Mayo 28, 2004

I've got a Dungeon for You (segunda parte)

Vale, ya sé, es cutre, previsible, pero es gratis (gran argumento).
Y a mi me está bien.
Los de ahí atrás, que esperen a pagar para quejarse.
Y no hagan mucho ruido, que hay gente haciendo como que lee.


“Tengo una mazmorra para ti”. ¿Qué estoy haciendo yo aquí? ¿Por qué me han traído? Ya sé que no tiene ningún sentido preguntarse esto pero a estas alturas, es algo que no puedo evitar.
He decidido empezar esta especie de diario para anotar todo lo que soy, o lo que creo que soy, de modo que no se pierda. Lo dejaré en este centro con la esperanza de que alguien lo encuentre. Por favor, si estás leyendo esto, si lo has encontrado, envíamelo, aquí pongo mi dirección.
No sé ni porqué lo hago ni cómo puedo sentirme con ánimos para escribir tonterías como estas, pero siento que si no lo hago ahora se perderá.
Me llamo Julián, tengo dieciséis años…

Laia continuó leyendo hipnotizada, completamente absorbida por una la narración que para nada parecía la de un chaval de dieciséis años, su edad. Sólo era un folio pero la joven lo leyó y releyó hasta perder la noción del tiempo. Entre idas y venidas, mentales, se imaginaba irrumpiendo en los pasajes que narraba el joven o simplemente se inventaba una situación en la que ella se veía catapultada a su mundo de un modo exageradamente heroico. La puesta del sol le advirtió con su poca luz que era hora de ir a cenar, pero ya desde antes de que llegaran las ocho y media hasta el preciso momento en que se fue de allí su mente no dejó ni un instante de pensar en ese folio y en quien lo había escrito.

“Me llamo Julián, tengo dieciséis años”, esta frase se quedó grabada a fuego en la mente de Laia. El chaval era un “fantasioso”, no sabía si reír o llorar cuando leía los pasajes en los que el joven confesaba sus fantasías más absurdas (¿¡ideales de caballería!?), y sin embargo había algo maduro en todo el conjunto. Conforme pasaban los días iba aumentando su ansiedad. Estaba deseosa de salir y enviarle a Julián su folio. La última parte del diario le quemaba el alma. Había un salto de cinco días en el que no había escrito nada.

21 de Julio,
No consigo recordar los momentos tan felices que he descrito en días anteriores. Los leo y me da la sensación de que son recuerdos ajenos, tan lejanos los veo de mi actual yo que no los identifico como propios. A pesar de que me encuentro mejor, que todos me dan golpes en la espalda y me dicen que me alegre, que tengo mejor color de cara… Pero me siento como si hubiera perdido toda razón para seguir viviendo.

26 de Julio,
No sé porqué, pero no he tenido valor para destruir esto. Hay algo en mí que impide que deshaga todas estas patochadas garabateadas en un folio. Me da hasta vergüenza leer lo que he escrito, y aún así soy incapaz de dar el sencillo paso de lanzarlo a la papelera. Lo dejaré aquí, ahora que he superado mi “problema”, y espero que nadie lo encuentre.
Que superficial me siento al mentirme a mí mismo. Es como si hubiera perdido algo que ansiara recuperar y que, sin embargo, no recuerdo lo que es.
¿Qué es?

Y ahí terminaba todo, una semana antes estaba quejándose de lo difícil que se le hacía recordar su propia identidad y de repente, pasados unos días, volvía “curado”. Si no fuera porque le había caído bien el chico pensaría que era un quejica. No, no podía pensar eso. Todas las noches, antes de acostarse volvía a echar un vistazo al diario. Durante el día no pasaba un momento sin que meditara qué le escribiría cuando le mandara el folio por correo. Lo que no hizo fue pensar en su propia “recuperación”, en unos días ni recordaba lo que era un ordenador, y la ansiedad que podía sentir la identificaba inmediatamente con el diario de Julián. Y así, casi sin que se diera cuenta, llegó la hora de irse.

