Abril 04, 2005
Descartes de la novela (6)
OPERACIÓN TOPO
Berlín. 30 de abril de 1945.
Se conocieron en Remagen el 7 de marzo de 1945. El general Patton había encontrado un puente intacto en su imparable avance hacia Berlín. Cuervo supo que podría confiar en ellos.
El doctor Jones era un profesor de universidad y arqueólogo temerario que había destacado en un par de acciones realizadas más allá del cumplimiento del deber. Saltó sobre Europa con la 101 Aerotransportada el Día D. Fue uno de los primeros soldados que se desmarcó de la Operación Yunque para unirse a la Segunda División Blindada de Leclerc y marchar sobre París. Entró en la ciudad formando parte de una operación encubierta dos días antes que el resto de las tropas francesas, inglesas y norteamericanas. Consiguió llegar hasta el Hotel de Ville y entrevistarse con un antiguo conocido suyo, el general alemán Dietrich von Cholditz, comandante en jefe del Gran París, al que había conocido antes de la guerra en Egipto, un amante del arte, la historia y gran coleccionista de “objetos raros”.
Hitler había ordenado a Cholditz que “París debía caer en manos del enemigo, si no es reducida a un montón de escombros”. Obras de arte, monumentos y edificios históricos habían sido embutidos de explosivos. Jones y Cholditz estuvieron de acuerdo en que a Hitler ni caso, que se le había ido la pelota definitivamente. Fue entonces cuando el doctor Jones, vestido de artificiero de la wehrmacht, en una noche frenética, desactivó todos los detonadores que amenazaban con hacer realidad los sueños pirómanos del tío Adolf, por si a algún suboficial demasiado obsesionado con obedecer ciegamente al Reich se le pasaba por la cabeza “iluminar” la Torre Eiffel con dinamita o volar por los aires el Louvre, aunque nunca llegara la orden directa de Cholditz.
La orden de “quemar París” llegó de Berlín, pero nunca se cumplió y, por su parte, Jones intercedió por su amigo ante las tropas de liberación cuando se aproximaban al Hotel de Ville y su colega Cholditz pudo rendir la ciudad con la conciencia tranquila.
El otro miembro del equipo, el capitán Nicholas Rock, podría fabricarse un chaleco antibalas con el metal de todas las medallas que había ganado durante la guerra. Desembarcó en Sicilia, ascendió hasta Montecasino, chapoteó en Normandía, cruzó el Rin en bote hinchable cuando participó en la Operación Market Garden, sufrió congelación en Bastogne y rechazó un ascenso que le apartaría de primera línea en las Ardenas. Le hirieron catorce veces y se dice que sus hazañas llegaron a oídos del mismísimo general Patton, quien le visitó en un hospital de campaña en Holanda y le regaló una biografía de Alejandro el Grande y uno de los libros de bocetos del recluta Jack Kirby, la única cosa que el general adoraba más que a sus Colt, su perro, su biblia y su ego.
Era otro general, Omar N. Bradley, quien recurría habitualmente a este veterano de la Easy Company cuando el ejército preparaba operaciones encubiertas, la mayoría de ellas de carácter casi suicida y que, oficialmente, nunca tuvieron lugar: la recuperación de un tren cargado de obras de arte propiedad de museos franceses que Hitler quería utilizar como elementos decorativos de su chaletito en Baviera; adiestrar y dirigir un grupo de convictos para volar por los aires un puticlub-casino en Bélgica con todos los oficiales alemanes que habían ido a pasar el fin de semana en su interior; despeñar desde una montaña dos cañones gigantescos y media guarnición en Navarone; desbaratar una conspiración con el objetivo de asesinar a Winston Churchill en Inglaterra; infiltrarse en un castillo nazi en los Alpes con la misión de desenmascarar a un espía alemán y utilizar sus dotes de camorrista y experiencia en los bajos fondos de Chicago con el fin de “conectar” con la Mafia siciliana y convencerlos de que se armaran y ayudaran a los aliados a patear el culo de Benito Mussolini.
Alejo Westmoreland “Cuervo” había reunido de nuevo una gran fortuna. Era copropietario de dos empresas armamentísticas y tres astilleros que dotaban de material bélico de última generación a las tropas de los Estados Unidos. En Remagen ofreció la posibilidad a Jones y a Rock de unirse a una complicada incursión tras las líneas enemigas. El primero, al conocer los pormenores de la misión, pidió quedarse con algo que seguramente encontrarían en su destino. El segundo, bastante más pragmático, se ofreció a trabajar por un porcentaje que le permitiría comprarse una isla caribeña donde descansar después de la guerra. Si todo salía bien, Alejo se disponía a cerrar el negocio de su vida (si dejamos de lado La Invasión).
***
Mediodía. Nos encontramos cerca de una de las puertas laterales del búnker de la Cancillería del Reich. Ruinas, explosiones, disparos, edificios que se derrumban bajo el fuego de la artillería rusa, que se encuentra a menos de un kilómetro de distancia.
Los aliados orientales y occidentales se han encontrado en el Elba. La mitad del Estado Mayor ha desertado o está traicionando a la otra mitad para salvar el pellejo. Un millón y medio de rusos se ciernen sobre el último reducto del Reich. Al otro lado de la ciudad, las tropas norteamericanas avanzan imparables, cabreados por lo mal que lo han pasado en las Ardenas (una contraofensiva alemana por delante y el látigo de Patton por detrás). La resistencia alemana se limita a unos pocos ancianos y niños reclutados ya en plena prórroga...
En Europa, el partido está a punto de terminar.
Cuervo, Jones y Rock llevan uniformes de las SS, proporcionados hace pocas horas por el arquitecto Albert Speer, que a cambio de un salvoconducto que le permita llegar hasta las líneas occidentales para entregarse, también les ha dado el mapa del interior del búnker (fue remodelado por él hace un par de años, cuando los bombarderos aliados se aproximaban demasiado a la capital).
