Estoy de vuelta en Madrid. Llegué a pensar allá que una visita tan corta iba a ser contraproducente. Ves después de cierto tiempo a la gente, para enseguida regresar y volver a la rutina y la soledad.
Estuve los dos primeros días pendiente todo el rato del móvil. Mi madre llegó a creer que tengo algún tipo de adicción con él. Justo al encenderlo, tras aterrizar el avión, me encontré con mensajes de F. y M.
Desde que me mudé a Madrid había estado dos veces allá, y en las dos fue imposible quedar con F. Él es un antiguo compañero de clase de los tiempos anteriores a cuando con 24 años di un giro radical en mi vida y me metí en la universidad. Me alegró oirle contar como sentía que no había vivido todo lo que la vida tiene que ofrecer, mientras la inercia le llevaba a una vida monótona y convencional. Que se había cansado del cine comercial de Hollywood, y estaba descubriendo el cine francés. A veces pasa, que en tu isla desierta descubres otros supervivientes del mismo naufragio.
M. es una antigua compañera de facultad. En el último año nos distanciamos. Como intentando prevenir antes que curar, no dejó de marcarme el límite. Y sucedió que empezó a frecuentar la compañía de los "guays" de la facultad. Dejó de ir a clase. Y noté cómo en su presencia se comportaba de forma totalmente diferente conmigo. Llegó el momento en que corté por lo sano. Ahora trabaja de dependienta en una joyería de un familiar. Está totalmente desconectada del mundo universitario, aunque esté ahorrando para venir a Madrid y estudiar un curso de posgrado. Y supongo que pensando en ella, se acordaría de mí.
A ellos los vi el viernes. Era el cumpleaños de Bz., pero fue imposible vernos. Lo dejamos para el domingo. La tarde del sábado la reservé para Bx. Para complicarlo todo, no pudimos quedar por la noche sino después de comer, haciéndome estar pendiente del maldito móvil. Tomamos algo juntos y hablamos como los amigos que pretendemos ser. Sólo nos permitimos el lujo de abrazarnos unos instantes. Y en el momento de la despedida nos cogimos de la mano. Algo tan nimio e insignificante, y que en aquel momento fue como un desgarro. Saber que hay límites que por encima de las apetencias, la sensatez impiden cruzar. Ella, supongo, por no reavivar brasas que siguen quemando bajo la superficie. Yo, por no hacerle daño de esa manera y por no hacérmelo a mí. Sé lo fácil que sería agarrarme en medio de las olas a algo que parece tan al alcance de la mano, aunque eso implica empujar al fondo a otra persona. La despedida dolió. El viaje pareció en aquel momento, más que un alivio, un tormento. Ver, tocar y sentir de lo que tan pronto tendría que despedirme.
Luego, al día siguiente me encontré con Bz. Debería un día hablar de mi historia con ella. Un auténtico culebrón. Después de recelo, rencor y rechazo por mi parte nos hemos reencontrado como amigos. Supongo que por tener los dos la misma sensación de supervivientes a un naufragio en la vida, cada uno a su manera. O podría decir simplemente que yo, por idiota, y ella, por ser incapaz de afrontar la vida sola. La despedida con ella fue también algo doloroso. Por unos segundos, en el interminable abrazo de despedida, sentir de nuevo el tacto y el olor de alguien tan cerca fue extraño.
Ahora, tan pronto, todo resulta lejano y ajeno de nuevo. Creo que estoy mucho más acostumbrado a la soledad de lo que pensaba. Pero habiendo tenido tan cerca todo aquello que aquí me falta, comprendo muchas cosas. Qué difícil le resulta para muchos, yo en otro tiempo, prescindir de todo ello. Debería alegrarme entonces tener la tentación tan lejos.
Escrito por Lobo a las Mayo 18, 2004 11:48 PM