- Doctor –dijo la enfermera que había estado al cargo de Laia en todo momento-. Laia se marcha ya y sus padres quieren darle las gracias.
- Ah, Laia –la puerta se abrió y pasó una muchacha de unos dieciséis años flanqueada por sus padres.
Los padres de esta se deshicieron en elogios para con el Doctor Sugrañez y en pocos segundos llegó el momento de la despedida.
- Bueno Laia, espero no verte de nuevo por aquí –añadió el Doctor guiñando un ojo. Todos rieron la gracia con risas nerviosas.
Durante el viaje de vuelta estuvo todo el tiempo callada, mirando el paisaje con una media sonrisa impresa en su inocente rostro.

Dos días después Julián recibió una carta de una muchacha llamada Laia, dentro había un par de folios. El primero lo había escrito él mismo hacía casi un mes, el segundo había sido recortado por la mitad y a modo de nota habían escrito un numero de teléfono móvil y unas escuetas líneas.

Hola soy Laia, tengo dieciséis años.
¿Quedamos?

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Escrito por Garuda a las 11:45 AM | Comentarios (13)

Mayo 25, 2004

I've got a Dungeon for you

Perdonen el retraso. Y el hecho de que lo de hoy esté partido.
Arf, arf, arf.
Hay tanto que decir que lo dejo para otro día.
Para variar, un cuento.


"- No se preocupe señora, un par de semanas y se la devolveremos tan sana y lozana como si nada hubiera pasado. ¿Verdad que si Laia?
El doctor puso las manos sobre los hombros de la joven de dieciséis años, a su madre le pareció un buitre posado esperando que llegara el momento de hincar el pico.
- Supongo que será lo mejor para ella, ¿no doctor? –Suspiró-. Ay, su padre y yo ya no sabemos que hacer, todos los días metida como está en el “internet” ese.
- Ya se lo he dicho, no se preocupe, unos días en nuestro complejo de descanso y se la devolveremos como nueva.
La joven se estremeció incapaz de reprimir el escalofrío que partió de sus hombros recorriéndole toda espalda. No podía negar los hechos, su afición a internet había ido en crescendo desde que le habían permitido tener un ordenador en su cuarto. Chat, foros y páginas de múltiples contenidos habían acabado por convertir tal afición en adicción. Y la alarma había saltado en casa. Sus padres acudieron en primer lugar a psicólogos y al final, con la recomendación de éstos, habían decidido recurrir a un psiquiatra bastante caro que tenía una clínica en el monte, cerca de la ciudad. El doctor Sugrañez (nota friki: xD). Todos les habían dicho que era un médico especializado en el tema y que había curado ya a multitud de jóvenes de las más diversas afecciones “mentales”.
La puerta del despacho sonó con unos golpes secos sacándola de sus devaneos.
- Doctor –dijo una enfermera del centro asomándose-. Julián se marcha ya y sus padres quieren darle las gracias.
Al doctor Sugrañez se le iluminaron los ojos a la vez que exhibía una ancha sonrisa. “Ah, hazles pasar, Esperanza, hazles pasar”.
Los padres del tal Julián, un chico de mirada triste y apagada que aparentaba la edad de Laia, entraron en el despacho atropelladamente y se disculparon de los presentes.
- No se preocupen, no se preocupen. Precisamente estaba ahora explicando a los padres de Laia que no tienen nada que temer. ¿Cómo estás Julian?
El chaval parpadeó como si acabara de despertar de un sueño. Miró al doctor y rápidamente, como si creyera que estaba haciendo algo malo, bajó la vista hacia el suelo.
- Bien –contestó con un tímido hilillo de voz.
A Laia le pareció que el joven podía estar de cualquier modo menos bien, y no precisamente por su aspecto físico, a decir verdad estaba bastante “bien”. Pero el caso es que el chico no parecía estar en su mejor momento, era como si de repente se le hubiera olvidado cómo vivir y no supiera seguir adelante. ¿Cómo lo llamaban? Ah, si, un zombi, parecía un zombi.
El Doctor Sugrañez se despidió de los padres Julián, quienes se deshacían en elogios hacia el mismo doctor, y revolvió el pelo del chico con una mano enérgica y cariñosa. Durante un breve periodo de tiempo, uno de esas brevedades que duran una eternidad, el joven levantó los ojos del suelo y mantuvo la mirada de Laia, sin que para nada desapareciera la tristeza de su expresión. Después, con una extremada lentitud, como si sus pies estuvieran hechos de piedra, se retiró del despacho siguiendo a sus padres.
La puerta del despacho se cerró con delicadeza, pero hasta pasados unos segundos nadie dijo nada.
- Bien, como les iba diciendo…
De repente el mundo de Laia, su diminuto microcosmos, pareció empequeñecer hasta tomar la forma de las pupilas del Doctor Sugrañez.