A Jones le queda mejor el uniforme que a sus compañeros: ya se había “disfrazado” de oficial alemán antes de la guerra, durante una visita con su padre a Berlín. El profesor de universidad trabajaba a tiempo parcial como aventurero y buscatesoros. Asegura que consiguió un autógrafo de Hitler, pero no simpatiza con él. Jones odia a los nazis.
Alejo también. Ha visitado los campos de concentración de Dachau y Treblinka después de su liberación. Miles de años de experiencia le han convencido de que los humanos pueden ser terribles con los de su especie. Aún así, no estaba preparado, no podía imaginar lo que iba a ver allí. Quizás fue por eso por lo que aceptó la misión.
JONES (escondiendo una parte del látigo que asoma por debajo de la casaca; lo lleva porque dice que le trae buena suerte; Rock lleva la habitual pata de conejo dentro de la bota y Cuervo una Luger 9 milímetros Parabellum porque no cree en fetiches): Antes de entrar, querría formular una pregunta: sé que si nos capturan los alemanes y descubren que llevamos uniformes enemigos, cosa no muy difícil porque todos hablamos alemán con acento de Kansas, nos fusilarán inmediatamente y luego seguirán preparando sus maletas. ¿Pero qué pasa si nos capturan los rusos llevando uniforme alemán? ¿También nos fusilan?
ROCK: Buena pregunta.
CUERVO: Eso no ocurrirá. Entraremos y saldremos antes de que rompan las defensas del zoo (reflexiona un momento). Ejem, de todas formas, si se diera el caso, dejadme hablar a mí. Alguna cosa sé decir en ruso… Depende del estado etílico en que se encuentren.
ROCK: ¿Estado etílico…?
JONES: Quiere decir que depende de lo borrachos que estén. Según la cantidad de vodka que hayan ingerido, no serán capaces ni de entender su propio idioma.
Cada vez que oyen un pitido, se agachan pegados a la pared, agarran fuertemente los subfusiles Schmeisser MP40 y esperan a que se produzca la detonación. Cuando la puerta que buscan queda a la vista, divisan un cuadrilátero de sacos. En su interior, cinco cabezas asoman demasiado. Los cañones de los fusiles buscan nerviosamente un objetivo. Cuervo se incorpora, hace una señal con la mano para que sus compañeros permanezcan agazapados. Respira hondo y corre hacia la posición alemana gritando en alemán. Las cinco cabezas se giran hacia él. Por suerte, nadie aprieta el gatillo.
Cuervo salta por encima de los sacos y cae al interior. Los cinco heroicos defensores son chavales de no más de quince años, asustados, temblorosos, pálidos, cubiertos de ceniza y barro. En ese momento, Cuervo odia la guerra, odia a los mandos militares que permiten que estos cinco niños se queden atrás con la orden de luchar hasta el final. En su papel de observador alienígena, según lo que ha aprendido en su planeta de origen, los conflictos y las epidemias a gran escala equilibran la balanza demográfica, evitan la superpoblación. Esa teoría le parece ahora una mierda. Nunca antes había intervenido físicamente en una guerra, ni compartido el sufrimiento y la vejación a la que son sometidas las víctimas.
Por un momento, Cuervo piensa en vender el puto planeta y largarse Vega; si se da prisa, todavía podría montarse en las emisiones de televisión que salieron disparadas en esa dirección durante los Juegos Olímpicos.
CUERVO (en alemán): [¿Quién está mando?]
SOLDADO (haciendo un esfuerzo por cuadrarse, lo que es difícil estando de rodillas; tímidamente levanta la mano para saludar hitlerianamente, pero sabe que si saca la mano más de lo debido, un francotirador puede arruinar su incipiente carrera de pianista): [Usted, Oberleutnant]
CUERVO (fugazmente estudia sus galones; le han dado un uniforme de teniente; eso significa que cuenta con bastantes posibilidades de que le obedezcan): El ejército ruso ha atravesado nuestras defensas en el sur. Se aproximan al búnker. El Generalleutnant Burgdorf ha ordenado a las posiciones de defensa exteriores que rindan las armas. Nosotros… Errr, nosotros los oficiales protegeremos el búnker, nos quedaremos con el Führer…
El quinteto casi se pone a llorar al unísono. Les cuesta unos segundos, pero ante la presencia del oficial de las SS, sueltan las armas y se quedan mirando al Cuervo. Las ráfagas de ametralladora que barren las calles cercanas y el fuego de mortero les han convencido de que las órdenes que transmite el teniente son correctas. De hecho, es lo más sensato que han oído desde que la wehrmacht los reclutó en los túneles del metro, donde se ocultaban con sus familias. Lo que no saben es que esos túneles han sido inundados y que seguramente los cuerpos sin vida de sus parientes flotan en dirección al río Spree.
Cuervo se dispone a volver con sus compañeros. La artillería le ha cogido ritmo al bombardeo y las explosiones suenan cada vez más seguidas, cada vez más cerca. Un poco más de alegría y se marcarían un ragtime. Apoya la rodilla sobre los sacos y se gira para saludar. La moral baja hasta el subsuelo: los cinco chicos se han quedado inmóviles, mirándolo; dos se han abrazado. El más decidido, uno que parece estar rezando en voz baja, levanta un dedo como si esperara turno para intervenir en el colegio, deja de susurrar oraciones y habla tartamudeando:
SOLDADO: [Herr Oberleutnant… Por favor, antes de que se vaya… ¿Cómo se hace para rendirse?]
