No hay nada peor que vivir en una época y un lugar y, sin embargo, sentir continuamente, en cada segundo de nuestra existencia, que pertenecemos a otro tiempo y a otro espacio. Somos de donde nuestro corazón siente y eso no hay circunstancia genética o legal que lo modifique. Anhelamos estar donde sentimos que hemos dejado a una persona amiga, junto a aquellos que aprendimos a querer...
Tú siempre siempre me lo recordabas. Añorabas los tiempos en que los hombres mantenían extensas y profundas conversaciones sobre la filosofía o la política (cuando la política aún era la labor de los que se dedicaban al bien público), sobre el Arte o la Poesía; eran tiempos en que lo más grave era faltar a tu propia moral o tu honor. Todavía existían esos conceptos y se respetaban.
Nada de eso se valora hoy en día, si no es de un modo completamente superficial (creo que se dice snob), para mantener una apariencia, un simple barniz de cultura mal asimilada y de honestidad de quita y pon. No existía mayor riqueza que la de contar con un buen puñado de auténticos amigos ni valor más alto que el de la palabra dada.
Luego, vinieron los charlatanes de la religión y del imperio, con sus divinidades, ocultadoras de sus propias miserias, y sus gobiernos de corruptos amantes de sí mismos. Su veneno se propagó con la presteza de la peste y en muy poco tiempo arrasaron hasta los cimientos el viejo edificio de una época dorada.
Hoy, como restos rotos de aquellos tiempos, en mi corazón yacen las ruinas de aquellas verdades y certezas, de aquellos valores y principios, esparcidos por el suelo, desperdigados, desordenados, casi inservibles...
Gris, como los postes de la electricidad, como el color de los sueños durante un largo y frío invierno, como las paredes viejas de la vieja Lisboa que tantas veces recorrimos, así era su pelo.
Verde, como el esperma de los enamorados, como los pensamientos febriles de los viejos, como la sombra que proyectan mis palabras apasionadas en las noches de mucho calor...., así sus ojos.
Pero nunca supe de qué color era su mirada en aquellas tardes en que, sentado en su butaca, con la pipa entre los labios, me obligaba a pensar sobre el tiempo y la distancia, sobre los niños que felices dormían sin saber en qué mundo vivían, y sobre las mujeres que deseaban, secretamente, que alguien las raptara de su infortunio cotidiano y con olor a lejía. Quizás cambiaba con las horas y las estaciones....
"Cuando él llegó ella se había cansado de esperar. Le había dejado una nota en la cocina. Espérame; volveré. Aguardó. Durante años vivió para la vuelta. Guardó un sitio en la cama, en el sillón, en la mesa. Se acondicionó para la espera. Convivió sólo con fantasmas y la lujuria fue el esperma muerto por el frío. Salió a buscarla. Recorrió desiertos, islas, archipiélagos y vergeles, y amplió la geografía conocida. Con los pies limados del roce, las manos decrépitas y el pelo oxidado de la luz, regresó a la casa, y sobre el lecho observó a su amada, seca y carcomida por los perros y la espera."
Marcos Taracido 31.03.05 |
"... la correctísima dependienta me preguntó qué clase de verdad deseaba yo comprar: verdad parcial o verdad plena. Respondí que, por supuesto, verdad plena. No quería fraudes, ni apologías ni racionalizaciones. Lo que deseaba era mi verdad desnuda, clara y absoluta. La dependienta me condujo a otra sección del establecimiento en la que se vendía la verdad plena.
El vendedor que trabajaba en aquella sección me miró compasivamente y me señaló la etiqueta en la que figuraba el precio. "El precio es muy elevado, señor", me dijo. "¿Cuál es?" le pregunté yo, decidido a adquirir la verdad plena a cualquier precio. "Si usted se la lleva", me dijo, "el precio consiste en no tener ya descanso durante el resto de su vida".
Salí de la tienda entristecido. Había pensado que podría adquirir la verdad plena a bajo precio. Aún no estoy listo para la Verdad. De vez en cuando ansío la paz y el descanso. Todavía necesito engañarme un poco a mí mismo con mis justificaciones y mis racionalizaciones. Sigo buscando aún el refugio de mis creencias incontestables."
