Quien haya tratado con un pepero, habrá sentido en algún momento la imperiosa necesidad de pedir el Libro de Instrucciones. Tal es la dificultad de llegar, ya no a un acuerdo, sino a un mínimo nivel de entendimiento con él, que la comunicación entre un pepero y una persona de la calle (con independencia de su tendencia política) resulta poco menos que tarea imposible.
Lo reconozco, yo no he conseguido jamás comunicarme con un pepero, es decir, llegar a un mínimo intercambio de mensajes con él; pero, por lo menos, sí creo haber descubierto algunos trucos para no enloquecer por ello.
Para tratar a un pepero, primero hay que conocerlo. Estos son algunos de los síntomas que os permitirán detectar que estáis ante un auténtico pepero y no, simple y llanamente, ante un orate:
a) Cree estar en posesión de la Verdad. Su identificación con la Razón es, en su opinión, no ya absoluta, sino carnal. El hecho de abrazar la fe pepera le abre, de inmediato, las puertas del Conocimiento del Ser tal-como-es.
b) En consecuencia, el pepero piensa que nunca (pero lo que es NUNCA) se equivoca, ni mucho menos duda. Errar y vacilar es propio de personas que no han visto la Luz, cuyo haz irradia de arriba a abajo y sólo alcanza a quien se ha convertido a la religión pepera. Pues de religión hablamos, y no de una simple opción política: recordemos que, para el pepero, su opinión es real porque es suya (y no al revés).
c) Más aún: por el hecho de estar desprovisto, de manera congénita, del pecado de la errancia, tampoco puede esperarse de un pepero que reconozca haberse equivocado. A diferencia del creyente cristiano, quien se presenta a sí mismo (aunque sea retóricamente) como un ser débil y caído, el pepero nació de pie, y así seguirá siempre. No hay posibilidad de que desfallezca, se trastabille o ceda a la tentación: un pepero, si lo es, fue creado de una pieza, sin mella, sin tacha, pura emanación del Creador pepero, o sea: de José María Aznar.
d) De todo lo dicho se deduce que, para el pepero, los no peperos son poco menos que alimañas: infieles, ángeles caídos o, directamente, escoria infrahumana (aunque todos los epítetos, el pepero los condensa en uno, tan vacío como ellos pero letal para sus oídos: antiespañoles). Quien no comulgue nunca mejor dicho con la fe pepera, se erigue entonces en enemigo al que hay que batir y combatir: rojos, feministas, gays, ateos, masones, nacionalistas periféricos, culés
La nómina está abierta pues, a diferencia de la lista pepera, que se compone únicamente de los Puros, la de los impuros puede incrementarse sine die, tal es la fuerza del Mal en esta tierra.
Me parece que no hay que hacer un gran esfuerzo para recordar alocuciones públicas, por parte de cualquier pepero en activo, que ilustren la veracidad de estos asertos. Por ejemplo, cualquiera de Aznar, y la inmensa mayoría de Acebes o Zaplana (la perfección pepera es jerárquica, y sólo el Altísimo la atesora en grado sumo).
Una vez conocida la naturaleza íntima del pepero, hay que aprender a tratarla, pero ¡ojo! no para modificarla (un pepero NO cambia, sería un contrasentido), sino para no verse contaminado por ella. Porque, eso hay que tenerlo claro: tratar con un pepero mancha.
Veamos lo que NO hay que hacer para preservarse más o menos cuerdo al entrar en contacto con un pepero:
a) No discutir nunca con él. La posibilidad de que cambie de opinión es igual a cero, pues se lo prohíbe su religión pepera, y una discusión que no puede modificar la postura de los interlocutores resulta perfectamente superflua.
b) No exponer argumentos: o no los entendería o, en caso de hacerlo, se vería obligado a rechazarlos.
c) No aportar pruebas: les dará la vuelta, pondrá en duda la metodología que seguiste para obtenerlas o, sencillamente, se tapará los ojos y mirará para otro lado.
d) No recordarle que, en el pasado (remoto o reciente), sostuvo justo lo contrario de lo que ahora sostiene: te dirá que mientes.
d) No aducir a nuestro favor dictámenes legales (cuya veracidad pondrá en entredicho desde el principio), pronunciamientos expertos (su imparcialidad estará descartada por el mero hecho de no darle la razón) o informes de instituciones independientes (a las cuales intentará desacreditar con todo tipo de invectivas peregrinas): para el pepero, sólo es válido lo que viene avalado por las instancias peperas, y lo demás es basura generada por el adversario a derrotar.
Tampoco nos costará mucho rememorar, para avalar mis argumentos, afirmaciones de Trillos y Pujaltes a mansalva. Otra cosa no, pero los abusos peperos son fáciles de documentar; otra cosa es que los admitan, pero es que en el mundo mundial no todos padecemos la misma enfermedad
Una vez contemplado lo que no debemos hacer, vayamos ahora a exponer lo que SÍ es recomendable hacer, cuando nos veamos obligados a tratar con un pepero, y si no queda más remedio:
a) Utilizar frases cortas y unívocas: la capacidad de entendimiento de un pepero, al nutrirse sólo de dogmas y eslóganes, resulta manifiestamente limitada y, si echamos mano de perífrasis y excursos, corremos el riesgo, ya no de ser incomprendidos, sino de ser malinterpretados (lo cual es mucho peor).
b) Recurrir a la psicología inversa: si queremos que un pepero comparta nuestras ideas, o cuanto menos las tome en consideración, debemos defender justo la contraria. Sólo así, creyendo que nos rebate cuando en realidad nos está apoyando, podremos coincidir con un pepero.
c) Poner nuestras propuestas en boca de apóstoles, evangelistas, santos y demás Padres de la Iglesia: sólo hay una fuerza que venza la obstinación de un pepero en abrazar sus propias tesis, y es decantarse por las que propugna la Santa Madre vaticana (de cuya doctrina la fe pepera es una decantación, corregida y aumentada).
d) Apoyarnos en la mitología castiza con objeto de vencer la resistencia inicial que todo pepero muestra a cualquier voz exterior: queda muy bien echar mano del romancero, y mucho mejor aún citar a Menéndez Pidal o Ramiro de Maeztu.
e) Y, sobre todo, armarse de paciencia, practicar la ironía y recordar, en todo momento, que no nos encontramos ante un interlocutor habitual, provisto de criterio propio y honestidad intelectual, sino de un auténtico creyente, de un fundamentalista de la propia convicción que, como todo integrista, puede volverse violento al verse refutado por la realidad (ya que por las palabras, según hemos visto, es imposible).
Ojalá estas sucintas recomendaciones (que, a buen seguro, todos hemos seguido de manera espontánea en más de una ocasión, y de dos) os sirvan para que el trato con un pepero os resulte menos traumático, pues doloroso es comprobar que una cuarta parte de los españoles padecen esta peligrosa dolencia, consistente en creer que quien no está conmigo, está contra mí.
Escrito por MUTANDIS a las 2 de Marzo 2006 a las 06:03 PM