Cuervo resopla. Desde la pared del búnker, Jones y Rock le dedican gestos de impaciencia. Qué demonios… Agarra un fusil Mauser del suelo, le cala la bayoneta, saca un pañuelo blanco de su pantalón, anuda dos extremos a la cuchilla y se lo entrega al soldado que tiembla menos.
CUERVO: [Caminad despacio, un metro de distancia entre cada uno. Corred sólo cuando haya amenaza de fuego de artillería, mortero o francotiradores. Manos alzadas. Agitad el fusil con el pañuelo de forma visible. Siempre hacia el oeste. Si podéis evitarlo, no os rindáis a los rusos. Nada de pasar por Alexander Platz, la estación de Postdam o el puente de Halle. Al oeste, siempre hacia el oeste. Suerte, chicos.]
Cuervo regresa a la parte lateral del búnker mientras los cinco soldados arrastran sus uniformes dos tallas más grandes hacia una zona más segura. Jones y Rock le increpan, pero es imposible escucharles. Las explosiones son ahora ensordecedoras. No importa, acaba de comprobar qué quieren decir los humanos con lo de “tener la conciencia tranquila”. Extrae una enorme llave de su casaca y la introduce con dificultad en la cerradura de seguridad del búnker. Un obsequio extra de Speer.
CUERVO: Tranquilidad, caballeros. Paso marcial rápido y seguro. Mirada de desdén hacia otros cuerpos del ejército, aunque sean oficiales. Somos de las SS, somos unos hijos de puta y hay que demostrarlo.
Sin esperar confirmación, abre la puerta, acceden a un descansillo bien iluminado. No hay guardias. El puesto de vigilancia ha sido abandonado a toda prisa. Papeles por el suelo. Paredes y suelo de hormigón. Una garita inmaculada. Teléfono descolgado, taza caída sobre una silla, café derramado, todavía caliente. Una puerta junto a la garita. Rock, en un acto reflejo, levanta el arma. Cuervo le dirige una mirada inquisidora: estamos en territorio “amigo”. Jones se adelanta y abre la puerta.
Dentro hay de todo menos tranquilidad, pasos marciales y seguridad: ante ellos, un pasillo que desemboca en una enorme sala de la que surgen varios pasadizos. Soldados quemando documentos, transportando cajas, descolgando cuadros de artistas italianos, gritando órdenes y pidiendo ayuda. Nadie nota su presencia. Ordenanzas y grenadiers les increpan por molestar en medio del pasillo. Nerviosismo, carreras, pánico.
Cuervo estudia la sala, elige uno de los pasadizos y camina hacia allí. En su misma dirección, es superado entre codazos por dos oficiales de las SS que cargan con una camilla. Sobre ella, un cuerpo carbonizado, que apesta a gasolina, todavía humeante. Los tres infiltrados no dudan y siguen a los oficiales y el olor a barbacoa. Bajan dos tramos de escaleras, apartándose de vez en cuando para dejar paso a oficinistas y secretarias cargados con cajas llenas de papeleo y alguna que otra máquina Enigma.
El segundo tramo de escalera les lleva hasta otra sala peor iluminada, la parte más profunda del búnker. Incluso aquí se notan las vibraciones del bombardeo que azota la superficie. Las paredes son de madera pulida, brillante, impecable. Sillones, un escritorio, una alfombra con esvástica bordada, lámparas doradas y dos arietes teutones tamaño Panzer con uniforme de las SS. Están cerrando una puerta de doble hoja por la que acaban de entrar sus dos colegas transportando al tipo al que han pasado por la parrilla. Se giran y llevan las manos a sus respectivas cartucheras:
ARIETES NAZIS 1 y 2: HALT!!!!!!!!
Rock placa a uno de ellos y lo lanza contra la pared. Puñetazo en el estómago, golpe de culata en la cabeza, ni siquiera se arruga el uniforme. Jones se abalanza contra el otro, intenta emular a Rock, pero es menos corpulento y sale rebotado hacia atrás: es como cargar contra un menhir. Jones patalea en el suelo, recupera el equilibrio, se pone en pie y se encuentra con la pistola del gigante entre ceja y ceja.
ARIETE NAZI: ALAAAAAAAAAARM!!!!!
Se acabó el sigilo. Cuervo y Rock vacían los cargadores de sus armas sobre el mastodonte de las SS. Lástima de alfombra.
ROCK (da una patada a la mesa de escritorio, la coloca junto a dos sofás, coge las armas de los guardianes, carga la suya, entrelaza los dedos, estira los brazos, hace crujir las articulaciones mientras se despereza, comprueba los cargadores, coge una silla, se sienta, pone los pies sobre la mesa, saca unas cerillas y un puro, lo enciende, se desabrocha el botón de arriba del uniforme y sonríe): Entrad, yo cubro la escalera y esta puerta.
JONES (se incorpora, cabreado, se quita la casaca y el sombrero, jura en una lengua muerta; debajo del uniforme, además del látigo, lleva una camisa blanca semidesabrochada y un zurrón marrón; saca un sombrero de ala estrecha y se lo coloca; quita el seguro a la ametralladora y se aposta en la puerta de madera tras la que se esconde, teóricamente, su objetivo): Tú primero, Westmoreland.
CUERVO (recarga la Luger, consulta el mapa de Speer, asiente a Jones y se da cuenta de que se ha hecho el silencio más absoluto, como si rusos y alemanes hubieran dejado de repartirse metralla y estuvieran pegados a las paredes del búnker escuchando, aguantando la respiración, siguiendo su bajada a los infiernos; la calma tensa antes del festival que se avecina): Recuerda, lo quiero vivo.