A. de Mello, El Canto del pájaro.
"Lo que se recuerda es casi siempre mucho más de lo que se vive... Se vive cualquier cosa, una mirada inadvertida o el roce de un pie debajo de la mesa, y se acaba recordando lo que pudo ser y no fue. Lo que se vive no da más de sí, lo que se recuerda es casi siempre lo que se pudo vivir y no se vivió".
Luis Mateo Díez, "El eco de las bodas"
Para hoy echo mano de unas notas pasadas por Mi Rival, al que tanto le preocupan estas cosas:
"Manolo se quería casar y era consciente de que para hacerlo no bastaba con que dos personas se quisieran. (....) (yo) le decía que son muy numerosos los que se casan, pero no menos los que se arrepienten de haberse casado, que el matrimonio y los macarrones sólo son buenos cuando están calientes, y que, si sale dulce, como el melón, es por casualidad. Ya nos lo sabíamos por nuestros padres y lo habíamos presenciado después con el Coraza, que el casorio es como la tormenta: al principio está lejos y parece que se expande en fuegos de artificio iluminando el cielo, pero luego llegan los truenos, los rayos y los relámpagos. Lo que es verso, se hace prosa. Lo que jardín, campo de ortiga. Lo que vergel, desierto, y, cuando el amor se agosta, que suele ser pronto, ya no hay nada que haga florecer el páramo a no ser que la dueña de la casa ponga la atracción o el gancho de una buena cocina donde antes puso el tirón del sexo y la hermosura. Manolo sonreía al oir aquellas cosas, sin que se le pasara por las mientes que, como dice el refranero, el hombre se casa para sentar cabeza y la mujer para levantarla."
Antonio Hernández, de su libro "Sangre fría"
"Un discípulo acudió a Maruf Karkhi, el Maestro musulmán, y le dijo: "He estado hablándole de tí a la gente. Los judíos dicen que eres de los suyos. Los cristianos te consideran uno de sus santos. Y los musulmanes ven en tí una gloria del Islam".
Maruf replicó: "Eso es lo que dicen aquí, en Bagdad. Cuando yo vivía en Jerusal´n, los judíos me tenían por cristiano; los cristianos por musulmán; y los musulmanes, por judío".
"Entonces, ¿qué tenemos que pensar de tí?"
"Pensad en mí como un hombre que dice lo siguiente acerca de sí mismo: los que no me comprenden me veneran; los que me vilipendian tampoco me comprenden".
Si crees ser lo que tus amigos y enemigos dicen de tí, evidentemente no te conoces a tí mismo.
A. de Mello
"Apoyando la cabeza en el regazo de Kit, contempló el cielo claro. De vez en cuando, muy suavemente, ella le acariciaba el pelo. El viento subía cada vez con más fuerza. Lentamente, la luz del cielo perdía intensidad. Kit echó una mirada al árabe; no se había movido. De pronto le dieron ganas de regresar, pero se quedó absolutamente inmóvil mirando con afecto la cabeza inerte en la que se posaba su mano.
-Sabes dijo Port, y su voz sonó irreal, como ocurre después de una larga pausa en un lugar perfectamente silencioso-, el cielo aquí es muy extraño. A veces, cuando lo miro, tengo la sensación de que es algo sólido, allá arriba, que nos protege de lo que hay detrás.
Kit se estremeció ligeramente.
-¿De lo que hay detrás?
-Sí.
-¿Pero qué hay detrás? preguntó Kit con un hilo de voz.
-Nada, supongo. Solamente oscuridad. La noche absoluta."
Paul Bowles, El Cielo Protector.
