Cuando L. llegó a Madrid el año pasado para buscar piso a comienzo de curso volvió a casa contando maravillas de Madrid y de la facultad en el Campus de Somosaguas. Nos habló de un cartel de un grupo de roleros dando la bienvenida a los alumnos de la facultad. Sonaban a un grupo de frikis, empollones y desclasados donde yo sé que pronto encajaría. Hace poco comentando lo difícil que me resulta participar con la gente en su manera de divertirme, alguien me proponía unirme a un grupo de roleros.
Cuando llegué a Madrid pasaron los días y algo me detuvo para no traspasar la puerta del local de los roleros. Reconociéndome uno de ellos, ¿realmente iba a contribuir a sentirme "integrado" unirme a una pandilla de frikis?
Tuvo que ser en 3º de carrera cuando un día quedé con J. en mi facultad. Estaba yo por aquel entonces de becario y le pedí que me esperara por fuera del edificio cuando saliera de su trabajo. Fuimos entonces caminando hasta el centro de la ciudad y luego allí, nos sentamos en un bar. Mirado por mi reloj fueron 45 minutos de monólogo desglosándome las ventajas del por aquel entonces novedoso eDonkey frente a otros programas de descarga. Y de crítica, de cómo las revistas de juegos de ordenador contaban que los juegos no le sacaban todo el provecho a las tarjetas aceleradoras 3D existentes, mientras a la vez recomendaban la compra de los nuevos modelos.
-¿Te lo puedes creer?-Dijo-En una sección de la revista te cuentan que la mayoría de los juegos no le sacan partido a la Voodoo2 y en la sección "productos recomendados del mes" te ponen la Voodoo3.- Entonces volvió a interpelarme, y tuve que contestar con un "oooh" o un "aaah" para conseguir su satisfacción. A mí en aquel momento me importaban una mierda las tarjetas aceleradoras 3D porque la falta de tiempo se había convertido en falta de interés por los juegos de ordenador, y los programas de descarga "peer-to-peer" otra mierda porque no tenía tarifa plana, cable o ADSL En casa. Estaba allí para hablar con el que era mi mejor amigo de lo que de verdad importaba.
No recuerdo cuándo fue, posiblemente por aquellas fechas. Fuimos P., D., J. y yo juntos al estreno de "Spiderman". Los cuatro ya estábamos en la segunda mitad de la veintena. En la cola de la taquilla del cine los tres comentaban las novedades en juegos de ordendor y programas de descarga. Entonces J. contó que la noche anterior, por fin, alguien había puesto disponible a descargar en la red el "Magic Warrior Kings 16" y P. empezó a pedir como un poseso que alguien le prestara un móvil para llamar a un colega para que empezara inmediatamente a descargar el "Magic Warrior Kings 16". Me pareció lamentable. Y me alejé de ellos para no seguir escuchándoles. Cuando se pusieron en marcha para entrar en la sala ni se dieron cuenta que me habían dejado atrás. Sólo luego me preguntó J. ¡que dónde me había metido!.
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Un póster impreso en papel de 250 gramos y encuadernado de 1000 editions preside mi cuarto.
Es Motoko Kusanagi, la protagonista del manga "Ghost in the Shell". Recuerdo que en el verano que siguió a 2º de B.U.P. me levantaba a las 13:30 cuando mi madre me avisaba para almorzar. En la sobremesa pasaba dos horas jugando al "M-1 Tank Platoon", un juego que traía un manual que era en sí un manual de guerra acorazada. Aún hoy sé los acrónimos de la munición de los carros de combate M-1 "Abrams": APFSDS-T (Armor Piercing Fun Stabilized Discarding Sabot - Tracer = Perforante de Blindaje Estabilizada por Aletas Descarga Sabot - Trazadora) y HEAT (High Explosive Anti Tank = Alto Explosivo Anti Carro), y además explicar su funcionamiento. Jugué tanto al "668 Sub Attack" que aprendí a jugar al gato y al ratón en las capas termales del océano con otros submarinos. Jugué tanto al "F-19 Stealth Fighter" que una vez conseguí aterrizar en un portaaviones después de una misión sobre la península de Kola con los mandos dañados y los tanques de combustible perforados. Cuando mi avión se detuvo en la cubierta del U.S.S. John F. Kennedy tenía combustible sólo para llenar el tanque de una motocicleta. Hubo días que me levantaba de la mesa del ordenador con el cuerpo temblando. Había hecho una buena misión, lo cual me daría muchos puntos si regresaba sano y salvo con el avión, pero me había costado aterrizar. Y podría seguir. Me sé de memoria monólogos de la Guerra de las Galaxias y de Les Luthiers. Sé distinguir un fusil de asalto AKMS fabricado en la antigua Yugoslavia, Rumanía, la R.D.A. y Polonia.
Definitivamente soy un friki. Pero me resulta imposible aferrarme a las películas, cómics, manga, juegos de ordenador, Internet y otros tecnofetiches como únicos retazos de la realidad. Como única realidad. Nada de aquello me atrae de la misma manera. Cuando fui al cine a ver "Lost in Translation" con J. sentí una sensación extraña. Estaba bien la película sobre la visión de un recién llegado a Tokio. Pero yo sentía que no me bastaba la visión de otra persona sobre Tokio en forma de película. ¡Yo lo que quiero es viajar por fin a Tokio!".
Y bien sé que nunca me he sentido mejor que entre "frikis": Muy flacos o muy gordos, con el pelo inusualmente largo o rapados, con gafas, con acné... Pero siempre con pinta de no haberse comido un rosco en la vida. Nunca me he reído tanto como en aquellas tardes en que los cuatro, P., J., D. y yo, estábamos especialmente lúcidos, cínicos e irónicos.
La magia se rompió un día. Y el afán de tener la edición especial del DVD de la película de culto con escenas inéditas o la banda sonora de la película de anime no estrenada en Europa, o simplemente los dados de 20 caras en colores de fantasía, sólo me pareció una vertiente más de consumismo. Un nicho de mercado, con sus tiendas, sus revistas especializadas y sus productos.
Soy el hijo pródigo que un día abandonó la casa de los suyos.