Coloquemos la cámara detrás de las cabezas de Jones y Cuervo. Abrimos la puerta con cuidado, aprovechando el lapsus de silencio. La puerta no chirría. Si lo hiciera, el encargado de mantenimiento sería fusilado en el jardín. Imaginad que estáis pasando pantallas en las mazmorras de Wolfenstein. Las salas y corredores del sótano de la cancillería son deluxe: madera de primera calidad, muebles traídos desde Versalles, un cuadro de Federico II al final de un largo pasillo, fotos del Führer estrechando la mano de mandatarios a los que luego iba a declarar la guerra, las hélices del triplano del Barón Rojo colgadas del techo y convertidas en soporte para una lámpara de cristal, habitaciones a ambos lados del pasadizo central, los dos tipos de las SS intentando vestir al cadáver calcinado con un uniforme y un Generalfeldmarschall gritándoles con bastante mala uva:
GENERALFELDMARSCHALL (como aparece poco en el libro, abreviaremos con GENERAL, ¿vale?): [Inútiles, cretinos… ¡¡El cuerpo debía quemarse con el uniforme del Führer puesto!! ¡No sirve de nada vestirlo ahora!]
SS 1 (visiblemente acongojado; en estos momentos, hasta preferiría haber caído en manos de los bolcheviques; para aumentar su desgracia, se queda con una de las piernas en la mano al partirse mientras intentaba ponerle los pantalones): [Lo sentimos, herr Genralblabla. Si quiere, lo quemamos otra vez.]
SS 2 (sudando): [Arriba conozco un operario de comunicaciones que es igualito que el Führer. Si quiere, herr Generalblabla, le decimos que se ponga el uniforme, le disparamos y…]
GENERAL: [¡¡Ineptos, no hay tiempo!!] (gira la cabeza y distingue las figuras de Jones y Cuervo en la puerta) [¡¿Qué hacen ahí plantados?! ¡¡Cierren esa maldita pu…!!
Jones y Cuervo disparan sus armas. Los tres soldados alemanes mueren y el cadáver frito se desintegra. Como para poner banda sonora, se reinicia el bombardeo en la superficie. Polvo y restos de hormigón caen del techo. Jones y Cuervo entran en la primera habitación, el arqueólogo en cuclillas y el fenicio de pie. Cama de hotel de cinco estrellas y tocador con espejo. Eva Braun envenenada en el suelo. Lástima, bonitas piernas. Segunda habitación, izquierda. Bodega, vacía. Comienzan los disparos en el acceso que defiende Nicholas Rock. Ráfagas de ametralladora y sonido de cuerpos que ruedan por la escalera. Rock canta el himno de los marines. Un soldado aparece por la tercera puerta, disparando. Impacta en el brazo izquierdo dCuervo. Es sólo un rasguño. Jones dispara. El soldado cae sobre la camilla en el corredor y levanta una nube de cenizas. Pasan por encima de los muertos, se apostan a ambos lados de la tercera puerta. Cuervo hace una señal de esas tan molonas con las que se comunican los comandos cuando actúan sigilosamente. Jones entra con los brazos muy estirados, apuntando con su Schmeisser. Una especie de cuarto de baño lujoso, bañera tamaño lago Michigan, grifos de plata, pelos en el suelo, un oficial de las SS con peine y tijeras en la mano; sobre la taza del inodoro, Adolf Hitler, bigote todavía sin afeitar, demacrado, mal maquillado, vestido de Marlene Dietrich en El ángel azul, peluca, tacones, medias, expresión de “no es lo que parece”. Jones dispara. El peluquero nazi cae en el lago Michigan. El ministro de propaganda Goebbels emerge entre el agua ensangrentada de la bañera al no poder aguantar más la respiración. Intenta apartar el cuerpo del peluquero. Caen al suelo cuchillas de afeitar y frascos de jabón. Piernas a medio depilar. Jones distingue otro vestido de mujer escondido entre toallas. Comprende: disfraz, fuga. Reconoce al ministro de propaganda y gasta sólo un cartucho en él.
Adolf Hitler intenta ponerse en pie, no controla mucho con los tacones y cae de bruces. Jones no puede resistirse a soltar una chorrada, como en los cómics del Capitán América de Simon y Kirby: “Heil, capullo”. Aguantándose la risa, deja inconsciente al Führer de un puñetazo. El espectáculo que queda cuando se le sube la falda del vestido es muy poco decoroso. Más disparos en la entrada.
Clonc-clonc-clonc.
Una granada que baja por las escaleras, rebotando como una pelota de tenis. GRAN EXPLOSIÓN. Todo tiembla. Por un momento, silencio en la entrada. Luego, un rugido. Un juramento. Rock vuelve a disparar. El tío aguanta lo que le echen. Cuervo entra en el lavabo. ¡Ouch!, la cuerda y la mordaza las tiene Rock, y ahora está ocupado defendiendo el perímetro. Ve el látigo colgando de la cintura de Jones. Da un tirón, lo desprende y ata las manos a la espalda de Hitler. Jones sale. El ruido de disparos crece. Se acercan. Cuarta puerta, derecha. Estación de radio, mesa de trabajo, pasaportes falsos para Fräulein Lehmann-Willenbrock y Fräulein Ullman. Han intentado borrar el bigote de Hitler con una cuchilla. Fatal. Vuelve al corredor. Al fondo, otro oficial sale corriendo, abrazado a varios objetos que parecen valiosos. Jones dispara su penúltima ráfaga. Candelabros y joyas por el suelo. El nazi retrocede por el impacto. Se estrella contra el retrato de Federico II. De hecho, lo atraviesa. Salida de emergencia oculta. Cuervo sale del lavabo cargando con Hitler al hombro. Mira hacia la entrada: Rock va de un lado a otro de la puerta, sangrando, disparando desde distintas posiciones para que el enemigo crea que hay más de un tirador. Se gira, ve al Cuervo, indica con la mano que salgan de ahí, pero por algún otro lugar. Él se queda, se lo está pasando bien. Cuervo se dirige a paso ligero hacia el agujero que ha mutilado a Federico II de cintura para abajo.