Yo miraba a la gente y me asomaba a mi memoria, y me preguntaba si al igual que yo, tampoco aquella anciana del cabello lacio pulcramente recogido hacia atrás vería otra cosa que un paisaje devastado de ruinas o bien un mundo metálico y virtual que no atinaba a comprender. Velocidades metalizadas me dije-, identidades sólidas de hombres todos iguales, iguales a modelos de coches o a series de televisores, identidades que conducen coches o miran pantallas, rostros de conductores haciendo una maniobra o esperando una luz verde, rostros de espectadores y televidentes, ojos ciegos. O bien, por el contrario, restos de viejos edificios, columnas que se yerguen todavía aquí y allá sin techumbre ni arquitrabe bajo el aire cárdeno que sobrevuelan las rapaces, fragmentos desmoronados de muralla aquí una fosa, allá unos metros de mampostería- y piezas de pasadas ambiciones y pretéritas certezas cuyo valor se enmohece con la humedad de la noche y reseca al sol del mediodía; resabio de antiguos cometidos y arcaicos entusiasmos, vestigios de sólidas convicciones que se confunden y amontonan con los escombros de las nuevas creencias y los rellenos de los nuevos materiales, todo un mundo de la voluntad y la ilusión que se ha venido abajo lo mismo que se ha desmoronado mi amor por mí mismo y que mi amor por la gente sólo se reconoce en el odio. ¿Qué hacer?, vuelvo a decirme, ¿es el delirio habitar ese mundo virtual, este nuevo mundo de identidades y gestos o velocidades que sólo parecen ficticias y deleznables tal vez a un hombre previo o terminal como yo?, ¿o bien lo es intentar reordenar ese paisaje de ruinas, vivir en él e intentar reconstruirlo?
Fragmento de Un mundo exasperado, de J.A. González Sainz
Yo a veces voy por la calle constaté- o bien me asomo al balcón, y no ceso ya de observar con pavor los rostros de la gente; los observo mientras circulan en coche y miran al frente, mientras comen y miran pantallas, mientras hablan o ríen o se afanan y miran también pantallas o miran al frente. Están unos al lado de los otros me dije-, pero es como si se hubieran olvidado de estar juntos; hablan, pero ya sólo dicen palabras; ríen y se alegran, pero es ya sin alegría; están en paz, y sin embargo cada rato es una guerra. Cada día contabilizo nuevas bajas, cada día nuevas retractaciones, nuevas capitulaciones, cuerpos enteros de ejércitos que desertan y se pasan con armas y bagajes al enemigo, a la guerra cotidiana que ha olvidado que la verdadera guerra es la que no causa más bajas que a la muerte.
J.A. González Sainz, fragmento de su libro Un Mundo Exasperado.
Horacio se hizo arqueólogo gracias a su singular capacidad de sondear las profundidades ocultas en el ser humano a través de los objetos cotidianos. Podía coger con su huesuda mano un objeto antiguo que hubiera pertenecido a otras personas mucho más atrás en el tiempo, y sentir con precisión aquello que había sentido el dueño original del objeto al tenerlo por última vez en sus manos. En su cabeza se proyectaba una breve película con la secuencia de imágenes de apenas los últimos diez segundos anteriores a que ese objeto fuese abandonado por su dueño. Pasear con él por calles de viejas ciudades, rincones ya convertidos en ruinas, restos de viejos edificios, se convertía así en una excursión a través del tiempo revivido.
Pero su especialidad eran las fotografías antiguas. Al contemplarlas, su imaginación volaba hasta el instante justamente anterior al disparo del fotógrafo y reproducía los diálogos de los protagonistas, sus anhelos y miserias, sus felicidades y dolencias, sus quebraderos y suspiros, sus sentimientos y preocupaciones con exactitud matemática.
- Mira esta familia me decía entusiasmado-. Todos sentados alrededor de la madre, y el padre detrás con su mano sobre el hombro de la mujer. Vestidos de gala para la ocasión. No todos los días se hacía uno una fotografía. El hijo mayor está impaciente por irse a la plaza en busca de la chica de sus sueños. El pequeño aún está triste por la muerte de su hermana hace unos meses. La madre piensa qué podrá decirle al tendero al día siguiente para convencerle de que le de algo de comida que ya le pagará ella otro día. El marido tiene miedo, dentro de unos días se va a la guerra.
- ¿Cómo puedes saber lo que estaban pensando cada uno de ellos en ese momento? le interrumpí absolutamente sorprendido.
