Ayer no pude evitar sentirme sobrecogida, al comprobar

como la comida, ese gran placer de la vida que podemos disfrutar todos y cada uno de nuestros días varias veces (quizás por ello tan grande) se sublimaba al ingerir una suculenta cena bajo los efectos del cannabis.
He de reconocer que tengo una gran debilidad por degustar todo lo que me llevo a la boca, disfrutando de las diferentes sensaciones que provoca en mis papilas gustativas el sabor, aroma, textura, etc. de los manjares que nos brinda la madre tierra. Y no asocio manjar necesariamente con productos caríiiisimos, que también, sino con cualquier alimento que al introducir entre nuestros labios, nos llena de satisfacción. Porque, quién no ha disfrutado paladeando un pedacito de pan mojado en un huevo frito o en una exquisita salsa.... Sin descartar, por supuesto, una buena mariscada, en la que puedes estar horas recreándote sin que llegue el momento fatídico en el que tu cuerpo se revela y dice: No puedo más.
Qué decir de la post-comida (también llamado sobremesa), espacio de tiempo en el que nuestro cuerpo, totalmente saciado, se pierde en disfrutar de conversaciones nimias con nuestros, en ese momento, compañeros de placer con una jovialidad y embriaguez sólo alcanzable al ingerir otras sustancias psicoactivas o al practicar otro de los grandes placeres de nuestra existencia.
El no va más sobrevino anoche cuando, osadamente, mezclé dos sustancias psicoactivas, cannabis y cervecita, con una magnífica comida hindú completa de deliciosos aromas exóticos con la mejor de todas las compañías. No, mi perro no... Fue terrible, magnífico, simplemente extasiante, notar cómo el cannabis potenciaba todos mis sentidos, triplicando la sensación de placer ante el sabor, olor y textura del yantar.

Tras releer este post, sinceramente, no sé si estoy enfermísima o si somos muchos los que quedamos por salir del armario.

PD: No es mi intención hacer apología de las drogas, sólo del disfrute de la comida.