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    Infierno de cobardes

    Algo va a cambiar en la política de este país.

    Pocas veces hablo de política, no es un tema que me guste en demasía. No es que no me guste la política, creo en ella, en la democracia, los derechos constitucionales, las obligaciones y derechos de los electores, la resurrección de la carne y Don Santiago Bernabéu, pero no en los políticos, por lo menos no hasta ahora. En estos temas nunca me he sentido identificado con un partido ni con una persona, quizá si con una ideología, o con todas, pero todas tienen su fallos de base, ninguna es perfecta (por la propia inperfeción del hombre y tal), y el mariconcentrismo que está tan de moda me parece descafeinado. Y no soy el único que piensa así, corríjame si me equivoco...

    Sin embargo, en medio de toda esta falta de dádiva y gracia, de medias tintas (cuando no menos), de fracaso publicitario, de lobotomía democrática y estulticia política, relumbra con brillo propio una persona, que al igual que en la película de Clint Eastwood, ha venido a salvar el pueblo de Diputadotown de Jimmy Ignorancia, Harry Malgusto y Tom Mediocridad, que campaban a sus anchas. Él pasaba por allí, era un forastero más, entró en el Psaloon para echar un trago, vió lo que allí había y los principios inculcados en él por aquellos malditos curas del orfanato, afloraron en su interior: tenía que impartir justicia. Justicia ciega, justicia en Braille. Igual para todos, el pueblo estaba corrompido desde sus cimientos. Pero aquello no le echó para atrás. Se ganó la plaza de sheriff facilmente, nadie quería serlo en aquellos parajes. Los pieles rojas, que se habían hecho con el pueblo, le pusieron allí, Zapato Sentado, el jefe de la tribu, desde el talante democrático y mirándole a los ojos, como era su costumbre, sólo le dijo: "Quiero que seas, ante todo, el presidente del Congreso de los diputados de todos"(sic). Le dieron una estrella que se pinchó en el chaleco, un Colt 45 recién engrasado en forma de botón, para callar a los proscritos y un caballo con forma de atril desde donde arengar, ajusticiar o sermonear a las masas. Así comienza la leyenda de Manolo Marín, el justiciero, presidente del congreso de día, cowboy en sus ratos libres, marmotilla (de Vancouver) de noche.

    Manolo no tiene miedo de cortar el micrófono a los cuatreros que se excedan en sus proclamas o se salen del tema propuesto, pero tampoco lo tiene de acallar a los pieles rojas que hagan lo mismo, incluído Zapato Sentado.

    Manolo es duro, no muestra debilidades, rápido con el revólver, intrépido desde su caballo, no duda en discutir las decisiones de los forajidos, aún cuando estén en acuerdo con los pieles rojas. Es su pueblo, es su ley y es su forma de mandar.

    Manolo recoge las flechas y las balas con la boca y las manda de vuelta, con puntería certera, hacia las partes pudendas de los que se las dispararon.

    Pero no todo es seriedad en el pueblo. Haciendo gala de su famoso humor, pero sin dejar de lado su función de sheriff, suelta gracietas a sus preceptores. La justicia no tiene por qué ser seria. Cuando los ve haciendo corrillo conspirando, les dispara un "No me hagan tertulia en los pasillos" (sic), o en esas interminables partidas de poker, cuando uno de sus oponentes se indispone unos minutos para evacuar los galones de whiskey que se meten entre pecho y espalda, les espeta un "Espero que vuelvan alegres y ligeros de equipaje"(sic), no sin advertirles de que "tomen sus precauciones".

    El Pueblo ha evolucionado, tiene un nuevo dueño. Se llama Manolo y es gallego.

    Escrito por Moet

    21 de Mayo 2004 a las 03:48 PM

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    Quítese el veneno









    ¿Volverá por estos lares ?