- Porque me meto a través de sus ojos en su interior y ahí es donde miro. No te puedes quedar en la imagen reflejada en el papel amarillento porque la realidad nunca es como una foto de estudio, en la que el fotógrafo coloca a cada miembro del grupo en la postura exacta bajo una luz perfecta. La realidad no es perfecta. Coleccionar fotos a manera de momentos inolvidables y perfectos es ausentarse de la vida y acumular pedazos de ilusión que se unen con el pegamento del dolor diario.
Aquella mañana, al echar mano del mechero en el interior del bolsillo, Horacio se dio cuenta que acababa de morir. Por su cabeza desfilaron las imágenes de sus últimos instantes vivo, mientras me hablaba de aquel hombre de la fotografía que unos días más tarde se iría a la guerra.
Conocí a Padvel Zcernek en un viejo café junto al Puente de Carlos en aquella malograda primavera en que los tanques arrancaron todas las flores del parque.
Me senté a su lado y tomamos un café como si lo que ocurría fuera no fuese más que el rodaje de una película.
Tenía la extraña virtud de hacerte sentir cómodo desde el primer momento, incluso antes de mirarte con aquellos ojos grises, hundidos por tantos naufragios ajenos.
Caminamos hacia el Café Nouveau, junto a la Opera. Mientras sonaba el piano, apurando un viejo cognac, me contó a qué se había dedicado toda su vida.
- "Soy espía" -me susurró. "Pero de los corazones. Sólo preciso colocarme al lado de alguien para conocer todos sus sentimientos. No se los robo, sólo los espío y los copio en mi corazón. Luego, con sólo tocar a otra persona, le puedo transmitir el sentimiento que necesite".
Y para demostrármelo, me tocó con su mano en el hombro. Fue como si en apenas unos segundos desfilaran ante mí decenas de personas, desconocidas, con sus frustraciones, sus deseos, sus miedos, sus ambiciones: mujeres desencantadas, madres que rechazaban a su hijo, jóvenes enamorados, viejos cansados, adolescentes incomprendidos...
- "Eso que has visto y que llevo en el corazón me pesa como una gran losa. Hasta que no traspaso el sentimiento a otra persona no descanso. Pero, ¿a quién le doy los sentimientos negativos? No puedo, no soy capaz de soltarlos..."
Salimos a la calle de nuevo, al amparo de las últimas luces. Caminamos lentamente, como sin rumbo. Llegamos de nuevo al río, pero a la mitad del puente Padvel se detuvo. Entre las esculturas había visto a alguien escondido.
- ¿Qué te ocurre? -preguntó a la chica mientras la cogía del brazo.
- Ya nada. -contestó ella. Y salió corriendo hasta perderse en la cuesta hacia la ciudad alta.
Padvel permaneció callado hasta que, bruscamente se detuvo y me despidió de forma un tanto incómoda. Ni siquiera me dio la mano. No volví a verle. Pero sus ojos inundados de una tristeza infinita no los podré olvidar jamás.
Una semana después lei en el periódico la noticia de que un hombre, un tal P.Z., de 40 años, había aparecido muerto aguas abajo de la ciudad. La policía creía que se habría suicidado tirándose de algún puente.
Los tanques empezaban a retirarse, pero las flores tardarían en volver. Aquella primavera fue la más corta que se recuerda.
Dedicado a Timón, que está bajo la higuera, espiando.
En aquel viaje , por primera vez en mi vida, me sentí derrotado, perdido y sin fuerzas para continuar. Hacia más de cinco horas que no pasaba ni un maldito camión y el calor era sofocante. Lo único que me mantenía atento era el lento transcurrir de los mojones cada cien metros con el identificativo de la carretera US-50, entre Carson City y Ely. Casi 500 kilómetros entre ambos extremos y un burdel en cada uno de ellos. Entre medio, sólo el desierto y los lagartos. Pero Horacio no era persona que se dejara vencer por la adversidad. Viéndolo allí erguido, como un poste duro y seco, cualquiera diría que aquel hombre era todo menos humano. Horacio se mantuvo así durante seis largas horas desde que decidimos no seguir caminando, convencido de que alguien pasaría y nos recogería, aunque fuese el mismísimo diablo el que tuviera que coger el coche.
