Agosto 15, 2005

Lunes con sabor a domingo

Esta mañana me he despertado mucho más temprano que de costumbre. Eran las ocho y media cuando desayunaba, y los últimos tragos del café me los he tomado en el balcón mientras fumaba un cigarro. Ya casi no recordaba lo muchísimo que me gusta el silencio que hay en las ciudades a primera hora de la mañana, especialmente en los días festivos, y más especialmente aún en agosto.

He recordado algo que me dijo E., una antigua compañera de trabajo, hace muchísimo: “Hace más de tres años que no sé lo que es un domingo por la mañana, porque he salido todos los sábados sin excepción”. Cuando me dijo esa frase, ella debía tener 17 o 18 años, y yo 16. Los dos trabajábamos de camareros durante los meses de verano en un restaurante de nuestra ciudad. Pensé, al principio, que no nos llevaríamos bien, porque yo la conocía de vista y de oídas (iba a mi instituto y era una tía que se hacía notar) y sabía que éramos bastante distintos. Me equivoqué, y durante los casi dos meses que trabajamos juntos congeniamos muchísimo.

Éramos, como ya he dicho, muy distintos; E. ya había vivido mucho por entonces, se había ido de casa, había vivido en casas okupas, compartido piso con camellos, había probado casi todas las drogas a su alcance y había estado con muchos más tíos de los que se atrevería a decir a su madre… Mientras que yo tenía una vida fácil, apenas había fumado una docena de porros en toda mi vida, y todavía no me había comido un rosco.

Recuerdo bien cuál fue el principio de nuestra amistad. Eran las fiestas de nuestra ciudad y esa noche los dos trabajábamos en el restaurante. Como había muy poco trabajo el jefe dijo que uno de los dos, E. o yo, podría irse antes de tiempo, y que lanzaría una moneda al aire para ver quién se iba y quien se quedaba hasta el cierre. Yo le dije que la dejara irse a ella, porque le hacía más ilusión salir. Pocas veces me han regalado una sonrisa como la de E. cuando tuve ese gesto, y sé que suena de lo más cursi y ñoño, pero sólo por esa sonrisa valió la pena quedarme hasta cerrar.

A partir de ese momento (en realidad solo hacía una semana que nos conocíamos), empezamos a hablar y a llevarnos bien. Hablamos mucho en el trabajo y creo que llegué a conocerla más que mucha gente que decían ser sus amigos. Era una de esas personas que se morían por ser escuchadas, y la verdad es que tenía cosas interesantes que decir. Algunas noches después del trabajo, como ella solía salir antes, me venía a buscar y nos íbamos a un parque a fumar un peta y a hablar. Recuerdo que me dijo una vez : “Yo necesitaba un amigo como tú, que viera la vida de una forma tan optimista.” (sí…nadie se hace a la idea de cuanto he cambiado en los cinco últimos años)

Me jodió mucho que el último día que trabajamos aquel verano en el restaurante tuvo una pelea con el jefe y se marchó llorando y cabreada. Durante el siguiente año la vi unas cuantas veces, supe que estaba estudiando Educación Infantil y que hacía prácticas en una guardería y que estaba muy contenta. Poco más. Perdí su número y aunque paso cien veces al mes por la calle en la que, en teoría, sigue viviendo, no la he vuelto a ver.

Esta mañana de lunes con sabor a domingo, al madrugar, me he acordado de ella. Si antes éramos distintos, ahora seremos antagónicos, pero no me importaría cruzarme con ella y fumar un peta a medias en aquel parque mientras hablamos de cómo nos va la vida.

Escrito por W. Holden a las Agosto 15, 2005 10:43 AM
Comentarios

Joder tio. Gracias por este post. Me has animado la mañana.
Hay sonrisas que no tienen precio.
Gracias, en serio.

Escrito por the thief a las Agosto 15, 2005 12:25 PM

Muy bonito, Holden. Un saludo

Escrito por HenryKiller a las Agosto 15, 2005 04:06 PM

Merci a los dos, a mi esta historia no me parecía para tanto, así que gracias.

Escrito por William Holden a las Agosto 15, 2005 08:34 PM
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