i El Lobo Estepario - Aventuras en la Gran Ciudad


20 de Febrero 2005

Aventuras en la Gran Ciudad

Publicado 20 de Febrero 2005 a las 11:53 PM

Viernes por la tarde. Suena el timbre del portero electrónico. Una voz de chica pregunta en inglés por Rachel. Le contesto que mi piso es el 5º B, y ella vive en el 5ºA. Rachel es una de las nueva vecinas del piso de al lado, a la que conocí en la fiesta del sábado 12. Despedíamos aquella noche a J., el francés, a R., la belga, y a M., el gringo, que esta semana abandonaban el piso.

Abrí la puerta de la escalera, cosa de una conexión casual de neuronas, y tan pronto la persona que llegaba salió del ascensor le dije qué puerta era (quien sabe, a lo mejor no me había entendido bien), y de paso dando por hecho que si venían a visitarla la inglesa estaba en casa. Pero resulta que no se conocían de nada. Cargada con una mochila, la chica estaba de paso por Madrid. A quien conocía era a la sueca que no había dejado de perseguir a M. durante la fiesta y los siguientes días. Y que ni siquiera era inquilina del piso. Estaba allí de paso, visitando a una amiga. Había pedido a Rachel que dejara a su amiga dormir con su saco por una noche en la alfombra. La gracia es que la casera del 5ºA tiene por costumbre, e igual hacen las estudiantes que viven con ella, trancar con llave la puerta. La sueca como no vivía allí no tenía llave y tenía que esperar que alguien llegara con una. La chica se quitó la mochila, se sentó en el suelo y dio un resoplido. Segunda conexión casual de neuronas. Bueno, puedes pasar a mi piso y esperar allí.

Entonces hablamos. Resulta llamarse Rachel y es de California. Este curso está estudiando francés no muy lejos de Marsella, donde ha conocido a la sueca. Madrid es su última parada en un corto periplo español y sólo estará una noche. Al día siguiente vuelve a Francia. Me cuenta que no sabe qué hará. Su amiga sueca la ha dejado colgada, porque esa misma noche se va rumbo a Sevilla, al encuentro de M. (Hmm... Pobrecilla. No sabe lo claro que tiene el gringo las cosas respecto a su novia). Y encima la casera del 5ºA pretendía cobrarle 10 euros por pasar la noche en el piso. ¿Cómo? ¿Te cobra por pasar una noche durmiendo con tu saco de dormir en el suelo de la habitación de la inglesa? De locos (un día podríamos hacer un estudio sociopolíticocultural de los caseros en Madrid). En nuestro piso hay espacio de sobra. La charla en inglés en el salón ha atraído a G., el bretón, y a P., el gallego. Eh, chicos. ¿De verdad no os importa que me quede esta noche en vuestro piso?, pregunta ella. No me cuesta entender la mirada de P. antes de qué él y G. den un "no" rotundo. Nuestra nueva compañera de piso vuelve a tocar en el 5ºA para dejar el recado de que está con nosotros.

Cuando por fin aparece la sueca (¡no sé su nombre!) ya me había ofrecido para enseñarle a la Rachel californiana Madrid (¿de la otra, que está con su novio, quién se acuerda ya?), y medio en broma medio en serio le reprocho la clase de amiga que es. ¿De verdad que no te importa enseñarle mañana Madrid a mi amiga? me pregunta. Acabo de sacarle las castañas del fuego y entre los agradecimientos y la despedida me pide el e-mail, y con el entusiasmo del momento las dos me invitan a Francia.

Fundido en negro.

Sábado por la mañana. Estación de metro de Pacífico. ¿Estás segura que tu autobús sale de por aquí cerca?. Rachel dice que sí, pero después de dar un par de vueltas estúpidas me dice que está segura que es en aquella parada de metro porque ni siquiera había que salir a la superficie para encontrarse con la estación de auobuses. Suelto un resoplido. ¡Me estás hablando de la Estación Sur en Méndez Álvaro!. Vamos hacia allí. Y cómo no, es el lugar. Deja su mochila en consigna, y nos vamos al centro de Madrid.

Antes que nada, quiere que la lleve a un Starbucks. Ese lugar que para la mayoría de los españoles, según David de Ugarte, es una cadena estadounidense donde sirve un café caro y malo y no te dejan fumar. Seis meses en Francia han dejado a Rachel con síndrome de abstinencia de esa agüilla marrón que los estadounidenses llaman café. Está tan contenta que me invita a lo que sea. Me pido un té de frambuesas que resulta ser una especie de batido granizado con un somero sabor a té. Cuando salimos del lugar, antes de atravesar la puerta de entrada, hago una cuenta atrás. Three, two, one... Welcome to Spain. Acabamos de atravesar un portal dimensional.

A continuación lo típico: Puerta del Sol, Plaza de Oriente, Plaza de España, Gran Vía, Cibeles, Plaza de Colón, Atocha y el Reina Sofía. Delante de los leones de las Cortes le explico que fueron hechos fundiendo el metal de unos cañones capturados en Marruecos en 1860. Es lo que cualquiera puede leer en su lateral, pero ella alaba mis profundos conocimientos de historia. Me pregunto qué habrá retenido de lo que le conté. Un día le contará a sus amigas en un Starbucks del Ocean County, sí vive donde la serie de TV, que le gustó mucho la puerta del Sol, donde hay una estatua de Carlos III, ese coronel de la Guardia Civil que entró pegando tiros al techo montado a caballo en el parlamento español antes de marcharse a dirigir la Reconquista contra Napoleón.

La despedida en Méndez Álvaro fue cosa de las cinco y pico. Luego me perdí solo por el centro. Cuando llegué a mi piso por la noche estaba hecho polvo. Me encuentro con que tenemos nuevo compañero de piso: T., de México. Pero no hay tiempo ni para descansar. O., el panameño, quiere que nos vayamos de cena y luego de marcha como despedida. Se iba de vuelta, y de forma definitiva, a Panamá a la mañana siguiente.

Cenamos en un sitio de esos caros donde te quedas con hambre. Y luego, por capricho del panameño, fuimos a Gaztambide en un tour puerta a puerta por los bares más roñosos y cutres de Madrid. No sé qué especial interés tenía él en ver a niñas adolescentes bailando las músicas más infames, de las que encima para colmo la gente allí parecía saber la letra de memoria. Yo como siempre me quedé en una esquina observando a la gente luchando contra el cansancio y el sueño. La música, la gente, la ropa, las actitudes... Todo me resultaba ajeno y extraño. En un bar de música pseudoflamenca/post-andaluza, o como se llame, el gallego y yo mirábamos con la curiosidad de dos españoles periféricos. Pero más allá de la curiosidad antropológica, toda la noche la misma sensación de perplejidad: ¿Esto es lo que hace la gente normal para divertirse?.

Decía Somófrates hace poco que un día vendrán de su planeta para acabar con la Humanidad. No sé yo qué harán los de mi planeta cuando vengan a rescatarme. Pero creo que es hora de salir de este impasse. Ponerme una meta, como un viaje tras acabar la tesina podría ser una forma de despabilarme con ella. Hay muchas cosas que tienen que cambiar.

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