Sin nadie a nuestro alrededor, sin apenas agua y con solo el destino por delante, Horacio permaneció con su dedo apuntando a las estrellas hasta que a lo lejos empezamos a vislumbrar las luces de algún vehículo que se acercaba ronroneando como si navegara sobre la arena.
Era la camioneta del viejo Stevenson, propietario de la única gasolinera de Middle Gate, pequeña población a mitad de camino. Además de la gasolinera, tenía un pequeño asador y un bar donde los solitarios pasan las noches con el único consuelo del whisky que el propio Stevenson fabricaba en la trastienda de su destartalado negocio.
Allí fue donde escuchamos la historia del árbol en el que crecían zapatos. Se trataba de un viejo álamo que crecía al borde de la carretera a unos pocos metros de la gasolinera. Cuentan que llegó hasta allí una pareja de recién casados enfadados por haber perdido todo el dinero en las tragaperras de Reno. La mujer, harta de la discusión, amenazó con volverse a pie a Utah. Su esposo, conociendo a su mujer y sabiendo que cuando a ésta se le metía algo en la cabeza no había quien la detuviera, cogió los zapatos de ella y los lanzó a la rama más alta del árbol, gritándole que si quería volver andando lo tendría que hacer descalza.
La dejó allí de pie y se fue al bar a tomar unas cervezas. Dos horas después, cada uno seguía en su sitio sin dar el brazo a torcer, hasta que intervino la señora Stevenson, convenciendo al marido de que si no hacía algo, toda su vida sería una continua pelea. "Vuelve y dile a tu mujer que todo ha sido culpa tuya".
El hombre se dejó convencer y la pareja hizo las paces. El esposo lanzó también sus zapatos al árbol en señal de solidaridad. Un año después volvieron con su hijo y lanzaron las botitas del niño. Como decía la señora Stevenson, "el amor es un trabajo dificil". Muchos desde entonces han imitado a los primeros lanzadores hasta el punto de que ahora, más que hojas, sólo se ven zapatos colgando a miles de sus ramas.
A Horacio le encantó la historia y también arrojó sus botas al árbol. Si pasáis por allí, aún las podréis ver.... Siempre es mejor viajar descalzo.
Un gurú quedó tan impresionado por el progreso espiritual de su discípulo que, pensando que ya no necesitaba ser guiado, le permitió independizarse y ocupar una pequeña cabaña a la orilla de un río.
Cada mañana, después de efectuar sus abluciones, el discípulo ponía a secar su taparrabos, que era su única posesión. Pero un día quedó consternado al comprobar que las ratas lo habían hecho trizas. De manera que tuvo que mendigar entre los habitantes de la aldea para conseguir otro. Cuando las ratas también destrozaron éste, decidió hacerse con un gato, con lo cual dejó de tener problemas con las ratas, pero, además de mendigar para su propio sustento, tuvo que hacerlo para conseguir leche para el gato.
"Esto de mendigar es demasiado molesto" pensó, "y demasiado oneroso para los habitantes de la aldea. Tendré que hacerme de una vaca." Y cuando consiguió la vaca, tuvo que mendigar para conseguirle forraje. "Será mejor que cultive el terreno que hay junto a la cabaña" pensó entonces. Pero también aquello demostró tener sus inconvenientes, porque le dejaba poco tiempo para la meditación. De modo que empleó a unos peones que cultivaran la tierra por él. Pero entonces se le presentó la necesidad de vigilar a los peones, por lo que decidió casarse con una mujer que hiciera esta tarea.
Naturalmente, antes de que pasara mucho tiempo se había convertido en uno de los hombres más ricos de la aldea. Años más tarde, acertó a pasar por allí el gurú, que se sorprendió al ver una suntuosa mansión donde antes se alzaba la cabaña. Entonces le preguntó a uno de los sirvientes: "¿No vivía aquí un discipulo mío?"
Y antes de que obtuviera respuesta, salió de la casa el propio discípulo. "¿Que significa todo esto, hijo mío?", preguntó el gurú.
