El martes me fui de compras. Para el que me lea con cierta frecuencia, más allá de mis ataques tecnofetichistas (portátiles ultraligeros y reproductores MP3, cámaras digitales y teléfonos móviles, le extrañará esta vena consumista.
Pero no me fui a comprar ningún juguete digital, ni siquiera libros. Me fui a una tienda de material de oficina. Me encanta contemplar los archivadores y carpetas, que imagino usando para ordenar mis colecciones de recortes de periódico, fotocopias y demás papeles con ideas para proyectos que nunca llevo a cabo. Compré un estuche con tres lápices del nº 2 Steadler con goma incorporada. Prefiero usar las goma Milán nº 430 de toda la vida, pero desde que cayó en mis manos un lápiz con goma en la punta me he acostumbrado a que esté ahí. Y compré unos bolígrafos Pilot azul de punta fina, que son una solución provisional hasta encontrar una nueva pluma estilográfica o consiga desatascar las viejas.
Aunque ahora tenga un portátil me encanta hacer las lluvias de idas sobre papel. Preferentemente sobre papel reciclado y con una pluma con tinta azul. Si el papel está más amarillento de lo normal por el paso del tiempo y usado por un cara, mejor aún. Me gusta además escribir cartas a mano, sobre papel de mucho gramaje, tipo Galgo Verjurado.
Y en la tienda en cuestión me encontré con el modelo de mochila para portátiles Targus que había mirado en la web de la FNAC 10 euros más barato. Podría hablar de sus correas anatómicas, sus bolsillos laterales donde caben mi cámara digital y un botellín de 50cl., de su compartimento para el reproductorde de CD, su funda para el portátil extraíble que la convierten a conveniencia en una mochila de uso diario, etc. La compré en el momento.
Había descubierto con fastidio que Targus no comercializa en España la misma gama de mochilas para portátiles que en Estados Unidos, y que ni siquiera por Internet era posible conseguir la colosal Targus Matrix Notebook Backpack.
Pero precisamente estaba huyendo de mochilas aparatosas. Quería algo más ligero y cómodo, que me permitiera moverme con soltura con ella, y con una línea más informal que mi TechAir New York, que por culpa del mal diseño de las correas llevarla algo cargada machaca tus hombros.
Se puede decir que soy un maniático de las mochilas. Tengo una para cada ocasión. Una de 80 litros que es un bolso de viaje. Otra de 55 para acampadas (y que he llevado en mis viajes por Europa), otra de 35 para viajes de fin de semana (y yendo ligero de ropa estuvo a la altura de las circunstancias una semana en Italia). Y para el día a día tengo desde el verano de 1998 a mi inseparable McKinley Impulse 28, color negra y naranja (con funda impermeable, bolsillos laterales para botellas de agua, rejilla externa en la que enganchar la chaqueta y bolsillo interno para documentos). Somos inseparables (desde la Laponia finlandesa hasta Sarajevo), y la gente se ríe porque hasta de marcha me han visto con ella.
Y podría añadir mi interés por las navajas multiusos, cuchillos (en mi mesa de noche en casa sigue mi Glock Feldmesser 81 pero con hoja en sierra), linternas y relojes con correa de cuero envejecida y lleno de esferas. No necesariamente tengo de cada uno (quizás deba hablar de ello ahora que se acerca mi cumpleaños). Pero cualquiera puede reconocer un patrón: La idea de aventura, y de objetos llenos de detalles "técnicos".
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Es curioso que los frikis empollones podamos ser tan críticos y distantes con el consumo de masas, y luego casi sin darnos cuenta nos apasionemos de igual manera con productos que nos convierten en un mero nicho de mercado.
Yo me paseaba por el campus de mi facultad con mis chaquetas Diamir Polaterc 300 y The North Face Gore WindStopper, mi calzado Salomon Excentric Low de suela Contagrip, mi inseparable mochila McKinley Impulse 28 y mi gorro Thinsulate.
Y entonces leí "Bobos en el paraíso" de David Brooks (reseñas en El Mundo y sorprendentemente de libre acceso en El País). El autor contaba el ascenso en Estados Unidos de una nueva generación de yuppies, los Bohemios Burgueses (bobos, en inglés) con una manera de entender el mundo y un esquema de valores diferentes a las de sus padres. Rechazaban los clubes selectos, los viajes en crucero y en hoteles de 5 estrellas, los sedanes de lujos... Y en cambio gastaban su dinero en viajes a países exóticos donde podían estar en contacto con la naturaleza o culturas ancestrales, en productos de agricultura biológica y muebles artesanales.
En un capítulo el autor describía la que posiblemente fuera la tienda de deportes de montaña más grande del mundo, en Seattle, y en donde los empollones informáticos que trabajaban en Microsoft y demás empresas del ramo en la ciudad se dejaban los cuartos en chaquetas de tejidos especiales y en calzado deportivo de aventura. Sólo tenía que mirarme en el espejo. Era un bobo. Y ni siquiera original.
Escrito por Lobo a las Julio 15, 2004 10:38 PM