Capítulo tres
-Hola, Alberto.- ¿Alberto?
-No hay nadie en casa que raro.
Voy a cambiarme. Entro en la habitación y veo algo que hace un ruido extraño: “moooouuuu”. Es cómo no Alberto que quiere jugar. Y es que es un chico que a pesar de sus veintisiete años se comporta como un niño igualito que yo. Nadie podría decir nada de él. Su apariencia lo disimula todo. Empiezo a levantar suavemente las sábanas blancas. Empiezo por los pies. Poco a poco me voy metiendo, hasta que llega el punto en el que suena el teléfono. Debe de ser Carmen. Carmen es una mujer de cincuenta años. Hace un par se quedó viuda y ahora vamos a comer su casa casi todos los domingos. Él es su hijo. Nadie coge el teléfono. Suenan unas risas. Las manos se van acercando a su ombligo... lo tengo todo pensado. Pero me precipité demasiado segura de mi misma porque él en un movimiento me coge, me levanta y me agarra con una mano de las muñecas. Estoy tumbada en la cama. ¿Cómo puede ser? Vuelve a sonar el teléfono. Esta vez él se despista y le pillo desprevenido.
-Vamos, vamos, eh, eh, eh!!!-¿Qué no puedes conmigo?- le digo.
-Eso es lo que tú te has creído- me responde.
La comida está todavía sin hacer.
-Vamos, a ver si puedes conmigo.
Corro por toda la casa hasta llegar a la cocina. Él viene detrás de mí. Me coge. Me levanta. Y como si o fuera un saco de patatas me lleva a la cama. Allí me besa. Alguien llama a la puerta.