"No va usted a creerlo, señor" respondió éste, "pero no encontré otro modo de conservar mi taparrabos".
Sentado frente a la playa, con su pipa cargada y humeante, Horacio llevaba años dándole vueltas a la misma idea. Era el sueño no alcanzado, durmiente en su corazón, cansado de tanta memoria. Miraba siempre hacia la playa, preferiblemente con la marea baja, cuando los cangrejos son los dueños de la arena, hecha un espejo donde se miran las nubes en su carrera.
Se veía caminando hacia la orilla hasta mojarse los pies, despojándose de toda la ropa, sin volver la mirada atrás, y metiéndose poco a poco en el agua, desnudo, sin más equipaje.... Nadando lentamente hacia lo más profundo, se perdería y todos le darían por muerto.
Se veía después saliendo en otra orilla, cansado y feliz, dispuesto a empezar una nueva vida, desprendido de los títulos y trabajos, de las urgencias que le imponía su vida anterior, de sus preocupaciones, de su pasado.. de su vida entera. Se veía como un hombre nuevo, sin ataduras, libre para ser lo que quisiera, sin sometimientos ni prisiones, sin historia ni rutinas.
En esta ocasión fue la mano de su hija pequeña quien le sacó del sueño.
Vamos adentro, dijo, mientras el sueño se acurrucaba en el mismo rincón donde desde hace años dormía.
Hay momentos en la vida en que todo parece ocurrirnos a nosotros solos. A la salida de la consulta del médico que te acaba de comunicar que tienes un tumor en la garganta; cuando vas en el coche detrás del furgón fúnebre que lleva el cadáver de tu padre; cuando estás a punto de recibir un título que te ha costado años de esfuerzo y dedicación; cuando estás entrando de la mano de tu madre en la iglesia donde te van a casar para toda la vida; cuando acabas de hacer el amor por primera vez y crees que te has enamorado; cuando acaba de nacer tu hijo.... Son momentos extraordinarios en que me asombra que el mundo siga girando como si tal cosa, sin cambiar sus rutinas ni un milímetro. Pero, cómo siguen los coches parados ante un semáforo en rojo cuando a mí se me está muriendo la vida, cómo ese hombre mayor sigue paseando a su perro por la mañana cuando me acaban de comunicar que mi mujer ha muerto; cómo sigue sonando la música en la radio si no sé si mi pareja saldrá de la operación; pero cómo es posible que esa chica siga andando por la acera cuando yo voy a recibir un premio por mis cuarenta años de trabajo....
Entonces me doy cuenta de lo poco que soy, de lo diminutos que son nuestros anhelos y nuestras preocupaciones, nuestras angustias y nuestras alegrías... ¡qué carajo!
Engañó a los troyanos con su caballo de madera; embaucó a Polifemo con sus juegos de palabras; evitó a las sirenas con la fuerza de su ingenio. Navegar, navegar, sólo quería navegar.
Nadie podía pararlo, ni tampoco Calipso en siete años de ocio y amor; nadie, ni las artimañas de los hombres ni la voluntad de los dioses. No obstante, cuando Circe lo dejó entrar en su culo, él se quedó allí, doce meses entrampado; y nosotros pensando que el viaje terminaría así, entre aquellas piernas lascivas. Pero no, a Ítaca, a Ítaca, debía volver a Ítaca, donde su paciente mujer lo enredaría en la preciosa seda de su tejido hasta el fin de sus días.
Minicuento de Gaetano Vergara publicado en Ficticia
Sexo limpio, sexo seguro.
Sexo diario, sexo extraordinario.
Sexo carnal, oral y maxilofacial,
sexo entre horas y de domingo,
sexo duro, sexo blando, sexo puro,
sexo sin prisa, sexo a lo loco,
sexo de pie, sexo de miel, sexo inoportuno.
Sexo vocacional, sexo gratuito, sexo de lujo,
sexo de pago, sexo ambicioso, sexo maduro.
Sexo adolescente, sexo urgente,
sexo femenino, sexo masculino,
sexo oscuro.
Sexo a secas, ciber sexo, hiper sexo,
sexo virtual, sexo parenteral, sexo ninguno.
