Esta mañana entré en el piso poco antes de las 6 de la mañana. A. estaba en pie preparando el equipaje para su viaje de vuelta a Alemania. Estaba con el agobio de ver que no le cabían todas las cosas. Se le veía abrumada, y me ofrecí a ayudarle a llevar el equipaje a Barajas. Entonces se le imuninó la mirada, y oh, Dios mío me dio un beso en la mejilla.
Al final dormí casi cuatro horas, y le ayudé a cargar una maleta y una mochila que resultaron pesar en total 30 kilos. Y entonces, una despedida fría precedida de uno de sus momentos de hostilidad, qué me hizo sentirme un gilipollas. Para eso, me hubiera despedido con un SMS, hubiera dormido la mañana y que los 30 kilos los cargara su p... esto.. digo... ella.
Nuestro relación de perros y gatos se basó en mí diciéndole que su novio me parecía alguien de pocas luces y aburrido, llevándole la contraria constantemente y reaccionando a sus cabreos con achuchones y besitos: "Ay, mi niña, cuanto la quiero yo". Un par de veces cogió un tenedor e hizo ademán de clavármelo. Algunas veces se iba a su cuarto hecha una furia y dando un portazo. Entonces miraba a mi alrededor y les decía a todos que ella en el fondo estaba loca por mí, y que el problema es que no sabía cómo demostrarlo. Que la violencia era su forma de sublimar el deseo sexual. Todos se reían, dándome la razón con ironía: "Oooooh, sí seguro". Era mi encarnación de Steve Urkel, dándole el coñazo a Laura Winslow.
Cuando volví de las vacaciones de Navidad J. me contó que ella había dicho que echaba de menos los achuchones que aparentaba detestar tanto. Cuando nos quedamos una noche a solas en el sillón, empezó a tirarme cojines a la cabeza. "Echaba de menos tener con quien pelear", dijo. Un día me propuso ir a Córdoba. Y cuando ya teníamos los billetes le pregunté cómo era posible que no aguantándome estuviera dispueta a compartir un fin de semana entero conmigo. Empecé a hacer bromas sobre lo bien que lo íbamos a pasar ella y yo juntos sin salir de la habitación del hostal. Iba a ser nuestro "romantische Wochenende" le repetía yo. Nuestro romántico fin de semana. Y ella miraba a los otros compañeros del piso: "¿Alguien quiere un billete para Córdoba?" preguntaba con desesperación. "¡Este fin de semana nada de contacto físico!". Que ni la tocara, quería. Dos días antes del viaje amaneció con una infección de hongos en un pie. Cojeaba con dificultad, y en Córdoba no le quedó más remedio que caminar cogida de mi brazo. Si no quieres caldo, toma siete tazas.
Con el paso del tiempo los demás empezaron a sumarse a la broma y a seguirme la corriente. Ya antes de Navidad todos formamos un coro de reproches cuando nos contó que no iba a visitar a sus padres en Navidad. ¡Qué mala hija! ¡Qué relaciones de familia tan frías!". Pero no faltaron nunca los comentarios sobre hasta qué punto yo bromeaba o escondía otras intenciones. Es difícil convencer a alguien como L. que uno pueda moverse por más impulsos que los que te dicta lo que tienes entre las piernas.
Y entonces, el lunes pasado, sin recordar muy bien cómo y por qué sucedió, reventó. Faltando menos de 48 horas para irse de España definitivamente, nos cuenta que está harta de su carrera, quiere romper con su novio, quisiera poder haber pasado más tiempo en España y que no tenía ninguna ganas de volver a su país. Días antes me había dicho yo que le gustaría irse a América Latina de cooperante. Y allí mientras gruñía y hacía aspavientos, preguntándonos que qué podía hacer con su novio para romper sin hacerle daño, me tiraba cojines y me lanzaba unas miradas que eran de reproche.
Aquella noche hablé con F., diciéndole que tenía su gracia que yo hubiera bromeado todo este tiempo recomendándole que dejara a su novio, y al final las cosas por su propio curso habían desembocado en ello sin que yo mediara.
"¿Pero de verdad crees que nos ha tenido algo, mínimo que ver?" me dijo mientras me miraba con una de esas expresiones suyas tan elocuentes.
-¡¡¡No jodas!!!-respondí.