Ayer aproveché la mañana para irme a cortar el pelo, cosa que odio. Es una situación horrible porque has de mantener una conversación con tu peluquero, una persona a la que en mi caso veo cada dos o tres meses, cuando ya no hay manera de peinarse. Tradicionalmente mi peluquero apenas me dirigía la palabra, pero tras tres o cuatro años de fidelidad, ahora comienza a darme conversación. Pocas cosas se me ocurren que me fastidien más que tener una conversación forzada con un semi-desconocido. Eso es para mí ir al peluquero: 25 minutos de conversación forzada mientras descubro que cada vez me estoy quedando más calvo.
Esta vez mi peluquero me comenzó a hablar sobre su hijo, que tiene 16 años y no sabe que quiere estudiar. Fue una conversación correcta e insignificante, pero llegamos a una conclusión sobre la cual he reflexionado mucho: "A los jóvenes les toca decidir lo que quieren ser cuando aún no están preparados". Puede que yo pertenezca a una de las generaciones más nihilistas ya que tenemos casi todo sin hacer nada por merecerlo, pero dudo que las generaciones anteriores hayan padecido como la mia el drama adolescente que supone el tener que encaminar tu vida en una dirección. Antes la gente nacía con su vida prácticamente escrita, y el que nacía en el campo trabajaría toda su vida el campo, y el hijo del médico sería otro rico médico. Ahora nos hacen creer que todo está a nuestro alcance, lo cuál nos lleva a tener grandes esperanzas, y cuando nos damos cuenta de que esas esperanzas son irrealizables, entonces, entonces volvemos al punto de partida y éstamos perdidos y somos adolescentes como Holden Cauldfield perdidos en su desprecio por todo lo mundano que nos rodea.
Pero no todo fue tan profundo y depresivo en mi visita al peluquero. En la radio sonaban constántementes canciones de los 70 y 80 que me encantaban, y me sorprendio que mi peluquero se pusiera a cantar Uptown Girl de Billy Joel. Una canción poco apropiada para un hombre de 40 y tantos años con aspecto de ex boxeador ¿no? Pues tuvo su gracia.