Sexo por delante, por detrás,
por debajo, por encima,
sexo postural, sexo oriental,
sexo con, sexo sin, pontelo, ponselo,
porque si.
Sexo por desahogo, por desamor, por amor,
por desasosiego;
sexo light, sexo guay,
sexo impuro.
Sexo festivo, sexo furtivo,
sexo húmedo.
Sexo con pasión, sexo con amor,
sexo entretenido, sexo aburrido;
sexo mensual, semanal, no recordado,
sexo de tercera edad,
sexo cansino, cochino y amargado,
sexo de animal, bestial, prohibido;
sexo de turno, sexo nocturno,
sexo deprimido.
Sexo en el coche, sexo en la noche,
sexo olvidado.
Sexo interesado, sexo diurno,
sexo humillado.
Sexo marital, fraternal y parital,
sexo de hospital, de despacho y de trabajo.
Sexo de verano, estacional, primaveral o eterno,
sexo continuo, discontinuo y alterno.
Sexo de alterne,
sexo alegre,
sexo felino.
Sexo místico, sexo crítico,
sexo pecaminoso, sexo hermoso,
sexo divino.
Sexo para todos los gustos,
el sexo da mucho gusto.... y algún disgusto.
.... Pienso que la forma en la que la vida fluye está mal. Debería ser al revés: Uno debería morir primero para salir de eso de una vez.
Luego, vivir en un asilo de ancianos hasta que te saquen cuando ya no eres tan viejo para estar ahí. Entonces empiezas a trabajar, trabajar por cuarenta años hasta que eres lo suficientemente joven para disfrutar de tu jubilación. Luego fiestas, parrandas, drogas, alcohol. Diversión, amantes, novios, novias, todo, hasta que estás listo para entrar a la secundaria...
Después pasas a la primaria, y eres un niño (a) que se la pasa jugando sin responsabilidades de ningún tipo...
Luego pasas a ser un bebé, y vas de nuevo al vientre materno, y ahí pasas los mejores y últimos 9 meses de tu vida flotando en un líquido tibio, hasta que tu vida se apaga en un tremendo orgasmo. !Eso sí es vida!
QUINO
Hace algunos años conocí a Odyseo en unas circunstancias muy curiosas pero que no vienen al caso. El era un hombre irritado ante la falta de realidad del mundo. Era un insatisfecho beligerante que se había esforzado, desde siempre, por dar un sentido a lo que le rodeaba.
Yo, Horacio, hay días que me siento profundamente identificado con él. Hoy debe ser uno de esos días porque se me agolpan imágenes que provocan mi exasperación de forma patente: desde la dificil tarea de sortear excrementos perrunos desde que salgo de casa por la mañana hasta llegar al coche; comprobar que me han aparcado un coche en segunda fila que me impide salir y que el dueño está tranquilamente tomando café en algún bar cercano y que no se va a molestar en estar atento a si su coche molesta, porque tendría que interrumpir la lectura del periódico; ponerte furioso porque por primera vez en años vas a llegar tarde al trabajo; sentirte patético mientras hablas con las paredes, porque compruebas que tus alumnos no están escuchando nada de lo que dices; sentirte ridículo porque el del comedor de la facultad atiende a todos los que se acercan al mostrador antes que a tí, que llevas media hora en la cola y te estás haciendo viejo; desde eso,... hasta recordar que mi vida se pasa, que pocos me entienden, que sigo en la perpetua búsqueda del otro, que ya ningún colega parece compartir las ideologías y que aún sigo intentando descifrar el sentido de mi existencia.
Hay días, Odyseo, que me siento como de otro mundo o de otro tiempo, como si no encajara en éste que nos ha tocado en suerte. Supongo que es lo malo que tienen esos breves momentos o intervalos de lucidez en que, con obcecación, a uno le gustaría encontrar un orden moral y un sentido a todo lo que ocurre a su alrededor. Y también supongo que eso es imposible y por eso me exaspero, me rebelo, me desespero..... y por eso termino regresando a la normalidad algo mohosa y adormecida de mi existencia.
Menos mal que siempre te tengo a ti... que me escuchas.