¡¡¡¡BLAM-BLAM-BLAM!!!!
Disparos a su izquierda. De una puerta surge Jones. En una mano, la Schmeisser todavía humeante; en la otra un palo de madera delgado y largo; no, no es un palo, es una lanza. La lanza de Longinos. A Jones le chiflan estos artilugios.
JONES: ¡Ya tengo mi parte del botín! Increíble: la utilizaban para colgar cortinas.
CUERVO (señalando la poco respetuosa perforación en el cuadro de Federico el Grande): ¿Has visto esto?
JONES: Sí, una salida de emergencia. Figuraba en los planos de Speer, pero no podíamos confirmar si la habían tapiado. Tú primero, voy a buscar a Rock.
CUERVO: Negativo. Dice que se queda.
Los secuestradores observan el final del corredor. Humo, chispas, astillas de madera, llamas. No oyen disparar a Rock, pero sí su grito de guerra de quarterback de los Kansas City Chiefs y fuertes pisadas escaleras arriba. Se le ha terminado la munición, pero ha empezado a emplear otras armas: cabeza, manos, uñas, dientes.
Cargan con Fräulein Adolf por turnos. Galerías poco iluminadas, cruces con alcantarillas y túneles a medio excavar. Dirección oeste. Aunque no cesan, los estallidos de la artillería quedan más amortiguados. Se han salido del mapa de Speer. Empiezan a sentir el cansancio. Cuervo decide confiar en Jones. Se detiene. Apoya al inconsciente comandante en jefe del Reich en una tubería. Jones le mira intrigado. Cuervo rebusca en su pantalón. Saca una pequeña caja plateada del tamaño de un paquete de tabaco y pulsa sobre la superficie. La caja se despliega en dos partes y extiende una antena. Parece un teléfono.
CUERVO: Jefe Cuervo a Perro Rojo. ¿Me recibes? (Estática) Jefe Cuervo a Perro Rojo, ¡¡contesta!!
TELÉFONO: (Estática) …muy bajo!!!! ¡¿Dónde se encuentra, Jefe Cuervo?! (Estática).
CUERVO: ¡¡Hemos variado la ruta de escape!! ¡El conejo está en el saco! ¡Repito, el conejo está en el saco! ¡Elegida otra salida para fugas inmediata! ¡¡Repito, abortada salida por búnker!! ¡Nos dirigimos por el subterráneo hacia el oeste! ¡Triangula nuestra posición y ven a buscarnos! ¡Desde aquí veo una escalera que debe de subir hasta la calle…! ¡Asegura el perímetro y da la señal!
TELÉFONO (se escucha el ruido de un motor poniéndose en marcha): ¡¡Recib… (estática), voy para allá!!
Cuervo mira a Jones, que intenta no poner cara de incredulidad. Luego, el arqueólogo levanta las manos, sin soltar la lanza.
JONES: Tranquilo, he visto cosas más extrañas. Eso… ¿Eso es un teléfono, un localizador, un…?
CUERVO: Mejor no pregunte, profesor.
Hitler recupera la consciencia. Cuervo le propina un codazo y vuelve a dormirlo. Deja al Führer con Jones, se cuelga la Schmeisser en bandolera y trepa por la escalera. Diez o doce metros en vertical. Arriba se distingue un agujero redondo, el cielo gris, humo. La tapa de la alcantarilla ha sido arrancada, se supone que para construir barricadas. Asoma la cabeza hasta que sus ojos quedan por encima del nivel del suelo. Escombros, cuerpos sin vida, edificios en ruinas, vehículos carbonizados o todavía en llamas. Ruidos de disparos en la lejanía. No alcanza a ver el nombre de ninguna calle. No sabe si se encuentran bajo el barrio de Tiergarten o en Kreuzberg, ni tampoco qué bando ni qué facción de cada bando controla la zona.
Sirenas. Una furgoneta con insignias nazis en los laterales y banderas de la cruz roja sobre los guardabarros delanteros aparece desde el este, derrapando, llevándose por delante un piano, maletas y varios armarios que alguien había dejado en plena calle. Frena a pocos centímetros de la cabeza dCuervo. Se abre la puerta del conductor y desciende Killer Dog, quitándose los pantalones de camuflaje de la wehrmacht y dejando al descubierto un mono de trabajo de tanquista norteamericano. Dog lleva la cara completamente vendada, la única forma que se le ha ocurrido de camuflar sus rasgos perrunos; llevar todo el día una mascarilla de gas levantaba sospechas, aunque le gustaba el aspecto elegante que tenía cuando además se colocaba un sombrero Stetson de ala corta y una gabardina.
KILLER DOG (saluda militarmente): Hola, jefe. Será mejor que nos demos prisa. Me ha parecido ver una bandera soviética ondeando en lo más alto del Reichstag. ¿Trae a la parejita?
CUERVO (saliendo del agujero y arrancando las insignias nazis de los laterales de la furgoneta; debajo de un flanco se esconde una cruz roja enorme, y una estrella blanca en el otro): No ha sido posible. La Braun había muerto, y el viejo Adolf no planeaba suicidarse, como creíamos; más bien estaba preparando una escapada por la puerta de atrás.
KILLER DOG: Es experto en eso. Tuvo que irse por la puerta de atrás en Rusia, y se dejó medio ejército hecho cubitos en el camino.
