Hace pocos días conseguí otra de mis joyas cinematográficas:
una edición de lujo de El gran dictador, de Charles
Chaplin, en edición de lujo (dos DVD y una buena caja, esencialmente).
Vi por primera vez El gran dictador hace unos tres años, en clase de
Historia. Recuerdo en especial escenas memorables como el baile de Hynkel
con el globo terráqueo, o el encuentro de los dos dictadores, momento
desternillante donde los haya. También son de destacar las luchas del
barbero con la guardia de asalto, o el momento en el que éste afeita
a un hombre a perfecto ritmo de música clásica.
El gran dictador, escrita y dirigida por Chaplin en plena apoteósis
del Tercer Reich, es una parodia hiriente e hilarante, aunque en ningún
momento se burla de las víctimas del Reich; al contrario, recrea fielmente
la angustia de los judíos del ghetto, y su absurda, y a veces irónica,
situación, que cambiaba en función de lo que Hynkel necesitase
conseguir de ellos.
El propio Chaplin interpreta a dos personajes: el dictador de Tomania,
Hynkel, y un barbero judío ex-combatiente de la 1ª Guerra Mundial.
Ambas interpretaciones son fabulosas, pero la del dictador es memorable, por
la genial imitación del discurso de Hitler, por el aire
afeminado que otorga al personaje (¿haciendo alusión quizá
a esa teoría marginal que propugna la homosexualidad del famoso dictador?),
por representarlo como un personajillo insignificante que intenta hacerse destacar.
Al dictador Hynkel le acompaña el Reichminister, Garbitsch
(parodiando a Josef Goebbels) y el mariscal Herring
(Herman Goering). También veremos una relación amor-odio
muy satirizada con el dictador de Bacteria, Napaloni (Benito Mussolini),
interpretado de forma desternillante por Jack Oakie, quien
obtuvo una nominación al Oscar por el papel