No se si decir que la nieve ha jodido el carnaval (Si, en Oviedo se celebra una semana después que en el resto de España) o le ha dado un encanto especial. La verdad es que cuando ayer salí de casa para enfrentarme a una ardua jornada laboral (no hice nada) flipe con la estampa navideña que me encontré y fuí de mi casa a la ofi cagandome en todo, porque con el frío que hacía no sabía que hacer para no morir de hipotermia con el disfraz a la noche siguiente, osea esta noche, encima, el trayecto que normalmete tardo en hacer en unos 15 minutos, duró una media hora, porque tenía que ir a dos por hora agarrandome a las esquinas para no resbalar. Cuando me compré las botas (unas Salomón de 15 papelitos) pensé que por su precio y buena fama darían buen resultado, pero ¡Joder! no sólo calan, sino que resbalan, y mucho. Así que pisando huevos y con la nariz colorada llegué al curro.
En parte también me irritaba el pensar que cabía la posibilidad de haber perdido todo espíritu bélico y animoso por la nieve, pero la mala hostia me llevaba, pero después de comer y con todo un fin de semana por delante, la perspectiva cambia, disfracé a mi hermanito y le llevé al carnaval infantil y de la que íbamos a por el chocolate con churros, me invadió de nuevo la energía de antaño, me agaché con sigilo, recogí un puñado de nieve, le di forma y ¡paf! se lo estrelle a Moi en la espalda y rápidamente, antes de que me alcanzara la contraofensiva, le tiré otra bola a mi hermano, lo que se convirtió en una guerra de bolas de nieve. Lo peor es cuando se termina, estás empapado y aterido, pero merece la pena saber que no te has convertido en una cascarrabias, así que mañana en vez de ir con una camiseta iré con dos, un jersey y encima del disfraz la cazadora y esta noche va a ser genial, llueva, nieve o haga sol, aunque esto último sería un poco extraño.