Tengo miedo. Estuve pensando en cuál es el motivo para hacer lo que hago. Me siento tan inmensamente culpable de jugar a esto, y ahora no sé cómo hacer para que acabe. Cómo detenerlo. Me cuesta mucho decir la verdad, desde que era chica y de casualidad maté al pollito de mi hermano. Supongo que por eso me odió durante tanto tiempo. A lo mejor soy mala o una aprendriz de mala, que a la hora del sadismo simplemente advierte que lo que está haciendo es enteramente incorrecto.
Mi mamá solía decir que tengo la virtud de conseguir lo que quiero. Quisiera que sea falso. Quisiera no desear, ni retarme a conseguir nada que en el fondo no quiero tener. No debo tener.
¿Acaso la gente no entiende? Una chica como yo no puede ser demasiado buena. Menos perfecta.
Tampoco real. Porque cuando me miro al espejo reconozco que por más sonrisas que me lance, hay algo falso en mi mirada. Lo impuro no desaparece. Lo peor es que el resto ve lo que quiere ver. Y lo que yo entrego a pesar de ser un juego lleno de hipocresias y mentiras, les resulta demasiado perfecto.
Hay que matarla, definitivamente. Esta reina se tiene que morir. Ya no quiero seguirle haciendo daño a nadie.