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El guión de la 3ª Guerra del Golfo fue ciertamente interesante. Los Estados Unidos estaban dispuestos a invadir Irak para derrocar al malvado tirano Saddam Hussein que poseía armas de destrucción masiva y tenía inquietantes vínculos con la organización terrorista Al Qaeda. Saddam en su largo historial de violaciones de los derechos humanos había empleado ya armas químicas contra su propia población y había invadido dos países vecinos en sendas guerras. Tras el 11-S la combinación terrorismo islamista y armas de destrucción masiva era una combinación a evitar a toda costa. Era preciso actuar antes de que fuera demasiado tarde. Derrocar a Saddam e instaurar una democracia serviría, además, como ejemplo del afán libertador de EE.UU. y de modelo positivo para el resto de Oriente Medio. Sin embargo los Estados Unidos se encontraron principalmente con la oposición de Alemania, Francia y Rusia, tres países que se habían beneficiado económicamente exportando armamento y tecnología para la fabricación de armas químicas y biológicas a Irak... ¿O no?
Donald Rumsfeld y Saddam Hussein (Bagdad, 1983)
Irak había lanzado su ataque contra Irán tras el triunfo en este último país de la revolución islámica que había derrocado al monarca aliado de EE.UU. y convertido a Irán en una especie de teocracia con el antiestadounidense “ayatolá” Jomeini al frente. Saddam Hussein contó primero con la complacencia de EE.UU. y las monarquías petroleras de la zona que veían a Irán como una amenaza. Más tarde esa ayuda se materializó en préstamos y transferencias de tecnología desde EE.UU. y otros países para los programas de destrucción masiva de Irak. El uso de armas químicas contra la población kurda no llevó a que Washington replanteara su ayuda a Irak. Tras el fin de la guerra Irak quedó arruinado y en 1990 entró en conflicto con Kuwait, acusando a este emirato de sobreexplotar una bolsa de petróleo que se extendía a ambos lados de la frontera. No está claro el papel de EE.UU. en todo ello, pero hay quien dice que a Irak comunicó su intención de mantenerse neutral en el conflicto y animó a Kuwait a adoptar una postura más agresiva en sus negociaciones con Irak. El 2 de agosto de 1990 Irak invadió Kuwait, y meses más tarde, el 17 de enero de 1991 comenzaba la operación “Tormenta del Desierto”. A su fin los EE.UU. implantaron bases permanentes en la península Arábiga y sus fuerzas armadas encontraron una razón de ser tras el fin de la Guerra Fría. Durante la guerra el programa de armas de destrucción masiva iraquí fueron destruidas por los bombardeos y durante los siguientes doce años el país estuvo sometido a un embargo internacional. Tras la 3ª Guerra del Golfo en 2003, las supuestas armas de destrucción masiva nunca aparecieron. Ni se mostró vínculo alguno entre el gobierno del partido laico Baaz y el grupo islámico Al Qaeda.
Puede que tarde o temprano todo vuelva a empezar, esta vez con Irán. Los “expertos” alertan de lo avanzado del programa nuclear iraní y se barajan las posibilidades de un posible bombardeo preventivo que bien podría ser estadounidense... o israelí. El 7 de junio de 1981 un ataque aéreo israelí destruyó el emplazamiento del futuro reactor nuclear iraquí , no muy lejos de Bagdad. En la “Operación Ópera”, según la denominación israelí, participó el que sería futuro astronauta israelí, Ilan Ramon (ver más aquí o aquí), y de la condena internacional en 1981 se pasó en 1991 al reconocimiento explícito que liberar Kuwait hubiera sido imposible con un Saddam Hussein con armas nucleares.
En algún momento se volverá a activar la maquinaria de propaganda y la historia se rescribirá para responder a los argumentos políticos de turno.. Por eso, antes de que lo hagan desaparecer, es interesante leer un informe de Halliburton, la empresa que dirigió el actual vicepresidente de los EE.UU., sobre sus negocios en Irán.