Al final es lo mismo. Cambia la estrategia de comunicación, pero el resultado es, en esencia, el mismo: reducir el déficit a toda costa, aunque eso suponga eliminar derechos e introducir recortes sociales.
Pero algo sí parecen haber aprendido los actuales gobernantes, y es que la estrategia de dar mensajes positivos para intentar impedir que se desate el pánico no funciona. Los socialistas se pasaron tres años intentando ver brotes verdes donde no había más que suelo yermo, ansiosos por encontrar el menor dato positivo que llevarse a la boca. Y a falta de datos positivos, acabaron por conformarse con elevar a los altares cualquier indicio que supusiese un empeoramiento de la situación aunque, eso sí, menos grave que la del mes pasado o de hace un año.
Esa angustia por necesitar desesperadamente buenas noticias económicas y la consiguiente desesperación al no conseguirlas acabaron por poner al anterior equipo de gobierno al pie de los caballos, algo fomentado y aplaudido hasta el éxtasis por la oposición y sus acólitos mediáticos.
Ahora no, ahora la estrategia es justo la contraria. El plan consiste más o menos en pintar un futuro tan negro que todos sintamos que está en juego hasta lo más básico. Por supuesto, ese oscuro final está provocado y propiciado, a juicio de Rajoy y los suyos, por la pésima gestión de Zapatero y su brazo armado, Rubalcaba. Los datos esperados son catastróficos, y así consigue un doble objetivo: por un lado, les permite presentar cualquier buen dato como mérito propio; por otro, consiguen crear en la opinión pública un estado de desesperación tal que los predisponga a aceptar cualquier reforma, por dolorosa, injusta y antisocial que sea.
Es un plan que sin duda tiene su mérito, ya que le da carta blanca para hacer lo que consideren más conveniente en los próximos dos años. Sin despeinarse, podrán modificar el estatuto de los trabajadores, cargarse a los sindicatos o contentar las ansias de flexibilidad que les reclaman los empresarios. Puestos en el peor de los escenarios (incumplimiento del déficit, aumento de los parados en seiscientas mil personas, recortes en sanidad, educación y bienestar social, etc.), cualquier ligera mejoría en alguno de ellos supondrá la confirmación de lo acertado de esa política.
A Pedro también le funcionó lo de gritar "¡que viene el lobo!". La diferencia es que en su caso se trató de una broma, él no aprovechó el desconcierto para robarle las ovejas al resto de vecinos. Esta nueva versión actualizada y mejorada del cuento se saldará, en el mejor de los casos, con más desigualdad.