Mayo 27, 2004
Conversación en el tren
Hay toda una serie de conversaciones que se oyen constantemente y, supongo, qué por esto, ya nos parecen normales. Ahora mismo, aquí, en el tren, un señor y una señora, procedentes, parece ser, del mismo pueblo, sentados uno al lado del otro, estaban hablando entre ellos cuando yo he ocupado el asiento de enfrente.
El tema de la conversación era sobre “el abandono de los coches en la calle”. Comentaba el señor a la señora sobre la suerte de que este fin de semana se hubiera quemado un coche que llevaba meses abandonado, aparcado correctamente en la calzada de su manzana. Se ve que nada más empezar las llamas, en breve, aparecieron los bomberos y apagaron el fuego. Bien poco tardó la grúa en llevarse el coche chamuscado. ¡Después de siete meses de abandono! (Y después, también, de reiteradas denuncias por parte de los vecinos para que lo retiraran de ahí). Añadía el señor, con todo conocimiento de causa, que si no se retiraban los coches abandonados era porque no había sitio en donde colocarlos. Y con su gesto y el tono de voz, mostraba el desacuerdo con la falta de sitio. En plena queja, arranca la señora interrumpiendo y quejándose a su vez de un hecho similar.
Resulta que un coche llevaba no sé cuanto tiempo (a veces yo desconectaba de la conversación) abandonado un “poco más arriba de su calle”. Y un buen día, apareció sin ruedas y aparcado delante de un vado. La grúa tardó menos de una hora en llevárselo.
Llegado a este punto, la conversación se ha centrado en despotricar sobre lo que se llega a tardar en retirar los coches abandonados.
Y yo me pregunto: ¿Hemos aceptado como normal que los coches sean abandonados? Porque en ningún momento han criticado al individuo que abandonó el vehículo.
Despotricamos sobre el barrendero que no recoge bien la basura que hay en las calles, del jardinero que tiene descuidado el parterre lleno de cacas de perros, de la policía que no hace nada para que los mendigos no duerman al cobijo de nuestras porterías, del amo del bar de la esquina que tiene abierto un sábado por la noche y no hay quien duerma…
¿Y qué pasa con la gente que tira los papeles al suelo, deja cagar a sus perros en los parterres, no se preocupa de si hay o no dormitorios sociales y se emborracha un sábado por la noche olvidándose del vecino? Y por supuesto, ¿qué pasa con la gente que abandona su coche en la calle porque es la mejor manera de deshacerse de él?
De todos estos no se despotrica porque ya entran dentro de la normalidad. Pues creo que no va a quedar más remedio que ceder paso a los creativos que son capaces de idear maneras para que los vehículos abandonados sean retirados de la calle, eso sí, con su demora pertinente.
Mayo 21, 2004
Mi primer post
¡Por fin! ¡Ha llegado! (No se ha hecho esperar demasiado).
Ahora es el momento de escribir y tener el blog bien lleno de “cositas” (diminutivo dedicado) interesantes. Estaba temiendo este momento.
Desde que me contaron la idea, ando por el mundo de diferente manera.
Primero, estuve unos días al acecho, buscando insistentemente cosas que ocurrieran a mi alrededor que fueran dignas para de ser puestas como post. Pero nada, a mi alrededor sólo se acumulaba la cotidianidad de siempre.
Segundo, pensé que si podía provocar que pasaran cosas interesantes tendría cosas interesantes que contar. Lo único que conseguí es demostrar una actitud extraña y un comportamiento raro, que no entendían, para nada, las personas con las que trato diariamente. Y cuando quise explicar los porqués, sólo obtuve arqueos de ceja y leves asentimientos de cabeza con la boca ligeramente abierta. (De incomprensión también se vive).
Tercero, me senté a pensar; era muy difícil esto de escribir para un blog. No sé si estoy preparada para ello. (En la Universidad te enseñan muchos conceptos pero por desgracia no nos preparan para la vida).
Por último, y siempre de mano de la casualidad, di con este texto:
“Es mediodía y James Baldwin está caminando con un amigo por las calles del sur de la isla de Maniatan. La luz roja los detiene en una esquina.
-Mira –le dice el amigo señalando el suelo.
Baldwin mira. No ve nada.
-Mira, mira.
Nada. Allí no hay nada que mirar, nada que ver. Un cochino charquito de agua contra el borde de la acera y nada más. Pero el amigo insiste.
-¿Ves? ¿Estás viendo?
Y entonces Baldwin clava la mirada y ve. Ve una mancha de aceite estremeciéndose en el charco. Después, en la mancha de aceite ve el arco iris. Y más adentro , la calle pasa, y la gente pasa por la calle, los náufragos, y los locos y los magos, y el mundo entero pasa, asombroso mundo lleno de mundos que en el mundo fulguran; y así, gracias a un amigo, Baldwin ve, por primera vez en su vida ve.”
E. Galeano. Amores
Ahora ya sé cual debe ser mi punto de partida: cambiar mi mirada.
Post post: Aunque no tengo ni idea de cómo se hace.