CUERVO (agarra una cuerda enrollada de la parte posterior de la furgoneta): No me refiero exactamente a eso. Más bien se trata de un número de travestismo, como esos espectáculos a los que nos invitaban en París antes de la guerra... o aquellas extrañas fiestas de gladiadores negros vestidos de faunos que le gustaba organizar a Nerón el día de su cumpleaños antes de que comenzara a jugar con fuego en casas ajenas. Te perdiste esa época, chico (deshace la cuerda y la va dejando caer por el agujero de la alcantarilla; Killer Dog se encaja un casco yankee y cubre al Cuervo con una ametralladora de posición de gran calibre customizada para disparar impulsos sónicos). Ayúdame a subir el saco de patatas y larguémonos de aquí.
Al día siguiente, la furgoneta está aparcada frente a una sinagoga de campaña en un centro de mando aliado, al oeste de Berlín, zona ocupada por los soldados de los Estados Unidos. Killer Dog ha salido por patas en dirección al sur con la misión de secuestrar a Himmler, que ha sido detenido en un control. Intentaba escapar y pactar con la Cruz Roja. No estaba dotado con la “habilidad” de disfrazarse de Hitler y Goebbels y, por demasiado poco imaginativo, le capturaron al no poder ocultar su sádica sonrisa debajo de un simple parche en el ojo.
Alejo ha sido informado de que una patrulla norteamericana ha encontrado inexplicablemente el cuerpo sin vida del soldado Nicholas Rock en las cercanías del último bastión del III Reich, cosido a balazos, con insignias de las SS y trozos de tela de uniformes nazis entre los dientes, y la cabeza de un oficial enemigo bajo el brazo. Touchdown. Alejo ha decidido que a su familia no le faltará de nada durante los próximos años, y que invertirá todo lo necesario en mejorar el negocio de cría de pollos que los Rock sacan adelante en su granja de Kansas. Enviará a uno de sus consultores de confianza, el coronel retirado Harland Sanders, quien se ocupará de realizar las prospecciones adecuadas y sugerir las formas de explotación más adecuadas.
Alejo Westmoreland “Cuervo” y Henry Jones se despiden ante la sinagoga. Jones ha guardado la lanza de Longinos en un cajón de municiones, junto al látigo.
JONES: Te estoy muy agradecido, Westmoreland. Esta pieza arqueológica debe estar en las manos adecuadas. Por favor, no dudes en llamarme si alguna vez quieres visitar nuestro museo. Te invitaré a cenar a casa. Mi mujer Marion cocina de maravilla y me sentiría honrado de mostrarte mi colección privada de huesos prehistóricos.
CUERVO: Si cuando termine la guerra organizas alguna prospección arqueológica, avísame. Según la zona y según lo que busques, quizás pueda indicarte dónde excavar con precisión (sonrisa).
JONES (absolutamente intrigado, pero comportándose como un profesional; carraspea, le ofrece su mano): Lo tendré en cuenta. Y puedes confiar en mí...
CUERVO (estrechando la mano a Jones): No lo dudo.
Un enorme soldado rubio se acerca a ellos con paso firme. Lleva un uniforme de capitán y a su espalda, a modo de mochila, cuelga algo con forma de escudo cubierto con un impermeable del ejército.
JONES: Ah, te presento al capitán Rogers. Fue alumno mío en la Universidad, cuando todavía era un chaval enclenque y debilucho (Jones propina un codazo amistoso a Rogers en el estómago; suena como si golpeara una placa de acero). Ya ves, un poco de autodeterminación, una dieta equilibrada, mucho ejercicio físico y ahora trabaja para el gobierno norteamericano. Él me acompañará hasta el campo de aviación. Se habría unido a nuestra operación, pero le necesitaban al norte del Elba, donde ha tenido que desmantelar las bases de lanzamiento de las V2.
ROGERS (en posición de descanso; habla como si leyera un discurso): Señor Westmoreland, los Estados Unidos de América le están muy agradecidos por los servicios prestados y por la ayuda prestada al doctor Jones.
CUERVO: Algún día, los Estados Unidos de América tendrán que devolverme el favor.
ROGERS (cogiendo bajo el brazo la enorme caja de municiones que contiene la lanza, obviando la socarronería de El Cuervo y pasando por alto que el individuo con rango de sargento no se haya cuadrado ante él): ¿En el transcurso de su misión no han tomado contacto con el alto mando alemán, ejem, con Adolf Hitler o alguno de sus colaboradores?
CUERVO (mirando a Jones): Había muerto, ¿verdad, Jones? Suicidio. Quemaron su cuerpo.
JONES (con toda naturalidad): Afirmativo. Creo que todavía me quedan restos de su mostacho en la suela de la bota.
ROGERS (girando sobre sus talones): Un final muy poco honorable. Un acto de cobardía. Profesionalmente, no me siento realizado. No he podido rendir cuentas personalmente con Hitler ni con Mussolini; Hirohito no se me escapará. Hasta la vista, sargento Westmoreland.
JONES (guiña un ojo al Cuervo): Adiós, amigo. Gracias por dejarme participar en esto. Verba omnes liberant semper.
CUERVO (encaminándose a la tienda de campaña con la estrella de David cosida en la mampara de la entrada): De nada, doctor Jones. Nos ha salido bien, incluso improvisando sobre la marcha. Suum cuique.
En el interior de la sinagoga, dos soldados, judíos norteamericanos, están amordazando a Adolf Hitler, al que todavía no han devuelto su dignidad, ni piensan hacerlo. Patalea y se remueve, ganándose algún que otro tortazo. Un rabino enrolla una Torá. Es un hombre viejo y de aspecto famélico, vestido con un uniforme de infantería demasiado grande y aumenta su imagen de fragilidad. Según sus contactos en el ejército secreto judío Aliyah, se trata de Yehudah Herzl, un rabino curtido en Palestina que había quedado atrapado en el gueto de Varsovia, una figura relevante en Eretz-Israel, ideólogo y líder destacado del movimiento sionista.
