Ayer fue el día de entrega del trabajo de evaluación del 2º módulo del máster. Como siempre he aplicado la técnica "¿para qué trabajar durante semanas si con el subidón de adrenalina de la cercanía del plazo de entrega se puede estar despierto 24 horas?". Tenía que escoger entre 8 temas y opté por uno que era una parte de mi tesina. El sábado por la noche copié y pegué mi el proyecto de la tesina y me encontré que con unos retoques ya tenía medio trabajo. Del domingo soy incapaz de recordar muy bien qué coño hice.
Era ya el lunes de madrugada y agarré "Ninguna guerra se parece a otra" de Jon Sistiaga (Plaza & Janés, 2004). Empecé a leerlo del tirón. Eran ya eso de las cuatro de la madrugada del lunes cuando me puse a trabajar en serio. Pero no duré mucho. A eso de las siete empecé a hacer el idiota por Internet, hasta las once de la mañana que es cuando empecé a trabajar en serio. Había escrito uno de mis churros habituales, con abundantes notas a pie de página y una extensa bibliografía que ocupaba más de dos hojas (para un trabajo de 2.500 palabras). El domingo tenía por la noche 38 libros encima de mi cama, más tres cuadernos de notas y una carpeta de recortes de periódico. Al menos tener que preparar una versión resumida de mis ideas para la tesina sirvió para ordenarlas en mi cabeza y delimitar varias líneas de investigación.
Si tenía que estar en clase a las cuatro y media de la tarde para entregar el trabajo, salí del piso cerca de las siete y media. Fui todo el camino hasta la estación de metro dándome cabezazos mentales contra una pared por idiota.
Llevo meses preocupado dándole vueltas a mi futuro. La semana pasada le mandé al director del máster un e-mail preguntándole por la posibilidad de una beca de colaboración y las probabilidades de colocación cuando tenga el título en la mano. El servidor de correo de la universidad me dio un acuse de recibo de mi e-mail del viernes, pero estamos a martes y no he recibido respuesta. En las únicas oportunidades de mostrar mi valía adopto la estrategia de la avestruz de esconder la cabeza. Abuso de mi suerte. Ya en el primer módulo entregué otro churro de trabajo y aún así conseguí una buena nota. En el fondo se trata de saber qué quieren leer los profesores y darle a todo un barniz serio y académico. La insustancia con estilo.
Al final seleccionaron mi trabajo para ser expuesto en clase. Había también que elegir entre ocho temas, todos de economía, y escogí uno sobre Deuda Externa. Tuve que hacer mi exposición justo al día siguiente de volver de un viaje que me llevó fuera de Madrid. La víspera no dormí trabajando en el PowerPoint. Dejé a un lado lo que había contado en mi trabajo y me centré en Argentina en ejemplo de como una dictadura apoyada por Estados Unidos se había endeudado para lucro de la clase empresarial allegada a la Junta Militar, había descapitalizado el país y luego dejado esas deudas como legado al gobierno democrático que le sucedió. De cómo esa deudas sólo podían considerarse odiosas y de cómo aplicando ese principio del Derecho Internacional buena parte de las deudas de los países del Sur podrían ser canceladas. Y lo hice con una presentación iconoclasta, con un fondo en negro sobre el que iban sucediéndose fotos y frases que pretendían ser impactantes. Y mientras contaba lo que tenía que decir, la cara del director del máster, que es a su vez director del insitituto universitario que lleva el máster, lo decía todo. Estaba sentado en la primera fila, así que sólo yo podía verle la expresión de contrariedad. Cuando terminé se apresuró a decir todos los temas que yo supuestamente no había abordado en mi trabajo y que eran relevantes. Al resto le había dicho "muy bueno, muy interesante tu aportación, bla, bla, bla...". Casi todos los temas y cuestiones que puntualizó los había nombrado en mi trabajo, pero simplemente no me hábía dado la gana de centrarme en lo que cualquiera podía encontrar en la literatura académica. Quería ofrecer el contrapunto al discurso edulcorado y complaciente que habíamos tragado los primeros meses del máster. Quería recordarles que toda aquellas gráficas de oferta y demanda eran un artificio que no hacía referencia al mundo real donde están asentadas estructuras de poder por encima de la voluntad de las personas y la soberanía de las naciones. Hablé de Argentina, y hablé de Chile, Allende, Pinochet, la guerra de Irak y Bush. Intenté imitar el estilo de los fotomontajes de Barbara Kruger. El segmento sobre la historia argentina lo titulé "Argentinian History X". Cité "El Capital" de Marx. Y todo delante del profesor, director del máster y del instituto universitario del que depende, de la persona que podría abrime puertas en mi futuro. Aquel día recordé la típica situación de las películas estadounidenses, en las que un niño rompe el guión del festival infantil y hace una gamberrada. Todos expusieron sus gráficas, sus tablas y sus curvas, y yo de iconoclasta. Y cuando pensé en la exposición, me dije que lo volvería a hacer todo igual si pudiera volver atrás. Sin dudarlo.
