Abril 17, 2004

Las cuentas de la lechera

Hoy venía en el metro de dejar el carrete con las fotos del viaje a Italia (8 días, ¡y sólo 36 fotos!) en la (¿el?) FNAC y me he encontrado con los vagones de la línea 5 totalmente abarrotados. Y de pronto todo el mundo se ha bajado en una estación uniéndose a otros que iban con bufandas rojiblancas. Jugaba el Atleti contra el Real Madrid, y yo sin enterarme a pesar de vivir en... Madrid. Lo mío es grave.

Lo intenté pero no pude. No pude pasar por la FNAC sin comprar un libro. Bueno, en realidad no es un libro. O sí lo es, pero se parece a una revista. Ni siquiera sé muy bien de qué va. Se títula Content y está editado por Rem Koolhas y publicado por Taschen.

Me llamó la atención que fuera editado por Koolhas. Ya había editado el número de junio de 2003 de la revista Wired. Uno de los pocos números en los últimos años que mereciera la pena de la que en un tiempo fuera una revista pionera en tantas cosas. Total, que costando 10 euros me he permitido el capricho a pesar de tener las finanzas hechas polvo por el viaje a Italia. Además hoy aprovechando la zona de la tienda con una pequeña grada enmoquetada donde escuchar música me he leído los números 2, 3 y 4 de Persépolis. Vi una señora sentada en el suelo tomando notas de un libro. Puestos a ahorrar en el extremo, la próxima vez que necesite un libro para un trabajo un fin de semana he descubierto mi biblioteca alternativa.

Y como siempre me paseé por las secciones de informática y electrónica. Manoseé por enésima vez las cámaras fotográficas y los reproductores MP3 portátiles. Y estuve mirando los portátiles compactos, como el Acer Travelmate 370 (1.600 euros) y un Sony Vaio de la serie TR (3.000 euros). Y también algo que me fijé en casa de F., los discos duros externos con conexión USB, en especial los modelos diseñados por F. A. Porsche para LACIE. Y si dejé brotar en mí la vena tecnofetichista que he llevado siempre dentro es porque el trabajo de cooperante del que A. nos habló el martes implica cobrar una cantidad obscena de dinero. No tengo que esconder que los dilemas morales no resultan tales cuando al verte sin expectativas de ninguna clase y sólo deudas la posibilidad de cobrar mucho dinero aplaque tus reticencias sobre la ayuda humanitaria. Hoy mismo en la FNAC leía el libro de un cooperante español sobre sus experiencias en Sierra Leona (por lo delgado del libro ya lo leeré con calma en otro momento). Y podría aducir como excusa que A. nos ha hablado del riesgo dentro de unos límites que supone el trabajo. Llevo dándole vueltas a todo eso. Mi celeridad en decirle que sí, que contara conmigo. Y luego asumir los riesgos. Morir al ir en un todoterreno que pisa una mina anticarro. Morir en un fuego cruzado. Morir simplemente porque al señor de la guerra de turno le toca los cojones la presencia de una organización internacional. Y yo, al que la idea de la muerte le produce angustia, pensando "bueno, si toca, a joderse". Vamos, que no es que quiera ir de héroe. Es que soy un inconsciente o un insensato.

En "El honor del guerrero" de Michael Ignatieff leí que lo primero que le preguntan a los candidatos a trabajar con el Comité Internacional de la Cruz Roja es "¿y tú de qué huyes"?. Una buena pregunta. ¿De qué huyo? En realidad sería, ¿qué busco?. No es seguro que me vaya y ya he empezado a pensar qué cosas llevar, qué cosas enviar de vuelta a casa y cuáles otras dejar en casa de alguien conocido aquí en Madrid, qué cosas dejar atadas por si me pasara algo. Salía para clase el otro día, y pensaba en lo trivial de mis preocupaciones ante la idea de trabajar en un país en guerra civil. Acercarse al límite, poner la vida en riesgo es un principio ordenador de las cosas. Da sentido a la vida. Como decía Reverte "ir a la guerra es meterse la vida en vena".

El otro día me aburría en clase y me puse a hacer cuentas, si cobrara lo que A. nos dijo cuánto podría sacar en uno, dos, tres y seis meses. Por un lado filosofando sobre lo trivial de mis preocupaciones y por otro lado calculando la pasta que podría embolsarme. Y hoy, caminando entre todos aquellos cacharros en la FNAC me acordé de la escena final de la película Trainspotting. Un fragmento que vi doblada al italiano en Bologna. Ante la duda existencial, ¿consumismo? ¿No estería aceptando que todas mis preocupaciones se irán al carajo cuando me vea con una buena cantidad de billetes, que me permitan llevar un digital lifestyle?.

Continuará...

Escrito por Lobo a las Abril 17, 2004 11:41 PM
Comentarios

Vas por el buen camino... hacia el aburguesamiento más radical: el que le ocurre a los que vienen de un extremo y terminan en el otro pero con recuerdos de su pasado rebelde.. ja ja ja.

Escrito por odyseo a las Abril 18, 2004 11:05 AM

con la muerte cerca seguro que cambia tu idea de la vida... la señora se deja notar aunque no te toque a ti sino al de al lado.

Escrito por mii a las Abril 19, 2004 05:53 PM