HERZL: Shalom.
CUERVO (sirviéndose de un yiddish bastante oxidado): [Shalom, rabino. Espero que estén satisfechos de mis servicios.]
HERZL (pone su mano huesuda sobre el brazo del fenicius; al Cuervo no le gusta que le toquen, pero la solemnidad del anciano y la satisfacción que expresan sus ojos le impiden dar un paso atrás, le transmiten confianza y serenidad; esos ojos han visto muchas atrocidades): [En efecto, señor Westmoreland. La cantidad pactada será ingresada esta misma mañana en la cuenta bancaria de Suiza que nos especificó. A la entrega de Himmler, Goering y Mengele, realizaremos el resto de transferencias. Y el pago extra se hará efectivo cuando los paquetes sean entregados en Palestina.]
CUERVO: [Les sugiero discreción. Permitan que altos mandos nazis caigan en manos de los aliados y sean juzgados por un tribunal internacional. Más que nada, para que puedan sacar de Europa a sus presas con tranquilidad…]
HERZL: [Así lo haremos.]
CUERVO (observa de reojo a los dos soldados colocando al Führer en el interior de una especie de sarcófago agujereado con forma de Golem; la escena le recuerda a un conocido suyo, un joven escapista polaco, que dio esquinazo a los alemanes de una forma parecida): [¿Lo va a pasar mal?]
HERZL: [No es de su incumbencia… Simplemente le diré que va a pagar por sus actos. Por otro lado, quiero estar seguro de que podemos confiar en usted.]
CUERVO: [Absolutamente, rabino.] (Cuervo extiende un sobre al líder judío.) [Como muestra de buena voluntad, le he indicado las rutas de salida más factibles. Olviden cualquier intento de cruzar el frente oriental. Se rumorea que la partición de Alemania no va a ser amistosa. Incluso hay planes para construir un muro que divida por la mitad la capital.
HERZL: [¡Un muro! Cuánto odio... Nuestra gente nunca haría algo así.]
CUERVO: [Eso espero. Confío en que sus tiranteces con la población árabe palestina se resuelvan de forma pacífica y que no cometan los errores que han llevado a esta… masacre europea.]
HERZL (mostrando amablemente la salida de la sinagoga al Cuervo; o sea, dando por terminada la conversación): [Señor Westmoreland, ¿está usted seguro de que no es judío?]
CUERVO (sonriendo): [No, rabino. En el lugar de donde provengo, las creencias religiosas pasaron de moda hace… bastantes años, por decirlo de alguna forma.]
HERZL: Entonces, hakol beseder. Iebarejejá H'.
CUERVO: Iebarejejá H'.
En la cantina próxima al centro de mando, Alejo Westmoreland comparte mesa con un par de directores de cine, un austríaco afincado en Estados Unidos llamado Billy Wilder y un británico cuyo nombre le parece de lo más sonoro: Alfred Hitchcock. Ambos trabajan para el ejército aliado y están intentando recuperarse de sus experiencias como reporteros y cinematógrafos en los campos de concentración liberados, ayudados por pequeños tragos de licor de manzana.
Deciden cambiar de tema (Alejo se une a ellos interesado por los cotilleos acerca de Errol Flynn) y distraerse hasta que llegue el convoy que les llevará, junto a un grupo de corresponsales de guerra, hasta un hotel de las afueras donde el general Patton se dispone a dar una rueda de prensa donde, seguro, despotricará con un apropiado aliño de insultos contra los aliados comunistas, auténtica carnaza para los noticieros. Cuervo asiste al evento porque Patton quiere pedirle un presupuesto para transportar material bélico y armar a las tropas norteamericanas con artillería pesada de forma oficiosa. Está convencido de que el objetivo de los rusos no es llegar hasta Berlín, sino aprovechar el tirón para plantar su bandera en las playas de Conney Island.
Súbitamente, Alejo se estremece. Por suerte, sus contertulios no perciben las chispas amarillentas que surgen de sus ojos, pero sí detectan un ligero escalofrío.
HITCHCOCK: Ey, amigo, ¿se encuentra bien?
WILDER: ¿Demasiado licor de manzana? Je, je…
CUERVO (reponiéndose, notando que las fibras de sus músculos adquieren una consistencia distinta, las articulaciones de sus huesos crujen y el vello se le eriza): Nada, nada… Es la primavera. Soy alérgico al polen y a la pólvora.
En realidad, el organismo del cuerpo ha sentido la descarga que ocasiona la recarga de energía. Cada vez que cierra un trato económico, el subidón es alucinante. Es la señal de que la gente de Aliyah ha efectuado la primera transferencia a su cuenta bancaria suiza. Ha sido un gran negocio. Nota cómo sus puntos de vida aumentan. Ha llenado el depósito por mucho tiempo.
HITCHCOCK: ¿Alergia a la pólvora? ¡Menudo soldado!
CUERVO: Ja, ja, ja… La próxima vez, me enrolaré en un submarino. ¡Lástima que padezca de claustrofobia!
WILDER (levanta su vaso): Bueno, nadie es perfecto.
El vendedor eterno y los dos directores de cine brindan por las alergias, por el final de la guerra, por los ojos de Bette Davis y por la barbacoa que, según dicen desde primera línea, han montado en el búnker de la Cancillería con el pellejo de Adolf Hitler.
***
Pues si Cels pone descartes de la novela en su blog, ahora que me he retirado puedo permitirme poner fanzines descatalogados en el mio. ¡Toma ya!
=P
Escrito por: Adrik a las Abril 4, 2005 04:14 PMdale pues Adrik, cels tio , esto cada dia me intriga mas , queremos la novela ya!
saludos!!!
dale pues Adrik, cels tio , esto cada dia me intriga mas , queremos la novela ya!
saludos!!!
