Tuve una conversación con dios y me dijo que ÉL no existe.
Estuvo sentado a mi lado durante bastante tiempo y me contaba sobre las peculiaridades de ser una deidad, un supremo todopoderoso que lo ve todo y lo siente todo en una ráfaga de viento, en un eterno hola y un permanente adiós, sobre todo el adiós es lo que más dura en la memoria de dios.
A veces también se siente solo, me dijo, las noches bajo un cielo con tantas estrellas suelen ser inacabables, que incluso dios se tumba sobre su cama y se pone a llorar como un niño. Junta sus manos y le suplica a su sombra que alguien llegue a su lado para compartir un poquito de su pena. Y después de llorar trillones de lágrimas sobre una almohada hecha de pesares humanos, dios se da cuenta que su soledad se prolongará mucho más tiempo del imaginado, porque sabe que los milagros no caen así de fácil del cielo.
Después de repasar su pena de siglos y eternidades, dios me dijo que pidiera un deseo, sólo uno, el que más me conmueva, el que ocupe mis pensamientos cada dia de mi rutinaria vida. Casi de inmediato pensé en mi mamá. Y entonces dios, que todo lo sabe, me sonrió. No hay nada que conmueva más a dios que los buenos deseos cifrados en persona ajena. Igual se enterneció y me dijo que a pesar de todo yo había sido una buena chica. Entonces le pregunté si me haría el favor de cumplirme el deseo y él se rió.
Ya casi había olvidado que él mismo en un arranque de sinceridad me habia confesado que no existía.
Lástima, tambien había sido verdad que los milagros no caen del cielo.