La última vez que supe de ella, vivía en una barranca en la ciudad fronteriza entre México y Estado Unidos: Tijuana.
La primera vez que la vi estaba en un albergue donde llevan a los niños deportados de Estados Unidos, que fueron atrapados en su afán de cruzar ilegalmente la frontera. Después de entrevistar a varios niños, llegue con esta pequeña, estaba comodamente sentada en un sillón, sudadera rosa, jugaba con algo entre sus manos, tenía 11 años. Le pregunté por que se habìa cruzado "para el otro lado", me contestó: "El hermano de mi padrastro me violó y quede embarazada. Me crucé la frontera para abortar al niño". Lo dijo todo de un tirón, en sus palabras no había dolor ni lamentación, el tono ya no era la de una niña de once años. Pero algo había pasado tras su deportación y cuando le pregunté que iba hacer, me contestó sin dudar: "Quiero tener al niño". Al pasar el reportaje por la TV se consiguió ayuda para que tuviera a su crío en buenas condiciones. Tiempo después la busque por los barrios pobres de Tijuana, enclavados en las barrancas de la ciudad. Encontré su casa llegando por un camino gris, cercado por perros muertos y habilitado con llantas de camión a modo de escalera.
Y aunque la historía de Olga me había impresionado, lo que vi ese día me marcó para siempre. Olga, la niña que había sido violada, a la que le arrancaron la infancia de cuajo, la que ahora vivía junto con su madre en un pequeño cuarto con una sola ventana y techo de asbesto, la que estaba rodeada de miseria y no tenía mas de 20 pesos para empezar el día: Ella que tenía todos los motivos del mundo para renegar de su suerte, me mostró a su pequeña junto con la más grande y radiante de las sonrisas que he visto jamás.
Escrito por Roberto el Mexicano a las Junio 28, 2004 06:34 PM