- Este es tu cuarto, Laia –la monitora, hablaba dulce y pausadamente, toda ella rezumaba paz y tranquilidad-. Tómate tu tiempo para acomodarte, la cena es a las ocho y media.
La joven asintió algo intimidada por su ocasional anfitriona y pasó adentro.
El habitáculo era una pequeña estancia rectangular que se alargaba hasta dar con una ancha ventana que daba a los jardines del centro. A ambos lados habían dispuesto un par de armarios empotrados, dos camas y dos mesas de estudio, estas puestas al lado de la ventana. El color blanco y el olor a madera impregnaban el dormitorio.
Dejó su equipaje encima de una de las camas y se dejó caer en la otra. Por un momento todo lo que hizo fue quedarse acostada mirando al techo sin verlo mientras desde la ventana le llegaban sonidos que no escuchaba. No pensaba, no podía pensar en nada, simplemente estaba ahí, atascada en la realidad, incapaz de ir atrás o adelante. Inconscientemente se puso de lado mirando a la pared y empezó a jugar pasando el dedo por ella.
Al principio no se dio cuenta de la señal, pero al pasar el dedo por encima notó que había un agujero mal tapado en la misma. Eso la sacó de su ensimismamiento e hizo que se fijara el en pequeño dibujo que había sido grabado con exagerado detalle sobre la pared. Dos grifos rampantes asían una gran espada que señalaba hacia abajo. Justo debajo, hacia donde señalaba la espada, casi oculto por el borde de la cama, había un agujero tapado con un folio. Laia empezó a sentir como el cosquilleo de la aventura recorría su cuerpo hasta invadirlo por completo con una sensación de nerviosismo. Deshizo la improvisada pared falsa y sacó de dentro un papel cuidadosamente plegado.
Con mucho cuidado, como si éste se tratara de un pergamino milenario, lo desplegó.
De lo primero que se dio cuenta era que no era precisamente milenario. El papel, el folio que había sacado del interior de ese escondite, había sido utilizado como una especie de agenda secreta. Y, por curioso que fuera, había sido empezado tan solo dos semanas antes. Le dio la vuelta y comprobó que la última anotación correspondía al día de ayer. El corazón le latía a toda velocidad, desde el momento en leyó la primera línea de la agenda, se involucró fervientemente en el relato.

14 de Julio, desde que entré en este recinto he tenido la necesidad de escribir esto. Me siento como un pez fuera del agua, como un oso polar en el desierto, completamente fuera de lugar. Sus primeras palabras fueron: “Tengo una habitación para ti, aquí te sentirás como en casa”. Pero lo que realmente le escuché decir fue: “Tengo una mazmorra para ti”…"

Continuará...
つづく

Se me olvidó la carta de hoy

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Escrito por Garuda a las 10:17 PM | Comentarios (1)

Mayo 14, 2004

El Zombie fue al Saló... v1.1

En primer lugar, disculpas por la tardanza, estaba durmiendo la mona del mono.
En segundo: ¡Ritaaaa! Que no he puesto ninguna foto en que salgas mal. Que sales bien en todas. Pero por si acaso yo no he puesto ninguna de esas en las que sales bien pero que parece que no salgas bien, sino mal. Pero que no.
¿Alguién entendió esto último?
Y tercero, hoy toca cutre, no se me asusten.

El Zombie fue al Saló...

...y esto es lo que vió.

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Entrada, la de siempre y despejada.

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Poca cola en las taquillas. Poca comida para un zombie hambriento.

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Flascinder nos abordó como siempre.

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Gente del Flascinder, cuerdos hasta el fin.

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Secuencia en la que se ve como el Zombie ve un cuello apetitoso y le entra hambre.

El Cuello se fue, pero un gato se puso a tiro.
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Arrr, tampoco pudo ser, pues en el último momento, Rita salvó a su gato.
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Y salió Gozer, dispuesto a dar al Zombie "la del pulpo".
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Así que huyó y se hizo con Gallito y su máscara contra la rabia.
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Gracias a Gozer por arrojar luz sobre los malignos acentos de la censura.
Eeeepa!!!

Escrito por Garuda a las 10:41 AM | Comentarios (11)