Quizá no afecte en absoluto mi futuro laboral o académico, pero sólo ayer caí en la cuenta. Sólo a mí se me ocurre ser de esta manera. He visto a radicales de izquierda con un discurso antisistema desmontándole la clase a un profesor, para verlos luego lamiendo culos y tratar de medrar en esa misma universidad burguesa que decían despreciar. Sólo a mí, se me ocurre tocarle los huevos a quien no debo. E iba pensando en todo ello caminando deprisa para coger el metro que me dejaría en la parada de autobús para llegar a Somosaguas, como en una nube por la falta de sueño y una sensación de fatiga por no haber hecho ninguna comida fuerte ni haber dormido en 24 horas. Campeón del fracaso. Capitán de la nada. Pensé en la reacción de esas amigas que dicen cosas como "ojalá pudiera hablar de estas cosas con mi novio como lo estoy haciendo ahora contigo" y que están empeñadas en que todo se soluciona con más autoestima, que me dirían que hice lo correcto con mi traca intelectual fallera en aquella exposición, y llevando la contraria a los profesores en clase cuando lo he creído oportuno. Y dirían "Ves, son esas cosas los que aprecio en ti, que eres fiel a bla, bla, bla...". Yo ayer sólo me sentía un idiota. Quizás era el sueño, el hambre, el cansancio y la sensación de agobio por no saber si llegaría a tiempo de entregar el trabajo.
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En el viaje de vuelta iba leyendo el libro de Jon Sistiaga, del que sólo me quedaban poco capítulos para terminar. Y justo cuando entrábamos en el barrio, cerca de la avenida donde debía bajarme, llegué al momento en que narraba la muerte de José Couso. Tuve que dejar el libro por momentos, aunque supiera el desenlace. Como si dejar de leerlo pudiera evitar nada. Sentí un nudo en la garganta, una sensación de angustia con las lágrimas a punto de salirme cuando Jon Sistiaga contaba los minutos finales de vida de José Couso, aquel cámara de televisión en quien pensé un día viendo las noticias de Telecinco por las que seguí la guerra de Irak: "El Sistiaga se lleva la fama, pero ahí hay un currante cargando la cámara que se traga los mismos marrones y encima no sale nunca en pantalla". Cuando el autobús se detuvo en mi parada, José Couso había muerto. El libro estaba cerrado sobre mis rodillas y yo tenía la mirada perdida no sé donde. En mi cabeza yo estaba en el pasillo de aquel hospital de Bagdad llorando contra la pared. El 11-M me dejó frío. Y el relato de luna muerte ya conocida me puso al borde de las lágrimas. Yo, que nunca lloro.
Escrito por Lobo a las Marzo 30, 2004 03:40 PMSimplemente genial. Aunque seguramente lo veo así porque no soy yo quien está ahí.
Saludos
Escrito por sola a las Marzo 30, 2004 04:35 PMEl libro de Jon sistiaga, es uno de esos, que cuando empiezas a leer no puedes parar. Aunque también he de decirlo, lo leía despacio, porque no quería perderme ni un solo detalle, ni un solo mensaje que sistiaga había escrito, apelando a nuestra inteligencia. este libro me ha hecho amar áún mas el periodismo, y me he dado cuenta que aunque esta vida es muy puta, merece la pena ser buena persona, ser honesta y sincera.
Yo que nunca he sido muy fan de alguien pero Jon ha conseguido mi admiración, creo que solo él podría haber contado todo sobre ese asesinato. Recomiendo este libro a todo el mundo, porque creo que hace cambiar o al menos pensar dos veces ideas que tú ya tenías por aceptadas como si fueran inmutables, es un libro tan personal, que crees que conoces muchísimas cosas sobre la vida de Jon. Con este libro e llorado, e reido muchísimo y sobre todo me he dado cuenta del horror de la guerra, y para desgracia de mi madre, he decidido que quiero hacer con mi futuro, me haré periodista, con la esperanza de ser la mitad de buena, de lo que es Jon Sistiaga.