RENFE es una empresa que se dedica a transportar viajeros entre distintas localidades por medio del ferrocarril. Para ello cobra unas tarifas que, supuestamente, dependen de la distancia a recorrer y del grado de comodidad a disfrutar durante el trayecto. Para experimentar emociones fuertes recomiendo subirse en un Cercanías y asegurarse el trayecto más desagradable que se pueda concebir.
¿Venta anticipada? ¿Mandeee? Las taquillas tienen colas de veinte metros porque solamente hay una abierta de cada cinco. Y como sabemos de antemano que el revisor no nos dejará subir sin billete, hay que buscar alternativas. Las máquinas expendedoras parecen la mejor opción hasta que descubrimos que (1) la abuela de delante no se aclara, (2) el botón correspondiente a nuestro destino jamás funciona, (3) la máquina no acepta billetes de más de 5 , y (4) en caso de aceptarlos se atascará el billete durante 4 minutos y entonces perderá otro minuto devolviéndonos el cambio en monedas de 5 céntimos.
Supongamos que, aunque sea sin aliento, llegamos al tren a tiempo. Allí nos encontraremos con que el mismo revisor que nos hizo bajar la última vez, comprar un billete y esperar al tren siguiente (porque la empresa me obliga a multarle con el doble del precio; si no lo hago tendré que pagarlo yo de mi bolsillo) está vendiendo un billete en ruta, todo amabilidad, a la señora de nuestro lado que llegó a la estación hace un cuarto de hora y subió directamente al tren.
RENFE no tiene coherencia, pero lo compensa con una actitud muy definida: la del jódete, viajero pobre. Con un clasismo abrumador. Todo tren de Cercanías se parará a un lado de la vía para dejar pasar a otro tren más caro y rápido, sin importar cuánto tenga que alejarse del horario previsto, pero jamás dejará pasar a otro Cercanías aunque él mismo lleve media hora de retraso y sea más lento que el que viene detrás (en el que, claro, viajamos nosotros). En caso de incidente, el tren llegará retrasadísimo a su destino sin que nadie se haya dignado siquiera a informar al pasaje de las causas de la anomalía.
Siempre que cojo un Cercanías y me la meten doblada pienso lo mismo: el día que robe un rollo de cartulina de billete de tren, mi impresora echará humo y yo regalaré billetes al lado de las taquillas. Y me sentiré plenamente justificado.