Nacemos llorando, luego descubrimos el porqué.
Las ruinas, el paso del tiempo, y, ante todo, los arcángeles imperiales que guardan nuestros camposantos.
Ellos son una de las obras de arte más sublimes: son el último homenaje, la descarnada belleza de estos seres inmortales conmueve a los visitantes del cementerio.
Ellos, con su trágica máscara de llanto, nos recuerda lo finita que es la vida, que el hombre es un ser de dolor, y que la belleza y el arte son sus únicas aspiraciones a la inmortalidad.