían dinero. Hice el reportaje pidiendo apoyo ecónomico para esta familia que vivía en un pequeño cuarto empotrado en una de las miserables colinas del rumbo de Santa Catalina en el oriente de la ciudad de México.
Recuerdo que Luis sonrió, el tumor apenas lo dejaba hacer alguna expresión.
Una mujer donó 2 mil pesos para ayudarles.
Cuando llevé el donativo encontré e varias personas saliendo del cuarto de Luis. Su madre me reconoció, me llevó hasta el ataud. Vi a Luis, apacible, la mejor ropa que le habían podido conseguir era una camiseta limpia. La ayuda que serviría para comprar medicamentos había llegado demasiado tarde.
Al lado de las flores había un bote de leche en polvo donde la gente coperaba para el funeral.
¿Cuanto falta para completar el entierro? le pregunté a la señora. Ella mirando las monedas de un peso que se acumulaban en el bote, me miró y dijo como quien no espera nada:
"Dos mil pesos".
Permanecí sentado en el borde de la banqueta, el funeral se llevó a cabo y me retiré antes de que llegará la carroza funeraria. Supe entonces que la ayuda a veces tiene un sabor amargo.
Durante cinco años trabajé como reportero para un programa de televisión que se enfocaba a la denuncia y la ayuda social.
De esa experiencia surguieron las crónicas del Ojoferoz, que aquí se publican. El ojoferoz se invento por el diario ejercicio de ver a través de una cámara, la belleza y el horror en la ciudad más grande del mundo. El torbellino de viajar y conocer personas que al ver una cámara de tele abrían sus más dolorosas experiencias sin esperar una solución, pero con el consuelo de que eran escuchadas.
Sus imagenes y voces ahoran están guardadas en los estantes de la videoteca en la televisora. Pero esos momentos viven en mi y espero que compartirlos ayude a mi memoria y a mi conciencia que a diario los recuerda.