Muy chulo este descarte, aunque lo había leído ya. Es el que se podía descargar como PDF desde la antigua web, no? Creo que aún lo tengo dando vueltas por el Mac...
Hablando de la WEB: Para cuando la nueva versión??
sé que ya se ha dicho muchas veces, pero una más tampoco estará mal: ¡¡¡Si esto son los descartes, qué será lo definitivo!!! o_O
Adrik - sí, porfa, pon fancines, que aparte de Montjüïc Redux y una firma en una foto, no tengo más material tuyo.
Escrito por: SoWhat a las Abril 4, 2005 05:27 PMBuf, demasiado impresionante como para describirlo. ¿Y todas estas cosas llegarán al norte? En gijon, no las vemos ni en pintura.
Escrito por: Sote a las Abril 4, 2005 05:39 PMNo entiendo por qué se descarta esto aunque es todo un detalle mantenerlo en continuidad FH (¡¡¡SI ES QUE EXISTE ESO!!!!!!!!!!!!) y parezca tan sólido.
Pregunta_ He visto un cómic titulado Plan BB en FNAC y salen Denbrough, Morsa y Ridli, pero es de niños. ¿También forma parte de Fanhunter?
Necsitamos la web ya porque se me escapan cosas.
El Plan BB está en FNAC?? Porque en el de diagonal no hay nada de fanhunter (y me toca bastante la moral).
Adrik: Cuelga!! Cuelga!!!
PD: He puesto una tira cómica en mi blog (hecha esta mañana en clase en 5 minutos)
Escrito por: Shiuman a las Abril 4, 2005 07:38 PMOtro descarte magnífico. Una de las mejores frases ha sido:
"Cuervo hace una señal de esas tan molonas con las que se comunican los comandos cuando actúan sigilosamente."
Por cierto, me uno a la propuesta de lo de los fanzines de Adrik =P
Escrito por: Koopa_Conan a las Abril 4, 2005 07:39 PMDespues de "El hundimiento" me ha chocado ver de nuevo a Hitler como un villano cutre, cobarde y bidimensional, pero lo cierto es que tiene su gracia (quizá falta que el muy capullo intentase negociar con alejo?) ¿Y qué leches hacía Goebbels aguantando la respiración en la bañera?
¿Henry Jones? ¡Henry Jones ya era viejo en 1939!
De todas formas muy bien el detalle de sacar a los críos de la puerta del Búnker. Aunque me pregunto por qué Killer Dog esta con los yankees. Mucho ha cambiado ese.
PD: a Rogers al final Hiro-Hito se le escapó también ¿no? :-D
Escrito por: Sleater a las Abril 4, 2005 09:16 PMPLAS ,PLAS ,PLAS ,PLAS ,PLAS ,PLAS ,PLAS ,PLAS ,PLAS ,PLAS ,PLAS ,PLAS ,PLAS ,PLAS ,PLAS ,PLAS ,PLAS ,PLAS ,PLAS ,PLAS ,...
Otro magnifico descarte , Cels.
PD: ¿Me he pasado con el copy-paste ? ^_^U
Escrito por: Marc a las Abril 4, 2005 10:53 PMImpresionante, espero que queden más descartes.
Escrito por: Joe Perkins a las Abril 4, 2005 11:33 PMJulián: Plan BB trata sobre las experiencias de Cels como padre-friki-dibujante-guionista de una niña recien nacida. Muy recomendado.
Sleater: Supongo que por el detalle del látigo habrás visto que se refería a Henry Jones Jr. (¿le contaría a Killer Dog de donde viene su apodo?)
Cels, esta vez te olvidaste de pasar el texto por el corrector ortográfico, ¿verdad?.
Escrito por: Logan-X a las Abril 5, 2005 12:35 AMYo pienso y pienso... ¿De qué carajo irá la novela? Porque ya no te quedan casi situaciones en la que meter fenicius...xDDD
Yo sigo votando por que Alejo pagara el viajecito en busca de la India con espectativas de un nuevo mercado... Y como no, que fuera (ó mejor dicho, se hiciera pasar) por valenciano...
xDDD
Cels, una vez más, chapeau! No sé como lo haces xo siempre que escribes algo, sea un diálogo de un cómic, sea un descarte como éste, logras meter en unas líneas un monton de información freak, referencias a películas, a personajes ficticios de cómics, de cine..), reales, a canciones, a acciones,...
En especial me quedo con la parte en la que describes como el general Omar N. Bradley recurría a Nicholas Rock para ciertas misiones entre las que logro distinguir:
- El tren
- Doce del patíbulo
- Los cañones de Navarone,
...
xo igualmente se me escapan otras muchas referencias, ¿cómo lo hacía Gode? ¿dónde está Gode y su Arkham?
P.D: Koopa_Conan yo me quedo con el "autógrafo de Hitler" xD
Se me habia olvidado otra referencia, el coronel Harland Sanders, creador de KFC..
...Cels, eres freak hasta de la comida basura jeje
Escrito por: Elpitufoblanco a las Abril 6, 2005 01:14 AMSí, soy muy pesado, xo en pleno episodio de Urgencias xa una hora "decente" que lo ponen no me puedo concentrar en todos los detalles:
"llevar todo el día una mascarilla de gas levantaba sospechas, aunque le gustaba el aspecto elegante que tenía cuando además se colocaba un sombrero Stetson de ala corta y una gabardina"
Sandman Mistery Theatre? ;)
Escrito por: Elpitufoblanco a las Abril 6, 2005 10:30 PMPara cuando una nueva novela? La anterior me dejo con buen savor de boca pero quiero otra T.T
Si esto es un descarte, como sera lo definitivo >.<
Escrito por: Juanosuke a las Abril 16, 2005 01:35 PM