Es sábado por la noche, estás en pijama, sentada frente al ordenador y te apetece escribir. Preparas una lista de canciones en el Winamp, abres el Word y pones las manos sobre el teclado. No se te ocurre que escribir, pero sientes la necesidad de llenar esa página en blanco, así que decides escribir lo primero que se te pasa por la cabeza, lo que estás haciendo. Necesitas llenar un vacío creativo que hace tiempo no consigues saciar. Sientes que tu inspiración se va por la ventana de la habitación que has abierto para que no se llene todo de humo y no axfisiarte con este calor bochornoso de una noche de verano cuando acaba de llover. Aun sigues viendo a lo lejos los rayos de la tormenta que se está calmando y que tanto miedo te ha hecho pasar. Deberías irte a la cama, ya es tarde, pero no quieres, estás sola y necesitas hacer algo para poder dormir tranquila. La canción que está sonando te hace pensar. Empiezas a imaginarte en una situación acorde con la melodía, un bar azul, con las paredes llenas de rombos, grandes lámparas de plástico naranja que cuelgan a escasos metros de las cabezas de la gente. Te estás tomando un martini con ginebra, el refresco definitivo según tu amigo y ni siquiera te gusta. El ritmo te invade y empiezas a moverte. Como siempre, te fijas en la gente y su calzado. Y tu mirada se pierde. Y el tiempo pasa. Y siempre estás pensando.
¿Qué coño voy a hacer?